Colaboración: El viejo y Supermán
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal *
Supermán no había dejado de volar desde hacía dos días interminables y cuando se dio cuenta había llegado a una playa cerca de La Habana que los lugareños llamaban Cojímar. Quería descansar de su depresión peliculera, de hacer tantas y tantas incursiones que a él se le antojaban ridículas en los cielos de Hollywood. Aquí por lo menos no le reconocerían. En la arena había una pequeña barca junto a la cual un tipo carcomido por el sol repasaba incansablemente sus arreos de pescar.
“Era un viejo que pescaba solo en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez… El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello… Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.
-Estoy cansado –le dijo Superman poniendo en marcha su diccionario mental para traducir al español de Cojímar--. Me ha agarrado un viento contrario y creía que terminaría en las fauces de los tiburones.
Con su capa del más bello rojo comunista, aquel que se llevaba en la Unión Soviética cuando todavía no había caído el Muro de Berlin, y con su ridículas medias azules, pìdió permiso al viejo cubano para sentarse un ratito en el bote. El pescador le miró con la curiosidad del cachondeo más guajiro que entonces se llevaba en la Isla pero sin demasiado espanto. Por su constante faenar en el Golfo, sabía que los yanquis era gente extraña, estrafalaria. La verdad es que él sabía mucho más, casi todo con perdón de los presentes, de peces voladores, por lo que no le dejaba sentado de culo que aquel tipo volase también. Después de todo, razonaba, si un animal como un pez vuela, el hombre que en principio es más inteligente debería de poder hacer lo mismo. Era demasiado viejo para ser sardónico. Lo que más le intrigaba del recién llegado era la estrechez de sus ropas, aunque parecían de buen corte y de buena calidad. Se pregunto si Don Benito, el sastre del pueblo que en paz descanse, hubiera sido capaz de hacer algo parecido. Para el carnaval no habría estado mal.
Se sonrió el viejo por primera vez en ochenta y cuatro días imaginando el choteo que sin duda habrían armado los otros pescadores si hubiesen estado ya en la playa preparándose para el trabajo inútil de todos los días que Dios y el diablo hacían en aquella bendita costa.
-Verás, viejo, como yo tengo una vista especial que me hace ver el pasado, el presente y hasta el futuro, se me antoja que sé quién eres en realidad…
El viejo volvió a mirarlo con sus ojillos cocidos por el agua salada.
-Ah, ya. Me parece que tú tampoco me eres desconocido. Cerca de esta playa vive un gringo al que llamamos Don Ernesto. Creo que su nombre completo es Ernesto Hemingway. Me parece que es compatriota tuyo aunque no se viste como tú. (Aquí el viejo soltó una risita muy breve que él mismo no se oía desde las últimas hambres de peces). Suele venir a estas aguas para pescar, le gustan las buenas piezas. La semana pasada estuve en su yate, que aquí todos llaman El Pilar, y me enseñó unos libros que dijo eran de aventuras de su país. Me habló de un tal Marvel y durante un buen rato me explicó que ese señor que vivirá por ahí, aquí en Cojímar desde luego no, había inventado lo que ellos llaman superhéroes. Menuda feria de chiflados. Uno se revolvía como si fuera de goma, otro volaba. Y vi un dibujo que se parecía a ti. Tenía como tú un caracolito en la frente. Cómo se rió Pedrito, mi ayudante, decía que eso era cosa de invertidos, bueno ya sabe usted de hombres a los que no les gustan las mujeres. Yo le expliqué que seguramente estaba usted vestido así porque en su país, los Estados Unidos de América, la gente es muy rara. Bueno, ya sabe usted.
El viejo no había hablado nunca tanto en su vida desde el día de su muerte.
-Don Ernesto me contó que este señor del tebeo, llamado Superman, ¿ése eres tú? Era capaz de volar mucho más rápidamente que los mejores peces voladores, pudiendo ir desde Cojímar a su país, allá donde termina el mar y empieza la tierra, con una rapidez increíble. Insistió Don Ernesto en que Superman era un hombre generoso y bueno que ayudaba a los que lo necesitaban…
Superman se alisaba el rizo. Estaba encantado con aquel viejo parlanchín.
-Verá usted, la verdad es que estoy harto de andar por el mundo con esta pinta tan ridícula, pero el Presidente de mi país, que por cierto no tiene muchas simpatías por estos barbudos que llegaron hace un tiempo a Cuba, me dijo que viniese para ver si podemos llegar a un entendimiento total. Lo que él quiere es simplemente dirigir Cuba como dirige otros países cercanos, esos que usted ve allí al fondo… A cambio yo podré venir tres veces por semana por si algo no funciona. Les protegeremos y cuidaremos de que otros hombres malos no lleguen nunca a esta playa de Cojímar para hacerles daños.
El viejo esuchaba pero ya no sonreía. Este gringo le parecía más rarito que Don Ernesto.
-Oye, amigo Superman, y con tanto poder como tú y tus Estados Unidos tenéis, ¿me ayudarás a pescar? Es que mañana se cumplirán ochenta y cinco días que no pesco un solo pez. Y la gente se ríe de mi. Y el hambre también ronda.
-Verá usted, yo… pues no sé…
-¿Pero me ayudarás a llenar mi bote de peces, aunque sólo sea una vez?
Supermán se sintió incómodo y confesó:
-No, mire usted viejo, yo no soy más que un héroe de tebeo y la pesca milagrosa es cosa de otro héroe que se llamaba Jesucristo. Pero no creo que ande ahora por el Golfo…
Y sin más, Superman pegó un saltito tan ridículo como su rizo y emprendió su vuelo hacia el interior. Le esperaban en el Hotel Nacional de La Habana para degustar algo que un amigo muy particular le habían descrito como un manjar exquisito, una copa de helado, helado de fresa y chocolate.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Acaba de publicar "Lula y otros gladiadores" (www.publibook.com).
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Supermán no había dejado de volar desde hacía dos días interminables y cuando se dio cuenta había llegado a una playa cerca de La Habana que los lugareños llamaban Cojímar. Quería descansar de su depresión peliculera, de hacer tantas y tantas incursiones que a él se le antojaban ridículas en los cielos de Hollywood. Aquí por lo menos no le reconocerían. En la arena había una pequeña barca junto a la cual un tipo carcomido por el sol repasaba incansablemente sus arreos de pescar.
“Era un viejo que pescaba solo en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez… El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello… Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.
-Estoy cansado –le dijo Superman poniendo en marcha su diccionario mental para traducir al español de Cojímar--. Me ha agarrado un viento contrario y creía que terminaría en las fauces de los tiburones.
Con su capa del más bello rojo comunista, aquel que se llevaba en la Unión Soviética cuando todavía no había caído el Muro de Berlin, y con su ridículas medias azules, pìdió permiso al viejo cubano para sentarse un ratito en el bote. El pescador le miró con la curiosidad del cachondeo más guajiro que entonces se llevaba en la Isla pero sin demasiado espanto. Por su constante faenar en el Golfo, sabía que los yanquis era gente extraña, estrafalaria. La verdad es que él sabía mucho más, casi todo con perdón de los presentes, de peces voladores, por lo que no le dejaba sentado de culo que aquel tipo volase también. Después de todo, razonaba, si un animal como un pez vuela, el hombre que en principio es más inteligente debería de poder hacer lo mismo. Era demasiado viejo para ser sardónico. Lo que más le intrigaba del recién llegado era la estrechez de sus ropas, aunque parecían de buen corte y de buena calidad. Se pregunto si Don Benito, el sastre del pueblo que en paz descanse, hubiera sido capaz de hacer algo parecido. Para el carnaval no habría estado mal.
Se sonrió el viejo por primera vez en ochenta y cuatro días imaginando el choteo que sin duda habrían armado los otros pescadores si hubiesen estado ya en la playa preparándose para el trabajo inútil de todos los días que Dios y el diablo hacían en aquella bendita costa.
-Verás, viejo, como yo tengo una vista especial que me hace ver el pasado, el presente y hasta el futuro, se me antoja que sé quién eres en realidad…
El viejo volvió a mirarlo con sus ojillos cocidos por el agua salada.
-Ah, ya. Me parece que tú tampoco me eres desconocido. Cerca de esta playa vive un gringo al que llamamos Don Ernesto. Creo que su nombre completo es Ernesto Hemingway. Me parece que es compatriota tuyo aunque no se viste como tú. (Aquí el viejo soltó una risita muy breve que él mismo no se oía desde las últimas hambres de peces). Suele venir a estas aguas para pescar, le gustan las buenas piezas. La semana pasada estuve en su yate, que aquí todos llaman El Pilar, y me enseñó unos libros que dijo eran de aventuras de su país. Me habló de un tal Marvel y durante un buen rato me explicó que ese señor que vivirá por ahí, aquí en Cojímar desde luego no, había inventado lo que ellos llaman superhéroes. Menuda feria de chiflados. Uno se revolvía como si fuera de goma, otro volaba. Y vi un dibujo que se parecía a ti. Tenía como tú un caracolito en la frente. Cómo se rió Pedrito, mi ayudante, decía que eso era cosa de invertidos, bueno ya sabe usted de hombres a los que no les gustan las mujeres. Yo le expliqué que seguramente estaba usted vestido así porque en su país, los Estados Unidos de América, la gente es muy rara. Bueno, ya sabe usted.
El viejo no había hablado nunca tanto en su vida desde el día de su muerte.
-Don Ernesto me contó que este señor del tebeo, llamado Superman, ¿ése eres tú? Era capaz de volar mucho más rápidamente que los mejores peces voladores, pudiendo ir desde Cojímar a su país, allá donde termina el mar y empieza la tierra, con una rapidez increíble. Insistió Don Ernesto en que Superman era un hombre generoso y bueno que ayudaba a los que lo necesitaban…
Superman se alisaba el rizo. Estaba encantado con aquel viejo parlanchín.
-Verá usted, la verdad es que estoy harto de andar por el mundo con esta pinta tan ridícula, pero el Presidente de mi país, que por cierto no tiene muchas simpatías por estos barbudos que llegaron hace un tiempo a Cuba, me dijo que viniese para ver si podemos llegar a un entendimiento total. Lo que él quiere es simplemente dirigir Cuba como dirige otros países cercanos, esos que usted ve allí al fondo… A cambio yo podré venir tres veces por semana por si algo no funciona. Les protegeremos y cuidaremos de que otros hombres malos no lleguen nunca a esta playa de Cojímar para hacerles daños.
El viejo esuchaba pero ya no sonreía. Este gringo le parecía más rarito que Don Ernesto.
-Oye, amigo Superman, y con tanto poder como tú y tus Estados Unidos tenéis, ¿me ayudarás a pescar? Es que mañana se cumplirán ochenta y cinco días que no pesco un solo pez. Y la gente se ríe de mi. Y el hambre también ronda.
-Verá usted, yo… pues no sé…
-¿Pero me ayudarás a llenar mi bote de peces, aunque sólo sea una vez?
Supermán se sintió incómodo y confesó:
-No, mire usted viejo, yo no soy más que un héroe de tebeo y la pesca milagrosa es cosa de otro héroe que se llamaba Jesucristo. Pero no creo que ande ahora por el Golfo…
Y sin más, Superman pegó un saltito tan ridículo como su rizo y emprendió su vuelo hacia el interior. Le esperaban en el Hotel Nacional de La Habana para degustar algo que un amigo muy particular le habían descrito como un manjar exquisito, una copa de helado, helado de fresa y chocolate.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Acaba de publicar "Lula y otros gladiadores" (www.publibook.com).
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