Crítica: "Los amantes pasajeros", la comedia que vuela por los aires

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'Los amantes pasajeros'


Por Jon Apaolaza

Tras diversos melodramas maquillados de otros géneros, Pedro Almodóvar ha querido volver con "Los amantes pasajeros" a sus más brillantes comedias, las de los 80, según ha contado en sucesivas ocasiones "a petición popular", que incluye a sus colaboradores más directos. Es posible que no haya perdido el espíritu transgresor de entonces, su sentido de la provocación, pero España, en tres décadas, es otra. El coral elenco de "Los amantes pasajeros" aporta lo mejor de una película que disfruta de algunos chistes brillantes que no logran disipar la sensación de estar ante una crema llena de tropiezos y por tanto no ligada e insípida.

El primer eslabón de unión entre "Los amantes..." y sus antiguas comedias está en el arranque, con el primer personaje en aparecer en pantalla, un Antonio Banderas que fuerza su acento andaluz (mismo que tiene Penélope Cruz, a pesar de estar ambos trabajando en el aeropuerto de Barajas). El malagueño es un empleado de pista, que ante un pequeño accidente de su novia ("Pe"), conductora del vehículo que arrastra las maletas, se olvida de desbloquear el tren de aterrizaje. A pesar de que el panel del avión indica claramente el fallo, el avión despega.

Si nos empeñamos en leer entre lineas, pueden deducirse ciertos simbolismos políticos en este vuelo de la ficticia compañía Peninsular rumbo a Ciudad de México que acaba por aterrizar en el "fantasmal" aeropuerto de La Mancha: Los pasajeros de clase turista (o turística como dice Lola Dueñas en un diálogo) son adormecidos -no se sabe como, pero ni uno se salva...- con un relajante muscular, y -solidariamente- hasta las azafatas se duermen con ellos. De esta manera, la acción se centra en la clase ejecutiva, donde hay desde una exestrella reconvertida en "madame" sado-maso de lujo (Cecilia Roth), hasta un directivo de una Caja de Ahorros que huye tras un desfalco (José Luis Torrijo), pasando por un misterioso -o no tanto, porque va vestido de sicario de Tarantino- mexicano (José María Yazpik), una vidente virgen que se muere por dejar de serlo (Lola Dueñas), un actor verdugo-víctima de las mujeres (Willy Toledo), o una pareja de recién casados (Miguel Angel Silvestre y Laya Martí).

Al servicio de esta "troupe" están tres azafatos (Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces) con más pluma que la ganadora de un concurso canario de Drag-Queens. Su cubil y la contigua cabina del avión, son zona gay, porque el comandante (Antonio de la Torre) se entiende con uno de ellos y el copiloto (Hugo Silva) tiene también la puerta del armario entreabierta.

Aunque hay esporádicas salidas al exterior gracias a oportunas llamadas telefónicas de algunos de los pasajeros de "business", la mayor parte de "Los amantes pasajeros" se desarrolla dentro de esas tres dependencias del avión, lo que acentúa el aspecto teatral de la cinta. Almodóvar elige como principales receptores de sus dardos dialécticos a sus personajes homosexuales, los que generan la mayor cantidad de sonrisas y alguna carcajada (es inevitable recordar a Landa en "No desearás al vecino del 5º"...), y en su humor busca la provocación a base de "pollas", "mamadas", pedos y alguna droga excitante. Todo eso que era atrevido y transgresor hace tres décadas, ahora roza la vulgaridad (¿será que hemos envejecido?).

La misma sensación que tuvimos, en algo completamente distinto, como fue "La piel que habito", de que Almodóvar sabotea sus propias películas se repite ahora, con un guión que no deja espacio a la sorpresa, repleto de personajes tan estereotípicos como previsibles, simples caricaturas, y en el que las más brillantes ocurrencias del manchego conviven con incongruencias manifiestas, como si la buscada irreverencia tuviera como primera víctima la propia coherencia de lo que escribe.

De este avión a punto de estrellarse se salvan los actores, especialmente los azafatos, y entre ellos cum laude Carlos Areces. "Los amantes pasajeros" es una autocaricatura gay que tal vez sirva a Pedro Almodóvar a reirse de sí mismo, pero desde luego está muy lejos de lo mejor de la comedia de situación.