Crítica: "Tlatelolco, verano del 68", el dolor de las heridas abiertas
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Por Hugo Lara Chávez
Apenas el año pasado el cineasta Carlos Bolado ("Bajo California, el límite del tiempo", 1998; "Sólo dios sabe", 2006) incursionó en el cine de tema político y de revisión histórica con la exitosa "Colosio: el asesinato" (2010) y, con un margen muy breve de tiempo ha seguido en el mismo terreno con "Tlatelolco, verano del 68" (2012), acerca de los trágicos sucesos que culminaron con una masacre de estudiantes en vísperas de las Olimpiadas de 1968 en la Ciudad de México.
Este negro capítulo de la historia moderna de México es considerado un hito en la lucha por la democratización en el país y fue la señal inicial del resquebrajamiento de lo que Mario Vargas Llosa calificó como "la dictadura perfecta" del régimen monolítico del Partido Revolucionario Institutcional (PRI). Por años, el tema fue férreamente censurado por el gobierno a grado tal que la primera cinta de ficción que lo abordó se realizó dos décadas después: la imprescindible "Rojo amanecer" (Jorge Fons, 1989), que fue un fenómeno de público en su momento.
Si bien, el film de Fons era claustrofóbico porque se centraba en una familia que sufría en el interior de su departamento toda la violencia desatada el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, Carlos Bolado opta en "Tlatelolco, verano del 68" por múltiples escenario para narrar una historia de amor entre dos jóvenes que sirve para describir en paralelo los acontecimientos políticos y sociales vinculados al movimiento estudiantil y a la represión de la que fue objeto.
El film se inicia en julio de 1968 con los primeros actos represivos de la policía contra estudiantes del Politécnico Nacional. Esto desata una cadena de protestas que van en aumento. En ese contexto, Ana María (Cassandra Ciangherotti), que pertenece a una familia pudiente y estudia en la Universidad Iberoamericana, es animada a tomar fotografías de las protestas en las calles. Casualmente conoce a Félix (Christian Vazquez), un joven de origen humilde que estudia arquitectura en la UNAM. Aunque al principio las diferencias sociales parecen un impedimento a su amistad, al poco tiempo se enamoran, a pesar de que los padres de Ana María se oponen tajantemente a su relación. Este conflicto se agudiza a partir del hecho de que el padre de ella, Ernesto Echegaray (Juan Manuel Bernal), es un alto funcionario de la Secretaría de Gobernación involucrado en la represión contra los estudiantes; mientras que Paco (Armando Hernández), el hermano de Félix, es un agente de la policía secreta y también un cruel represor. Empujados por su entorno, los dos jóvenes enamorados abandonan su desinterés político y se comprometen con la causa estudiantil.
Bolado decide dar cuenta de la Historia con mayúsculas a partir de una historia de ficción cifrada en un romance convencional y manido con el asunto de las clases sociales (segura aportación de su coguionista Carolina Rivera, autora de "Amar te duele" y otras del mismo tono). De esta manera, junto a los personajes ficticios desfilan otros tomados de la realidad, en particular aquellos a los que se les considera los responsables directos de la represión y el asesinato de estudiantes: el presidente Gustavo Díaz Ordaz (cabalmente interpretado por Roberto Sosa), su subsecretario de Gobernación —y también expresidente— Luis Echeverría (Ricardo Kleinbaum) y el jefe de la policía Luis Cueto. Esta tercia de villanos aparecen intermitentemente, lo mismo que otras figuras públicas que respaldaron a los jóvenes, como el expresidente Lázaro Cárdenas y el ingeniero Heberto Castillo (Fernando Becerril).
La realización se apoya con valiosas imágenes documentales de los mensajes televisivos de Díaz Ordaz (hay que ver la última aparición de éste, indignatemente ovacionado) y de las multitudinarias marchas estudiantiles, combinadas con la recreación de algunas de ellas. Además, hace un contraste interesante con la propaganda en torno a las Olimpiadas en México, que buscaban transmitir un falso mensaje de armonía y paz social. Como soporte, destaca la eficaz banda sonora y la eficiente ambientación de época a cargo de Marina Viancini.
La película está narrada con solvencia gracias al oficio de su director y sus colaboradores, que aprovecha la gran carga emotiva que aun existe sobre esa tragedia en la memoria de muchos mexicanos. Sin embargo, se asoman ciertos titubeos por momentos, como personajes que parece que estaban llamados a crecer (como el petulante estudiante de la Ibero que pretende a la protagonista o incluso el personaje de Heberto Castillo) o algunas escenas que le restan potencia a la amargura del final (como el inicio que muestra los cadáveres de la matanza y que le baja dramatismo al desenlace).
"Taltelolco, verano del 68" es una película que vale la pena ver y que es recomendable para un público amplio, sobre todo para aquellos adolescentes y jóvenes a los que ese suceso les queda muy lejano, luego de 45 años. Además, en términos generales, hay un buen trabajo en varios de sus departamentos, aunque seguimos a la espera de que Bolado muestre a plenitud todo su talento, el que se le desbordaba en "Bajo California: el límite del tiempo".