El agradable olor de un roble, en el último estreno cubano (y II)
- por © Frank Padrón- NOTICINE.com / Fotos: Cubacine
23-X-03
La puesta en escena, en "Roble de olor", de Rigoberto López, (el más reciente estreno del cine cubano de ficción) resulta espléndida; no sólo por la época o por la dirección de arte nos recordó "La última cena", aquella maravillosa contribución de Tomás G. Alea a lo que pudiéramos llamar "la Historia ficcionada" y sus lecturas contemporáneas, sino por la elegancia que se logra en la representación toda, y en la dialéctica interrelación conseguida entre lo escrito y su plasmación escénica.
Tanto ese aspecto referido (la dirección artística, de Derubín Jácome y Nieves Laferté) como otros directamente relacionados con el mismo (el diseño de vestuario de Diana Fernández y Vladimir Cuenca; la fotografía de Livio Delgado; el maquillaje y peluquería de Magalys Pompa y Paco Aguiar...) apuntan a algo más que a conseguir notablemente la tan necesaria ambientación de un "film de época"; mucho más que ello, tienden a la exquisitez y el detalle, conscientes de la importancia que detentan sus respectivos acápites en el todo que significa el sistema fílmico; Livio, por ejemplo, traduce su experiencia y veteranía en el lente mediante una expansiva recreación del paisaje caribeño: sus verdores, sus rejuegos luminosos, su exuberancia cromática, huyen sin embargo, a años-luz de la postal turística, para concentrarse en la importancia que el contexto natural , digamos, juega en la historia; y no por ello olvida la lobreguez y asfixia que trasmiten ciertos espacios urbanos (tabernas, calles, salas de casas aristrocráticas...) para atrapar admirablemente la sombra o la declarada penumbra (1).
Así, trajes, peinados, muebles, cocina, decorados interiores, hasta maneras de andar y bailar, reproducen con fidelidad los diversos estratos que conviven en la obra: la rancia aristocracia de la época, la casta rectora, la servidumbre, los negros esclavos (o los "negros obreros" de Angerona), la intelectualidad progresista ... todo respira autenticidad y fidelidad según el trabajo esmerado de estos artistas.
Una no menos cuidada edición (Nelson Rodríguez-Lina Baniela) logró imbricar los diferentes pasajes de la historia, y sumarse creadoramente al sutil crescendo con que la misma va alimentando el decursar narrativo. La música es también vital en Roble... que, amén de "oler" tan bien, suena como Dios manda: Sergio Vitier, ese culto y creativo músico nuestro, colaborador habitual de las bandas sonoras del cine cubano, es responsable de esos acordes incidentales que discretamente acompañan determinados pasajes, o de ciertos elementos y células en otros donde vibra y late el Caribe desde sus peculiaridades rítmicas y tímbricas, lo cual complementa perfectamente la selección hecha por el director, que trasmite y fija las coordenadas epocales: Mozart , Häendel y Vivaldi se integran a la perfección a la banda sonora, y no sólo desde esa sublime orquesta de negros que, con sus "conciertos barrocos", hubiera hecho las delicias de Carpentier, sino en determinados momentos (como el final), complementando su fuerza y dramatismo.
Todos estos acápites no son una mera sumatoria de talentos que han hecho lo suyo y por tanto, desde sus frentes, han generado la película; aunque pareciera obvio, no está de más recordar que los mismos responden a una idea rectora, un concepto, y han sido diseñados, concebidos previamente por el director, Rigoberto López.
Por la gran cantidad de actuaciones protagónicas, secundarias, especiales y corales, éste es sin dudas, uno de los rubros decisivos de Roble..., y amén de una encomiable labor de conjunto, quisiera resaltar ante todo la agradable sorpresa que significa el debut de la soprano Raquel Rubí (la prima), como para un premio de "actriz revelación" (amplia gama de recursos histriónicos, pero a la vez, contención y matización), junto a otros no sorprendentes por una aún no muy extensa pero ya consolidada trayectoria (Abel Rodríguez, Edwin Fernández, Idalmis del Risco...) y otro curioso despegue (el joven director teatral Raúl Martín).
En tanto protagónicos, el irregular Jorge Perugorría revela aquí uno de sus notables desempeños: nos recuerda que tiene fibra, "madera" como se dice, y cuando es bien dirigido en papeles de envergadura puede hacer emerger no poco para admirar. Lía Chapman, por su parte, ostenta una elegancia y una prestancia que van con el personaje, mas no siempre logra salir airosa de transiciones y matices; hubiera sido preciso redondear mejor un personaje rico y pletórico de interesantes aristas psicológicas y sociales.
De cualquier modo, aunque ante tantos actores uno siempre tiende a deslindar lo superlativo de lo simplemente funcional o correcto, no es menos cierto que este acápite no demerita el resto de los elementos integrantes del film.
"Roble de olor" es, sin lugar a dudas, madera preciosa del cine cubano (y no sólo del más reciente), entrada triunfal de Rigoberto López en el necesitado camino de la ficción y un título que nos permite llenar los pulmones de aire fresco, saludable, esperanzador, en el azaroso panorama de las nuevas producciones.
(1) NOTA: Me gustaría llamar la atención sobre la diferencia de concepción fotográfica entre el siglo XIX que ha reflejado su gran estudioso en el cine nuestro, Humberto Solás, y el que aquí se aventura; en los frescos anteriores (llámense "Cecilia", "Amada", "El siglo de las luces"...), predomina la casi oscuridad; Solás ha querido reflejar sobre todo el lado tenebroso de costumbres e ideas, y sus fotógrafos, magistralmente lo han entendido y proyectado así; Rigoberto y Livio, por el contrario, acercan tonos pasteles, espacios luminosos, amplios y claros, el blanco es una gama protagónica, pues justamente se trata de una utopía, un espacio excepcional dentro de la tiniebla reinante; debido a ello, a medida que el sueño cede a una umbrosa y terrible realidad, se aprecia un oscurecimiento progresivo de la imagen, lo cual delata así mismo cuidado y rigor dentro de este decisivo rubro tecno-expresivo.
La puesta en escena, en "Roble de olor", de Rigoberto López, (el más reciente estreno del cine cubano de ficción) resulta espléndida; no sólo por la época o por la dirección de arte nos recordó "La última cena", aquella maravillosa contribución de Tomás G. Alea a lo que pudiéramos llamar "la Historia ficcionada" y sus lecturas contemporáneas, sino por la elegancia que se logra en la representación toda, y en la dialéctica interrelación conseguida entre lo escrito y su plasmación escénica.
Tanto ese aspecto referido (la dirección artística, de Derubín Jácome y Nieves Laferté) como otros directamente relacionados con el mismo (el diseño de vestuario de Diana Fernández y Vladimir Cuenca; la fotografía de Livio Delgado; el maquillaje y peluquería de Magalys Pompa y Paco Aguiar...) apuntan a algo más que a conseguir notablemente la tan necesaria ambientación de un "film de época"; mucho más que ello, tienden a la exquisitez y el detalle, conscientes de la importancia que detentan sus respectivos acápites en el todo que significa el sistema fílmico; Livio, por ejemplo, traduce su experiencia y veteranía en el lente mediante una expansiva recreación del paisaje caribeño: sus verdores, sus rejuegos luminosos, su exuberancia cromática, huyen sin embargo, a años-luz de la postal turística, para concentrarse en la importancia que el contexto natural , digamos, juega en la historia; y no por ello olvida la lobreguez y asfixia que trasmiten ciertos espacios urbanos (tabernas, calles, salas de casas aristrocráticas...) para atrapar admirablemente la sombra o la declarada penumbra (1).
Así, trajes, peinados, muebles, cocina, decorados interiores, hasta maneras de andar y bailar, reproducen con fidelidad los diversos estratos que conviven en la obra: la rancia aristocracia de la época, la casta rectora, la servidumbre, los negros esclavos (o los "negros obreros" de Angerona), la intelectualidad progresista ... todo respira autenticidad y fidelidad según el trabajo esmerado de estos artistas.
Una no menos cuidada edición (Nelson Rodríguez-Lina Baniela) logró imbricar los diferentes pasajes de la historia, y sumarse creadoramente al sutil crescendo con que la misma va alimentando el decursar narrativo. La música es también vital en Roble... que, amén de "oler" tan bien, suena como Dios manda: Sergio Vitier, ese culto y creativo músico nuestro, colaborador habitual de las bandas sonoras del cine cubano, es responsable de esos acordes incidentales que discretamente acompañan determinados pasajes, o de ciertos elementos y células en otros donde vibra y late el Caribe desde sus peculiaridades rítmicas y tímbricas, lo cual complementa perfectamente la selección hecha por el director, que trasmite y fija las coordenadas epocales: Mozart , Häendel y Vivaldi se integran a la perfección a la banda sonora, y no sólo desde esa sublime orquesta de negros que, con sus "conciertos barrocos", hubiera hecho las delicias de Carpentier, sino en determinados momentos (como el final), complementando su fuerza y dramatismo.
Todos estos acápites no son una mera sumatoria de talentos que han hecho lo suyo y por tanto, desde sus frentes, han generado la película; aunque pareciera obvio, no está de más recordar que los mismos responden a una idea rectora, un concepto, y han sido diseñados, concebidos previamente por el director, Rigoberto López.
Por la gran cantidad de actuaciones protagónicas, secundarias, especiales y corales, éste es sin dudas, uno de los rubros decisivos de Roble..., y amén de una encomiable labor de conjunto, quisiera resaltar ante todo la agradable sorpresa que significa el debut de la soprano Raquel Rubí (la prima), como para un premio de "actriz revelación" (amplia gama de recursos histriónicos, pero a la vez, contención y matización), junto a otros no sorprendentes por una aún no muy extensa pero ya consolidada trayectoria (Abel Rodríguez, Edwin Fernández, Idalmis del Risco...) y otro curioso despegue (el joven director teatral Raúl Martín).
En tanto protagónicos, el irregular Jorge Perugorría revela aquí uno de sus notables desempeños: nos recuerda que tiene fibra, "madera" como se dice, y cuando es bien dirigido en papeles de envergadura puede hacer emerger no poco para admirar. Lía Chapman, por su parte, ostenta una elegancia y una prestancia que van con el personaje, mas no siempre logra salir airosa de transiciones y matices; hubiera sido preciso redondear mejor un personaje rico y pletórico de interesantes aristas psicológicas y sociales.
De cualquier modo, aunque ante tantos actores uno siempre tiende a deslindar lo superlativo de lo simplemente funcional o correcto, no es menos cierto que este acápite no demerita el resto de los elementos integrantes del film.
"Roble de olor" es, sin lugar a dudas, madera preciosa del cine cubano (y no sólo del más reciente), entrada triunfal de Rigoberto López en el necesitado camino de la ficción y un título que nos permite llenar los pulmones de aire fresco, saludable, esperanzador, en el azaroso panorama de las nuevas producciones.
(1) NOTA: Me gustaría llamar la atención sobre la diferencia de concepción fotográfica entre el siglo XIX que ha reflejado su gran estudioso en el cine nuestro, Humberto Solás, y el que aquí se aventura; en los frescos anteriores (llámense "Cecilia", "Amada", "El siglo de las luces"...), predomina la casi oscuridad; Solás ha querido reflejar sobre todo el lado tenebroso de costumbres e ideas, y sus fotógrafos, magistralmente lo han entendido y proyectado así; Rigoberto y Livio, por el contrario, acercan tonos pasteles, espacios luminosos, amplios y claros, el blanco es una gama protagónica, pues justamente se trata de una utopía, un espacio excepcional dentro de la tiniebla reinante; debido a ello, a medida que el sueño cede a una umbrosa y terrible realidad, se aprecia un oscurecimiento progresivo de la imagen, lo cual delata así mismo cuidado y rigor dentro de este decisivo rubro tecno-expresivo.