Crítica: "Cómo ganar enemigos"... o pescar arenques

por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
''Cómo ganar enemigos''


Por Benjamín Harguindey

"Cómo ganar enemigos" (2014), del argentino Gabriel Lichtmann, empieza como una comedia romántica y termina como una especie de policial. Nunca llega a ponerse buena. Los diálogos son demasiado extraños y forzados como para creer que hay química entre Lucas (Martín Slipak) y Bárbara (Inés Palombo), quienes utilizan jerga legal para flirtear de una manera que no es ni sexy ni ingeniosa. Ni el misterio es particularmente fascinante: el culpable es obvio desde un principio, y el cómo/por qué es menos interesante de lo que la película pretende.

Lucas se despierta al día siguiente de su cita con Bárbara y descubre que le han robado el dinero que, no casualmente, había retirado del banco ese mismo día. ¿Fue Bárbara? Lucas está convencido de que la trama es más complicada de lo que aparenta, y decide poner a prueba su amor por la literatura detectivesca (lee Agatha Christie y Patricia Highsmith, tiene un perro llamado Sherlock, etc.) e investigar todo tipo de falsas pistas antes de alcanzar al espectador, quien debería haber descifrado ya el misterio mucho antes que él. Sino por un elemental proceso de eliminación, porque leyó la infelizmente redactada sinopsis de la película.

La investigación de Lucas está plagada de déficits: teorías que jamás se ponen a prueba, pistas que se abandonan antes de siquiera seguirlas, indicios que se siembran al principio y quedan en la nada, relaciones entre personajes que no se resuelven, personajes que desaparecen de la trama, etc. Es la novela de misterio más desinteresada por sí misma jamás escrita. El final es el colmo del desgano: al detective y al criminal ya no les importa resolver el crimen o salirse con la suya, y nunca se da un buen motivo para tal descuido.

Los malos diálogos siguen a la película por todos lados, y se parecen a una mala rutina de comedia de improvisación. Entre Lucas y una bibliotecaria: “Mi nombre es Lucas”. “Cuando tenga un hijo voy a ponerle Lucas. Yo soy Ana”. “Mi mamá se llamaba Ana”. Y así. Los actores recitan sus líneas con un énfasis risible, como si estuvieran hablando en código todo el tiempo. El único a gusto es el cómico Sagrado Sebakis, que hace del amigo atorrante de Slipak y se roba las escenas con pura recitación y lenguaje corporal.

Slipak tampoco está mal en el papel de un infeliz abogado con aspiraciones a detective. El problema es el tono de la película. Como ganar enemigos debería haberse jugado por la sátira o el absurdo, en vez de tomarse la enredada trama tan a pie de la letra y querer minar drama, comedia, romance y misterio en el camino. El resultado es un experimento fallido, pero curiosamente divertido a pesar de sí mismo. Es el tipo de película que dobla la apuesta constantemente a pesar de no hacer más que perder hasta el final. Hay un placer perverso en ver cuán bajo cae. Y por qué no, el “disfrute irónico” está de moda.

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