Colaboración: Los mocasines de Gene Kelly

por © NOTICINE.com
Gene Kelly y sus mocasines
Por Sergio Berrocal

La primera vez que le vi en París con mocasines negros, Gene Kelly, que en ese momento no cantaba bajo la lluvia, me convenció con su sonrisa cinco estrellas de que si no has convivido un tiempo con unos mocasines salerosos no eres nadie. Me alegró porque desde muy joven yo había pateado la vida provisto de mocasines, y no sabía de su magia. Los primeros eran muy modestos, adquiridos con mis primeros cuartos de aprendiz de periodista en Tánger, entonces ciudad internacional.

Estoy convencido de que los partidarios de los mocasines tenemos algo de particular. Somos distintos de los que no vacilan en encerrar sus pies en zapatos con astringentes cordones bien atados.

Nosotros no tenemos nada que atar. Quizá, se me ocurre, porque sabemos desde la época de la lactancia, que nada se ata en la vida. Todo anda suelto.

Y qué decir de los que creen romper moldes con unas de esas zapatillas de deportes, carísimas de la muerte, que algunos osan ponerse hasta con un esmoquin.

El mocasín es la libertad.

Gene Kelly bailaba, yo trataba de escribir.

Pero hay gente que lleva mocasines sin saber lo que hace.

Y hay mocasines que se pierden en pies que nada tienen que hacer con ellos.

La otra tarde no vi llover y estaba el escritor Fernando Sánchez Dragó presentando su nueva emisión literaria ("Libros con wasabi", en TVE2).

Tenía a su lado hermosas mujeres, porque este hombre que tuvo la valentía de dar a luz a un hijo, sí, los hombres también parimos, cuando ya tenía 71 años, ha pasado la vida entre esos sueños, a veces pesadillas, que son las mujeres.

Mujeres que a ratos te adoran y ratos te detestan con la misma dulzura impregnada de poderío.

Oírle hablar de "sus" mujeres, creo que nunca diría aventuras amorosas, supone un placer que yo recomiendo a todos y a todas los que quieran disfrutar un rato de los gozos y las sombras de un gran escritor.

Aquel Gene Kelly-mocasines del que estaba hablando antes que saliera Dragó, era un tipo encantador con el que charlé durante un par de horas en algo que debía parecerse al portuñol de Brasil.

Me da la impresión de que se murió con la misma sonrisa que me regaló aquel día.

Eso sí, ignoro cómo sería cuando le daba la locura de apretarse unos zapatos con cordones. No quiero ni pensarlo.

Mi fe en los mocasines es pura superstición de la dura, la que te lleva a la santidad. Pero qué bonita es.

Está también la casualidad de que Dragó los tuviera puestos en el momento de su emisión que, como todo lo que toca, será un exitazo.

Tengo que preguntarle si se siente más dicharachero e inteligente cuando lleva los mocasines que cuando en su casa los cambia por zapatillas.

Reconozco que cuando llegué a París en el invierno 1957 no tuve más remedio que guardar mis mocasines tangerinos y comprarme una especie de botas de felpa, feas como el hambre, que no obstante me permitieron sortear el primer invierno parisiense.

Creo que mis primeros enamoramientos en París, sobre todo en los estudios de cine donde yo pasaba parte del día buscando temas, empezaron por los pies.

Ellas veían mis mocasines y solamente entonces examinaban el resto de la mercancía.

Ya sé que les parecerá insustancial, pero este tipo de calzado fue un elemento importante en la aventura de mi vida.

Me atrevo a decir que mucha gente me recibía con más placer al descubrir que comulgaba con mocasines.

Cuando ya empecé a viajar regularmente de París a Madrid, encontré en la Calle Serrano y en algunas de sus boutiques las creaciones más maravillosas que se podían imaginar en esa especialidad.

Había una boutique, entonces llamada tienda que importaba los más bellos mocasines italianos. Costaban un dineral pero eran únicos. En París, mi cotización aumentó en cuanto tuve ocasión de exhibirlos.

Aún en la época del Caudillo, Madrid tenía tiendas de lujo que bien valían las que se encontraban fuera de sus fronteras.

En este caminar, enamoré de veras, me casé y tuve hijos, cuatro. Todo acompañado por mis mocasines mágicos.

Y medio siglo después, sigo siéndoles fiel. Aunque el hecho de vivir en una playa me ha hecho adoptar para la temporada veraniega un derivado del mocasín que se inventaron al parecer para Julio Iglesias.

Pero seguimos siendo fieles.

Estas botas son para caminar, proclamaba en un disco Nancy Sinatra, hija del cantante, cuando hubo un tremebundo apagón en Nueva York.

Nosotros diríamos que estos mocasines son para soñar. Y no necesitamos que la ciudad se quede a oscuras.

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