Alex de la Iglesia escribe sobre "Mi gran noche"

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Alex de la Iglesia
Por Alex de la Iglesia *

Esta película propone un “mundo”, un espacio único en el que los personajes se mueven, crecen y mueren. Se trata de un espejo que deforma la realidad, alterándola para así hacerla reconocible. En lo grotesco encontramos esa distancia necesaria para vernos en conjunto, dibujados con trazos gruesos que nos separan del fondo, de manera clara y distinta. La caricatura tiene una peculiaridad: nos describe rápidamente, y nuestro corazón atrapa de un bocado el sabor auténtico del personaje, la trama, las secuencias. El espectador no duda, entiende al instante cuál es su posición, reflejada en la película, con respecto a los personajes, los estereotipos que se articulan en nuestro discurso.

Lo grotesco, la exageración, se nos presenta delante de nuestros ojos atrapado en ese mundo cerrado, como una propuesta separada, sin mancharnos con subjetividades. No ofende, porque no nos pertenece. Sin embargo, al descubrirnos a nosotros mismos reflejados en el espejo, la catarsis funciona de igual manera, pero sin su aspecto aleccionador y dominante. Nuestra alma se purifica pero nadie nos da lecciones. El espectador, al involucrarse en la trama, experimenta el sufrimiento de los personajes de igual manera que en la tragedia. Después de presenciar el espectáculo grotesco de la comedia se entiende mejor a sí mismo, pero repito, nadie le obliga a cambiar sus decisiones, sólo a reírse de ellas.

En la tragedia clásica las desgracias provienen de la soberbia, creerse superiores a los mismos dioses. En la tragedia grotesca, es decir, la comedia, nuestra comedia, el principal defecto de los personajes es, quizá, su confianza en la realidad, creer que la vida tiene sentido, que puede ser comprendida, olvidando que su principal objetivo es dejarse llevar, ser felices, más que ser sabios. Los espectadores entienden que sus decisiones no conducen necesariamente a sus lógicas consecuencias, y por tanto, no son culpables. Al contemplar la farsa, la audiencia advierte que, ante el caos, a uno sólo le queda una opción sensata: bailar.

La comedia “desbloquea” ese sentimiento de culpa inyectado por los racionalistas y te empuja a celebrar nuestra primitiva inocencia y el desastre de sabernos atados al destino. La cuestión es conseguir el máximo ritmo, la mayor velocidad posible en el ametrallamiento de los diálogos, para lograr esa sensación de inabarcabilidad que pesa sobre este mundo grotesco y sobrecogido. Como en la vida, no habrá tiempo de detenerse un segundo para pensar, y la sensación que provocará a la audiencia será siempre de agotamiento o extenuación.

Quiero que el público exija mentalmente un receso que no llegará nunca. Vamos siempre por delante en los acontecimientos, y el espectador se sentirá sobrepasado. La cámara no para quieta, moviéndose entre los personajes como un personaje más, siempre en movimiento, intentando atrapar esa sensación de tío vivo grotesco. Un parque de atracciones habitado por monstruos, payasos crueles, tentempiés sonrientes que no se detienen en su movimiento continuo.

La comedia necesita de esa urgencia para imitar la vida. Ese recurso de movimiento incesante está acompañado de música y ritmo. Quería que las secuencias de diálogos parecieran números musicales, y los números musicales, diálogos enzarzados entre bailarines. Un inmenso ritual dionisiaco donde los espectadores no tendrán respiro, descubriéndose a sí mismos como parte de la pantomima.

(*): El cineasta vasco Alex de la Iglesia se ríe del show-bussiness y de la televisión en su nueva comedia, "Mi gran noche", con la complicidad del cantante Raphael y de una mayoría de actores familiares a su cine. Tras su paso por Toronto y San Sebastián, la película se estrena esta semana en los cines españoles.

Entrevista exclusiva con Alex de la Iglesia y Raphael.


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