Colaboración: Platero y la Pepi

por © NOTICINE.com
Dibujo de Platero y Juan Ramón
 Por Sergio Berrocal

Hubo una época, lejos, muy lejos de la gloriosa del reconocimiento, de los parabienes, premios y otros collarcitos de cristal y plata de la que cagó la gata, hasta entonces reservados a los indios de los descubrimientos, en que, por lo visto, por lo leído, Juan Ramón Jiménez tuvo que editarse él mismo. No había editorial que quisiera sus delirios. Lo dice Rafael Alberti, que además de poeta tenía una boquita que ni pintada, en unas memorias que más se parecen a un ajuste de cuentas entre traficantes de alcohol en el Chicago de los años veinte.

El hombre, el gaditano, el poeta de pelo en el pecho y puño en alto, no amaba demasiado al padre de “Platero y yo”, probablemente porque le tenía esa envidia que engendra el hambre del talento de los demás.

Todos tenemos nuestro poeta, nuestro burrito, aunque nadie le haya oído rebuznar.

Al final, después de vivir y morir con la locura que le llevaba de vez en cuando a un sanatorio, Juan Ramón Jiménez consiguió que Platero se hiciera mayor e invadiera el mundo. Y hasta lo metieron en el cinematógrafo, gloria de glorias.

Ellos, Federico García Lorca, Juan Ramón, Alberti, Buñuel, Dalí y otros cuantos, jugaban en el patio de los grandes. Eran de familias acomodadas, ricos.

Era probablemente fácil ser un genio porque no había francotiradores. Los demás, los mediocres de la sociedad y los pobres iban a trabajar a las fábricas o se morían de hambre. Punto final.

Tú, bellaco de los mil mares que nunca viste la Biblia, te agazapas en el sofá y cierras los ojos. Envidias a esos pájaros que pudieron volar en aquellos años de pobres y ricos. Ahora todos somos iguales, igualitos, recortaditos, no hay ninguna diferencia. Todos mulos para los gitanos.

Quieres escribir. No tienes el talento del inventor del burrito literario, ni del fusilado de Granada, ni del Alberti de las marismas folclóricas, ni siquiera el del otro.

Te ha tocado vivir el siglo de los apagones informáticos, de los teléfonos que dan derecho a todo el mundo a hablar, a babosear, a decir imbecilidades.

Época de radios abominables donde los premios los ganan los queridos oyentes que se psicoanalizan contando sus mil mentiras mientras el locutor, su prima y la vecina del quinto se mueren de risa.

Qué bruta es esta tía, te das cuenta. Cuente, cuente, no pare. Que no pare la muy zorra que me queda todavía media hora de emisión y a ver con qué la relleno.

¿Y entonces usted le pidió una orden de alejamiento? Muy bien, señora, claro que sí, cuente, cuente que estamos aquí para ayudarla.

El tipo cierra el micrófono y se muere de la risa. Pepa, si no fuera por estas catetas o los taxistas y algún que otro camionero estaríamos en Doctor Fleming intentando ganarnos las habichuelas. Pero ya sabes lo mal que nos fue la última vez.

Claro que sí, señora, tiene usted razón, que los hombres son unos gorrinos. Todos a la cárcel, todos a la cárcel. Y no dejen de llamar al número que ya le hemos dado. A mandar señora. Bueno, bueno, no llore usted, Merceditas, que ya hemos acabado la emisión y ahora vienen los anuncios. Que nos llame usted mañana a la misma hora…

Y entonces te acuerdas de que quieres escribir. Pero como ya yo hay soldaditos para ser madrina, pues escribimos para ser grandes plumas, así lo dicen en RadioPatín. Vaya que si lo dicen.

Que sí señora, que los cipreses pueden creer en Dios pero hay muchos cipreses ateos o que no se entienden más que con Jesús, no son su padre.

Mire, señora oyente que oye con amor, nosotros los que escribimos sin ton ni son, los que no tenemos editoriales que nos impriman y apenas cuatro lectores que nos lean y eso porque le regalamos los libros que nos cuestan una pasta coproducirlos, que sí, señora, que así se dice, bueno, pues vaya usted con Dios y páseme a la Pepi. Hola, doña Josefa, le contaba… Sí ya sé que no se le puede decir nada, que no entiende nada.

Escuche, señora, que sí, mujer que se le oye muy bien, sí claro, con el pedazo de Aifone ese que se ha comprado usted debe de ser una alegría. Ah, que no se lo ha comprado, que se lo ha regalado su sobrino…

¿Cómo, que su sobrino es escritor? Ah, que hace como nosotros, que escribe lo que le da la gana y paga para que se lo pongan en unos cuadernillos. Anda, con foto y todo en la portada.

¿Cómo?

Dice usted que su sobrino escribe por rabia, porque quiere reivindicar su lugar en Chueca, donde todo se ha puesto muy caro y ya no se puede ser un homosexual decente.

Qué cosas tiene usted. Que no, que no quiero que me lo presente.

Mire usted, doña Pepi, dígale a su sobrino que yo también quiero ser escritor. Esto de la radio es para sacarme unos cuartos y ya sabe usted.

Que no, que yo no soy homosexual ni vivo en Chueca. ¿Cómo se llama la nueva novela de su sobrino? ¡Cómo! ¿”Orito y yo”? Pero, Pepi, que eso se parece mucho… Ah, que su sobrino dice que “Platero y yo” es una burda copia de su novela, “Orito y yo”...

Pepi, Pepi, vamos a tener que dejarlo aquí. Me dicen del control que vienen las noticias. Y detrás la Guardia Civil. Adiós, mi vida…

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