Colaboración: Cuando Don Alfredo Guevara baje del cielo…

por © NOTICINE.com
Alfredo Guevara
Por Sergio Berrocal     

Érase una vez una monjita norteamericana joven y bonitilla que llega a Cuba para servir a Dios en el convento de Santa Clara, “allá por La Habana vieja”. Lo cuenta una extraña película “cubana” firmada, que no filmada, por un tal Sam Morrill desde una web de Internet que por lo visto se dedica a presentar películas “cubanas”.

¿Pertenece realmente esta cosa a la hornada de ese “nuevo cine” cubano del que tanto se cacarea?

Un cine que se haría, se supone, al margen del ICAIC, ese Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos que desde 1959, año de la Revolución, convirtió a Cuba en potencia cinematográfica regional de la que se ha inspirado toda América Latina. Y, de paso, ha producido enormes películas.

Pero ahora, con los “nuevos” tiempos, el entrecomillado es más imprescindible que nunca, ha cundido la ilusión de que se romperían rápidamente moldes en el cine cubano y me contaron que varias productoras “independientes” están ya operando en La Habana.

Ah, sí, la monjita norteamericana, neoyorquina por más señas, llega por fin al aeropuerto José Martí, sube en un taxi que es un viejo auto norteamericano y en seguida, antes de que haya rezado su primer rosario se enamora de un jovencísimo cubano.

Mientras va del aeropuerto a su convento, la monjita y el chófer hablan sin parar en inglés, y como los subtítulos están en inglés igualmente, llegas a querer que toda la tierra hable sueco para entenderse mejor. Es una locura, puro delirio. Además, la muchacha ni se pone el cinturón de seguridad mientras el taxi corre veloz hacia su maldito destino.

Un amigo del taxista, tan joven como él, el futuro enamorado de la monjita, regenta un local donde por diez pesos te prestan por un ratito una escopeta de plomos para que fusiles la foto de tu ser más odiado. Interesante terapia que todavía no ha llegado a Europa.

Este simpático muchacho tiene una novia cubana preciosa y que no es monja, circunstancia que ha aprovechado para hacerle un hijo según las reglas más estrictas que rigen en nuestras sociedades machistas.

Ella está encantada con ser mamá y él, probablemente para animarla según el mismo método psicadélico del tiro a las fotos, le dice que no se haga ilusiones que por el momento lo que tiene en el vientre no es más que un montón de carne sin apariencia humana. Es decir, concluye el joven filósofo, que todavía no es una criatura de Dios. Un discurso que anima a la muchacha… Bueno, digamos que para cuando ocurre esta escena, en español por una vez, él ya se ha enamorado de la monjita yanqui y yo estoy a punto de arrojar mi ordenador por la ventana.

Con Dios habla la monjita en su convento cuando descubre, algo azorada es cierto, aunque el azoramiento no le dura mucho, que se ha enamorado locamente del joven, sí el de los tiros que está a punto de ser papá del montón de carne.

Se besan, se besan y se vuelven a besar. Y ya no puedo contarles nada más, porque la película se me cortó en ese momento tan palpitante y ya no sé si finalmente un obispo cubano les echó las pertinentes bendiciones.

Uno, que cada día entiende menos de cine, ha comprendido todavía menos de lo que les he contado, pero verlo, con planos paupérrimos, sin el menor esfuerzo en los encuadres (¿qué será eso?), con un texto aburridísimo, un sonido execrable, sobre todo teniendo en cuenta que una parte es en inglés, y con una foto que ni los fotomatones más primitivos… ¿Será que quieren refundar el cine? Mon Dieu! Mon Dieu! Y los Lumière sin enterarse…

Dicho lo dicho, creo que es un excelente producto “cubano” para exportar a los Estados Unidos de América. Seguro que fascinará a esa franja de público adolescente norteamericano traga todo a la que alguna vez se refirió Woody Allen. Estoy convencidísimo, íntimamente, que les encantará oír a la monjita neoyorquina y al taxista habanero hablar en la lengua de Shakespeare, aunque no sepan quién era este señor.

Lamento haber desperdiciado más de 700 palabras para hablar de un bodrio pero es mejor martillear para que la gente esté advertida. Si esto es cine “cubano” volvamos a los viejos métodos del oficialista ICAIC que dio momentos cinematográficos gloriosos como “Memorias del subdesarrollo” o “Fresa y chocolate”.

Baje de su paraíso, Don Alfredo Guevara, usted que creó ese maravilloso cine cubano, y ponga orden entre esos insensatos que quieren convertirlo en un fangal “cinematográfico”. Y hasta quizá dar sepultura a ese cine que usted y otros levantaron hasta la gloria de todos los olimpos del séptimo arte.

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