Cine venezolano despide a Margot Benacerraf
- por © Marina Durán-NOTICINE.com
La cineasta venezolana Margot Benacerraf, pionera del cine en su país y una de las primeras mujeres en participar en el Festival de Cannes, falleció el pasado miércoles en Caracas a los 97 años. Su familia comunicó la noticia con "profunda tristeza", recordando a una mujer que dejó una marca indeleble en la cultura cinematográfica de Venezuela.
Benacerraf es conocida principalmente por dos películas documentales que se han convertido en clásicos del cine latinoamericano: "Reverón" (1952) y "Araya" (1959). "Reverón" es un documental que explora la vida del pintor venezolano Armando Reverón, mientras que "Araya" es una narración poética sobre la vida en las salinas de Araya, en el oriente de Venezuela. Con "Araya", Benacerraf ganó el premio FIPRESCI en Cannes en 1959, compartiendo el galardón con "Hiroshima mon amour" de Alain Resnais.
Margot Benacerraf no solo dejó huella a través de su obra cinematográfica, sino también mediante su labor como gestora cultural. En 1966, fundó la Cinemateca Nacional de Venezuela, que jugó un papel crucial en la vida cultural del país y en la formación de nuevos cineastas. Además, en 1991, creó Fundavisual Latina, un proyecto que, aunque originalmente concebido por Gabriel García Márquez, se destacó en la promoción del arte audiovisual latinoamericano bajo su liderazgo.
Entre los premios y condecoraciones recibidos a lo largo de su carrera se encuentran la Orden del Mérito de la República del Gobierno de Italia (1972), la Orden Andrés Bello del Gobierno de Venezuela (1974 y 1975), el Premio Nacional de Cine (1995), y la Medalla Páez de las Artes (2019). En 1987, el Ateneo de Caracas inauguró la Sala Margot Benacerraf, dedicada al cine de arte y ensayo, que se convirtió en un referente para la proyección de cine contemporáneo.
En una entrevista con Álvaro Mata, Benacerraf compartió reflexiones sobre sus inicios y la lucha por abrirse paso en una sociedad conservadora. "Inexplorados no, sino prohibidos. Aunque mi padre era una persona generosa, abierta, la sociedad caraqueña en los años 40 era muy cerrada", comentó. A pesar de las dificultades, logró estudiar en el Liceo Andrés Bello y luego en la Universidad de Columbia en Nueva York, donde se interesó por el cine.
Su viaje al mundo cinematográfico no fue sencillo. Benacerraf relató cómo consiguió entrar en una prestigiosa escuela de cine en París: "En la calle, me encontré con el cineasta César Henríquez, quien me dijo que había una escuela de cine muy buena en París... presentamos un examen muy difícil, donde participamos unas 100 personas, y solo aceptaron a 10, entre las cuales estaba yo".
La cineasta habló sobre el significado de su obra más conocida, "Araya": "Yo busqué justamente eso, porque me parecía que era exactamente la representación de lo que es América Latina... como si la cámara hubiera llegado con los conquistadores en el año 1500, y después ver cómo irrumpía el nuevo mundo". La realización de esta película fue un esfuerzo monumental: "Esa película la hicimos un camarógrafo y yo, solamente dos personas para todo -sonido, luces, imagen-" señaló, mencionando también que pagó con su salud el esfuerzo físico sobrehumano que implicó la filmación.
Tras "Araya", Benacerraf se dedicó a la gestión cultural, contribuyendo significativamente al desarrollo del cine venezolano a través de la fundación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA) y otros proyectos. Comentó sobre esta etapa de su vida: "Me sentí en la obligación de hacerlo, pues si yo había tenido la suerte de estudiar afuera, a mi país le debía enseñar lo que había aprendido".
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Benacerraf es conocida principalmente por dos películas documentales que se han convertido en clásicos del cine latinoamericano: "Reverón" (1952) y "Araya" (1959). "Reverón" es un documental que explora la vida del pintor venezolano Armando Reverón, mientras que "Araya" es una narración poética sobre la vida en las salinas de Araya, en el oriente de Venezuela. Con "Araya", Benacerraf ganó el premio FIPRESCI en Cannes en 1959, compartiendo el galardón con "Hiroshima mon amour" de Alain Resnais.
Margot Benacerraf no solo dejó huella a través de su obra cinematográfica, sino también mediante su labor como gestora cultural. En 1966, fundó la Cinemateca Nacional de Venezuela, que jugó un papel crucial en la vida cultural del país y en la formación de nuevos cineastas. Además, en 1991, creó Fundavisual Latina, un proyecto que, aunque originalmente concebido por Gabriel García Márquez, se destacó en la promoción del arte audiovisual latinoamericano bajo su liderazgo.
Entre los premios y condecoraciones recibidos a lo largo de su carrera se encuentran la Orden del Mérito de la República del Gobierno de Italia (1972), la Orden Andrés Bello del Gobierno de Venezuela (1974 y 1975), el Premio Nacional de Cine (1995), y la Medalla Páez de las Artes (2019). En 1987, el Ateneo de Caracas inauguró la Sala Margot Benacerraf, dedicada al cine de arte y ensayo, que se convirtió en un referente para la proyección de cine contemporáneo.
En una entrevista con Álvaro Mata, Benacerraf compartió reflexiones sobre sus inicios y la lucha por abrirse paso en una sociedad conservadora. "Inexplorados no, sino prohibidos. Aunque mi padre era una persona generosa, abierta, la sociedad caraqueña en los años 40 era muy cerrada", comentó. A pesar de las dificultades, logró estudiar en el Liceo Andrés Bello y luego en la Universidad de Columbia en Nueva York, donde se interesó por el cine.
Su viaje al mundo cinematográfico no fue sencillo. Benacerraf relató cómo consiguió entrar en una prestigiosa escuela de cine en París: "En la calle, me encontré con el cineasta César Henríquez, quien me dijo que había una escuela de cine muy buena en París... presentamos un examen muy difícil, donde participamos unas 100 personas, y solo aceptaron a 10, entre las cuales estaba yo".
La cineasta habló sobre el significado de su obra más conocida, "Araya": "Yo busqué justamente eso, porque me parecía que era exactamente la representación de lo que es América Latina... como si la cámara hubiera llegado con los conquistadores en el año 1500, y después ver cómo irrumpía el nuevo mundo". La realización de esta película fue un esfuerzo monumental: "Esa película la hicimos un camarógrafo y yo, solamente dos personas para todo -sonido, luces, imagen-" señaló, mencionando también que pagó con su salud el esfuerzo físico sobrehumano que implicó la filmación.
Tras "Araya", Benacerraf se dedicó a la gestión cultural, contribuyendo significativamente al desarrollo del cine venezolano a través de la fundación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA) y otros proyectos. Comentó sobre esta etapa de su vida: "Me sentí en la obligación de hacerlo, pues si yo había tenido la suerte de estudiar afuera, a mi país le debía enseñar lo que había aprendido".
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