Debate: A propósito de un taller cubano de la crítica... sin críticos
- por © NOTICINE.com
30-III-05
Por Juan Antonio García Borrero
Con su insobornable propensión a la polémica, Frank Padrón nos ha lanzado una provocación a agradecer. Su comentario sobre el recién concluido XIII Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica celebrado en Camaguey encierra no pocas reflexiones dignas de atenderse, solo que como sabemos que ocurrirá, muy pocos se darán por enterados, y si se dan, será para mencionar el hecho de que no fueron invitados al encuentro.
Un escrito como el de Frank Padrón merecería una mejor suerte que esa réplica de pasillo que no trasciende, que nada aporta ni siquiera al que la escucha. Frank ha puesto el dedo sobre una llaga que ya a estas alturas deviene inquietante: el estado de salud de la crítica cinematográfica cubana en los momentos actuales, y el desánimo de mucho de sus miembros para debatir problemas que pueden ser importantes para el crecimiento profesional del gremio.
A mí en lo personal no me disgusta que el evento se haya celebrado sin la presencia de los críticos más conocidos del país. Me hubiese encantado contar con su presencia, pero creo que uno de los grandes males que aún tiene la crítica cubana es que cree que solo merece oírse ella misma, y este evento demostró que nos falta mucho por escuchar de quienes no forman parte del gremio. Lo mismo ocurrió el año pasado, cuando ningún crítico asistió a pesar de ser invitados, y en cambio, creadores como Fernando Pérez, Raúl Pérez Ureta, Luis Alberto García o Jorge Perugorría no dudaron en viajar a Camaguey y aportar sus valiosas ideas, gesto que con creces agradeció el público.
Frank Padrón estuvo presente en aquel primer encuentro de la crítica, celebrado en el ya lejano pero inolvidable por varias razones, año 1993. Aquel encuentro fue mágico, pero este último también. Lo paradójico es que en aquel estuvieron presentes “los monstruos sagrados” del giro, o los doce apóstoles, como también les llaman, y en este último, quienes asistieron a la parte teórica, apenas pudieron reconocer al propio Frank Padrón como practicante de la crítica, y a pesar de eso, nunca (a lo largo de la historia de los talleres) se han visto tan abarrotadas las sesiones. No solo estuvo llena todo el tiempo la Oficina del Historiador, sino que nadie se movió de los asientos, que es más difícil aún de lograr: convocar y mantener a la audiencia.
Creo que esto tiene una explicación mayor: la gente está ansiosa de escuchar voces nuevas, y esta vez encontraron en Julio García Espinosa, Enrique Pineda Barnet, Maggie Mateo, María del Rosario Pereira, Luis Álvarez, Mario Piedra, Enrique Molina, Roberto Smith y el propio Frank Padrón, entre otros, la posibilidad de explorar nuevos ángulos de la cultura audiovisual. No hablo de suprimir las voces críticas que ya conocemos, sino de combinar estas con otras que privilegien nuevas dimensiones del conocimiento.
Sobre todo la primera mesa, dedicada a revisar lo que está pasando con el cine en el Caribe, devino paradigma de lo mucho que aún tiene que aprender el crítico de cine al uso de sus colegas en otras áreas. Muy pocos de los críticos cubanos que ahora mismo ejercen en nuestro país hubiesen podido aportar la mitad de lo que aportaron quienes disertaron ese día. De modo que es un problema de ángulos, pero creo que lograr el éxito en un taller dedicado a la crítica de cine… sin los críticos, ha sido el más rotundo de los logros en la historia de estos encuentros.
Pero en verdad, creo que la crítica de cine en Cuba tiene hoy otras cosas más importantes sobre la que meditar que el hecho de que sus miembros asistan o no a un evento. En lo personal, me preocupa mucho más que ese crecimiento indiscutible que se advertía hacia mediados de los noventa, ahora mismo parezca detenido, cuando no en franco retroceso. No hablo de la falta de disposición para integrarse a un debate colectivo que pudiera contribuir al mejoramiento del cine cubano, sino a la apatía con que nuestra crítica prácticamente asume que ya ha dado todo lo que podía dar.
Hay varios ejemplos de esta suerte de somnolencia, pero uno particularmente me llama la atención: la nula participación de nuestros críticos en el Premio Nacional de Investigación que anualmente convoca el Ministerio de Cultura, y que año tras año (ya va por su cuarta edición), no obstante el conocimiento de los estudiosos, es pasado por alto, a pesar de lo tentador que resulta incluso en el plano económico. Habría que preguntarse por las razones de nuestra crítica para no participar. Yo tengo mis impresiones, pero preferiría que algún día se discutieran entre todos, de manera transparente, qué está fallando en la motivación de los críticos cubanos para, no obstante la cantidad de libros relacionados con el cine que anualmente se publican en el país, no presentarlos a ese espacio de confrontación.
Quizás una de las cuestiones que pudiera debatirse en la próxima cita sea precisamente ese peligro al que ahora mismo parece arrimarse la crítica de cine en Cuba: el peligro de su autoaislamiento. No es justo que después de una década de intercambios fructíferos, de debates intensos que posibilitaron el crecimiento cualitativo de las investigaciones y discusiones relacionadas con el audiovisual, los críticos cubanos terminen haciendo de su incomunicación otra vez un estilo.
Por Juan Antonio García Borrero
Con su insobornable propensión a la polémica, Frank Padrón nos ha lanzado una provocación a agradecer. Su comentario sobre el recién concluido XIII Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica celebrado en Camaguey encierra no pocas reflexiones dignas de atenderse, solo que como sabemos que ocurrirá, muy pocos se darán por enterados, y si se dan, será para mencionar el hecho de que no fueron invitados al encuentro.
Un escrito como el de Frank Padrón merecería una mejor suerte que esa réplica de pasillo que no trasciende, que nada aporta ni siquiera al que la escucha. Frank ha puesto el dedo sobre una llaga que ya a estas alturas deviene inquietante: el estado de salud de la crítica cinematográfica cubana en los momentos actuales, y el desánimo de mucho de sus miembros para debatir problemas que pueden ser importantes para el crecimiento profesional del gremio.
A mí en lo personal no me disgusta que el evento se haya celebrado sin la presencia de los críticos más conocidos del país. Me hubiese encantado contar con su presencia, pero creo que uno de los grandes males que aún tiene la crítica cubana es que cree que solo merece oírse ella misma, y este evento demostró que nos falta mucho por escuchar de quienes no forman parte del gremio. Lo mismo ocurrió el año pasado, cuando ningún crítico asistió a pesar de ser invitados, y en cambio, creadores como Fernando Pérez, Raúl Pérez Ureta, Luis Alberto García o Jorge Perugorría no dudaron en viajar a Camaguey y aportar sus valiosas ideas, gesto que con creces agradeció el público.
Frank Padrón estuvo presente en aquel primer encuentro de la crítica, celebrado en el ya lejano pero inolvidable por varias razones, año 1993. Aquel encuentro fue mágico, pero este último también. Lo paradójico es que en aquel estuvieron presentes “los monstruos sagrados” del giro, o los doce apóstoles, como también les llaman, y en este último, quienes asistieron a la parte teórica, apenas pudieron reconocer al propio Frank Padrón como practicante de la crítica, y a pesar de eso, nunca (a lo largo de la historia de los talleres) se han visto tan abarrotadas las sesiones. No solo estuvo llena todo el tiempo la Oficina del Historiador, sino que nadie se movió de los asientos, que es más difícil aún de lograr: convocar y mantener a la audiencia.
Creo que esto tiene una explicación mayor: la gente está ansiosa de escuchar voces nuevas, y esta vez encontraron en Julio García Espinosa, Enrique Pineda Barnet, Maggie Mateo, María del Rosario Pereira, Luis Álvarez, Mario Piedra, Enrique Molina, Roberto Smith y el propio Frank Padrón, entre otros, la posibilidad de explorar nuevos ángulos de la cultura audiovisual. No hablo de suprimir las voces críticas que ya conocemos, sino de combinar estas con otras que privilegien nuevas dimensiones del conocimiento.
Sobre todo la primera mesa, dedicada a revisar lo que está pasando con el cine en el Caribe, devino paradigma de lo mucho que aún tiene que aprender el crítico de cine al uso de sus colegas en otras áreas. Muy pocos de los críticos cubanos que ahora mismo ejercen en nuestro país hubiesen podido aportar la mitad de lo que aportaron quienes disertaron ese día. De modo que es un problema de ángulos, pero creo que lograr el éxito en un taller dedicado a la crítica de cine… sin los críticos, ha sido el más rotundo de los logros en la historia de estos encuentros.
Pero en verdad, creo que la crítica de cine en Cuba tiene hoy otras cosas más importantes sobre la que meditar que el hecho de que sus miembros asistan o no a un evento. En lo personal, me preocupa mucho más que ese crecimiento indiscutible que se advertía hacia mediados de los noventa, ahora mismo parezca detenido, cuando no en franco retroceso. No hablo de la falta de disposición para integrarse a un debate colectivo que pudiera contribuir al mejoramiento del cine cubano, sino a la apatía con que nuestra crítica prácticamente asume que ya ha dado todo lo que podía dar.
Hay varios ejemplos de esta suerte de somnolencia, pero uno particularmente me llama la atención: la nula participación de nuestros críticos en el Premio Nacional de Investigación que anualmente convoca el Ministerio de Cultura, y que año tras año (ya va por su cuarta edición), no obstante el conocimiento de los estudiosos, es pasado por alto, a pesar de lo tentador que resulta incluso en el plano económico. Habría que preguntarse por las razones de nuestra crítica para no participar. Yo tengo mis impresiones, pero preferiría que algún día se discutieran entre todos, de manera transparente, qué está fallando en la motivación de los críticos cubanos para, no obstante la cantidad de libros relacionados con el cine que anualmente se publican en el país, no presentarlos a ese espacio de confrontación.
Quizás una de las cuestiones que pudiera debatirse en la próxima cita sea precisamente ese peligro al que ahora mismo parece arrimarse la crítica de cine en Cuba: el peligro de su autoaislamiento. No es justo que después de una década de intercambios fructíferos, de debates intensos que posibilitaron el crecimiento cualitativo de las investigaciones y discusiones relacionadas con el audiovisual, los críticos cubanos terminen haciendo de su incomunicación otra vez un estilo.