Colaboración: Pastor, el cubano
- por © NOTICINE.com
5-VI-05
Por Alberto Duque López
“Pastor”, así era conocido en ese universo sofisticado y exclusivo de los festivales de cine. O, “Pastor, el cubano”. Sin apellidos ni otras referencias uno lo buscaba en los pasillos alfombrados de los grandes hoteles o caminando junto al mar o sentado en una mesa degustando un plato de mariscos o un vaso de cerveza bien fría o una copa de vino tibio, o en la oscuridad de una sala mirando la película de un amigo que, impaciente, esperaba afuera su sabio y amable comentario…y lo encontraba con su sonrisa incansable y ese abrazo fuerte, que uno seguìa sintiendo un buen rato después. Camisas floreadas, gafas oscuras, mocasines y casi siempre de blanco, como amuleto personal.
Este hombre que acaba de marcharse para hacerle compañía a otros cubanos entrañables, Guillermo Cabrera Infante y Tomás Gutiérrez Alea y Jesús Díaz, era parte activa, muy activa de mis afectos cubanos dentro de los cuales caben, entre otros, el periodista Luciano Castillo, los directores Fernando Pérez y Manuel Pérez, el escritor Senel Paz, el guionista Ambrosio Fornet y el documentalista Jorge Fraga. Afectos que se extienden a los centenares de cubanos que he conocido en las numerosas visitas a un país que sigue siendo ejemplo de dignidad, humor, tolerancia e imaginación para armarse el rompecabezas cotidiano de la vida. Rompecabezas que Pastor supo, mejor que nadie, reflejar en sus películas.
En el festival de Cartagena de Indias se mantiene un rito: buscar a los cubanos, desayunar con ellos en medio de la algarabía de los micos y las guacamayas de los jardines del hotel Caribe, recibir ávidamente las noticias, las revistas y los periódicos llevados en agotadas maletas, y luego entregar libros y cartas para amigos comunes, además de compartir esas noches tibias que cambian de fecha mientras las carcajadas de algunos, como Pastor y su mujer Daisy Granados, alimentan la nostalgia por un posible regreso a La Habana. Ahora ese rito seguirá pero sin este hombre que tenía muchas historias guardadas para después.
Ese rito de Cartagena de Indias pudimos compartirlo en otros escenarios como San Juan o Moscú o San Sebastián donde Pastor era respetado por todas sus películas, especialmente “Retrato de Teresa” que, junto a “Lucía” de Humberto Solás, “Memorias del Subdesarrollo” y “Fresca y Chocolate” de Gutiérrez Alea, es el gran aporte cubano a la cinematografía universal.
Hablábamos de todo, durante largas horas y con el crítico colombiano Orlando Mora (el mejor conocedor actual del cine latinoamericano), analizábamos, decíamos, reíamos, comíamos, bebíamos, criticábamos, nos burlábamos, nos quedábamos callados y cansados mientras en el fondo yo sentía que a Pastor, lo mismo que a Cabrera y Jesús Díaz, yo los quería como seres humanos pero también como cubanos perfectos, con todo lo que esto significa. Dejó siete largometrajes pero con uno solo, furioso, agresivo, cargado de humor y sensualidad, personal y retador, había pasado a la memoria eterna del cine. Ahora habrá que seguirlo buscando en los próximos festivales. Que nadie se sorprenda si a la vuelta de una esquina lo encuentra. Sonriendo con su camisa floreada.
Por Alberto Duque López
“Pastor”, así era conocido en ese universo sofisticado y exclusivo de los festivales de cine. O, “Pastor, el cubano”. Sin apellidos ni otras referencias uno lo buscaba en los pasillos alfombrados de los grandes hoteles o caminando junto al mar o sentado en una mesa degustando un plato de mariscos o un vaso de cerveza bien fría o una copa de vino tibio, o en la oscuridad de una sala mirando la película de un amigo que, impaciente, esperaba afuera su sabio y amable comentario…y lo encontraba con su sonrisa incansable y ese abrazo fuerte, que uno seguìa sintiendo un buen rato después. Camisas floreadas, gafas oscuras, mocasines y casi siempre de blanco, como amuleto personal.
Este hombre que acaba de marcharse para hacerle compañía a otros cubanos entrañables, Guillermo Cabrera Infante y Tomás Gutiérrez Alea y Jesús Díaz, era parte activa, muy activa de mis afectos cubanos dentro de los cuales caben, entre otros, el periodista Luciano Castillo, los directores Fernando Pérez y Manuel Pérez, el escritor Senel Paz, el guionista Ambrosio Fornet y el documentalista Jorge Fraga. Afectos que se extienden a los centenares de cubanos que he conocido en las numerosas visitas a un país que sigue siendo ejemplo de dignidad, humor, tolerancia e imaginación para armarse el rompecabezas cotidiano de la vida. Rompecabezas que Pastor supo, mejor que nadie, reflejar en sus películas.
En el festival de Cartagena de Indias se mantiene un rito: buscar a los cubanos, desayunar con ellos en medio de la algarabía de los micos y las guacamayas de los jardines del hotel Caribe, recibir ávidamente las noticias, las revistas y los periódicos llevados en agotadas maletas, y luego entregar libros y cartas para amigos comunes, además de compartir esas noches tibias que cambian de fecha mientras las carcajadas de algunos, como Pastor y su mujer Daisy Granados, alimentan la nostalgia por un posible regreso a La Habana. Ahora ese rito seguirá pero sin este hombre que tenía muchas historias guardadas para después.
Ese rito de Cartagena de Indias pudimos compartirlo en otros escenarios como San Juan o Moscú o San Sebastián donde Pastor era respetado por todas sus películas, especialmente “Retrato de Teresa” que, junto a “Lucía” de Humberto Solás, “Memorias del Subdesarrollo” y “Fresca y Chocolate” de Gutiérrez Alea, es el gran aporte cubano a la cinematografía universal.
Hablábamos de todo, durante largas horas y con el crítico colombiano Orlando Mora (el mejor conocedor actual del cine latinoamericano), analizábamos, decíamos, reíamos, comíamos, bebíamos, criticábamos, nos burlábamos, nos quedábamos callados y cansados mientras en el fondo yo sentía que a Pastor, lo mismo que a Cabrera y Jesús Díaz, yo los quería como seres humanos pero también como cubanos perfectos, con todo lo que esto significa. Dejó siete largometrajes pero con uno solo, furioso, agresivo, cargado de humor y sensualidad, personal y retador, había pasado a la memoria eterna del cine. Ahora habrá que seguirlo buscando en los próximos festivales. Que nadie se sorprenda si a la vuelta de una esquina lo encuentra. Sonriendo con su camisa floreada.