El Personaje: Juan José Campanella, el hijo del Oscar
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Por Angel L. Esteban
Todavía presente el recuerdo de las emocionadas lágrimas - al mismo tiempo dulces y amargas - que nos produjo la visión de "El hijo de la novia", tenemos nuevos motivos de celebración esta semana al saber que será la película de Juan José Campanella la que represente al cine iberoamericano, y en concreto a Argentina, en los premios Oscar que se concederán el próximo 24 de marzo en Los Angeles.
Eso sí, conviene hacerse a la idea cuanto antes, para evitar posteriores desengaños, que hay una francesita de dulce rostro, de sorpredente imaginación y de nombre "Amelie" que cuenta con todas las papeletas para llevarse al tío Oscar a París. Pero no perdamos la esperanza tan pronto porque son varios los factores que juegan de manera determinante a favor de Argentina y de "El hijo de la novia".
El primero de todos ellos es Norma, Aleandro esto es, que borda su entrañable y doloroso personaje en "El hijo de la novia", y que es, junto a Héctor Alterio, el principal nexo de conexión con la única película argentina que anteriormente ha obtenido la dorada estatuilla, cuando en 1986 protagonizaron "La historia oficial" de Luis Puenzo.
Sin embargo resulta importante recordar también que José Luis Campanella, el director de "El hijo de la novia", es uno de los favoritos precisamente por ser "uno de los nuestros", o mejor dicho "uno de los suyos", ya que aún siendo argentino de nacimiento, el grueso de su trabajo como realizador se ha desarrollado en los Estados Unidos. Y ya se conoce la tendencia norteamericana de hacer propio todo lo ajeno siempre que sea notable.
Comenzó su carrera como dramaturgo y guionista de televisión y en 1988 se doctoró de Bellas Artes en la Universidad de Nueva York con un trabajo, "The Contortionist", que obtuvo premios en varios festivales internacionales. Ya en los Estados Unidos nunca abandonó la pequeña pantalla, medio en el que sin duda aprendió a dialogar sus historias con ritmo apasionante y cercano, donde obtuvo varias nominaciones y premios Emmy por la serie de la cadena HBO "Life Stories", uno de los muchos proyectos en los que ha participado desde entonces.
En el terreno cinematográfico su talento despuntó con el inquietante thriller "El niño que gritó puta", un intenso drama cargado de violencia familiar sobre una infancia desarraigada que clama por algo de atención. Con esta opera prima recorrió certámenes de todo el mundo, a los que regresó con su segundo trabajo, quizás mucho menos espectacular pero igualmente interesante. Se trataba de "Ni el tiro del final", o lo que es lo mismo "Love Walked In", un acercamiento al cine negro más clásico según la novela de José Pablo Feinmann con una pareja corriente, formada por Dennis Leary y Aitana Sánchez-Gijón, que ve su felicidad amenazada por la aparición de un misterioso personaje, el británico Terence Stamp.
Tal vez ante la escasa repercusión de este largometraje, Campanella se replantea su camino y decide probar suerte en el cine argentino, con una historia también de pareja pero narrada en esta ocasión en clave de comedia. Con estos ingredientes consigue triunfar en la taquilla con "El mismo amor, la misma lluvia", que sienta las bases de lo que después será su éxito más rotundo.
"El hijo de la novia", que ya ha ganado varios galardones en todo el mundo - Premio del jurado y Mejor película latinoamericana en el Festival de Montreal, la Espiga de Plata al mejor filme en la Seminci de Valladolid y Gran premio OCIC y Premio a la popularidad en el de La Habana -, puede ser una comedia dramática, un melodrama cómico o una película esencialmente argentina, cargada como la vida misma de luces y sombras, depresión y superación. La risa es el camino más directo hacia el llanto, la forma más amable de contar la verdad, que suele ser desdichada y de la que casi siempre cuesta mucho reirse.
Eso lo sabe bien Campanella, que se ha convertido así en un puente entre dos cines antagónicos, el porteño y el yanqui. A medio camino entre Buenos Aires y Nueva York, en ambas sigue viviendo y trabajando, ha sabido aprovechar sus conocimientos técnicos al servicio de un relato lleno de valentía, de ternura y, sobre todo, de verdad, precisamente aquello de lo que más carecen en Hollywood. Con este regreso personal y profesional a la Argentina, el director ha encontrado su madurez como creador, siempre con la complicidad de tres de los mejores intérpretes vivos sobre el planeta, Ricardo Darín, Ernesto Alterio y Norma Aleandro.
Ahora ya puede contar las historias que realmente le importan, aquellas que tienen que ver con las contradicciones de su país natal, con la crisis de identidad que atraviesan los de su generación y con la profunda depresión de los suyos, atrapados en una rídicula situación económica sobre la que sólo parecen aportar un hilo de luz y esperanza los éxitos internacionales que recientemente están cosechando los artistas de su celuoide. Al cambio oficial, este Oscar sería de oro macizo en Argentina.
Todavía presente el recuerdo de las emocionadas lágrimas - al mismo tiempo dulces y amargas - que nos produjo la visión de "El hijo de la novia", tenemos nuevos motivos de celebración esta semana al saber que será la película de Juan José Campanella la que represente al cine iberoamericano, y en concreto a Argentina, en los premios Oscar que se concederán el próximo 24 de marzo en Los Angeles.
Eso sí, conviene hacerse a la idea cuanto antes, para evitar posteriores desengaños, que hay una francesita de dulce rostro, de sorpredente imaginación y de nombre "Amelie" que cuenta con todas las papeletas para llevarse al tío Oscar a París. Pero no perdamos la esperanza tan pronto porque son varios los factores que juegan de manera determinante a favor de Argentina y de "El hijo de la novia".
El primero de todos ellos es Norma, Aleandro esto es, que borda su entrañable y doloroso personaje en "El hijo de la novia", y que es, junto a Héctor Alterio, el principal nexo de conexión con la única película argentina que anteriormente ha obtenido la dorada estatuilla, cuando en 1986 protagonizaron "La historia oficial" de Luis Puenzo.
Sin embargo resulta importante recordar también que José Luis Campanella, el director de "El hijo de la novia", es uno de los favoritos precisamente por ser "uno de los nuestros", o mejor dicho "uno de los suyos", ya que aún siendo argentino de nacimiento, el grueso de su trabajo como realizador se ha desarrollado en los Estados Unidos. Y ya se conoce la tendencia norteamericana de hacer propio todo lo ajeno siempre que sea notable.
Comenzó su carrera como dramaturgo y guionista de televisión y en 1988 se doctoró de Bellas Artes en la Universidad de Nueva York con un trabajo, "The Contortionist", que obtuvo premios en varios festivales internacionales. Ya en los Estados Unidos nunca abandonó la pequeña pantalla, medio en el que sin duda aprendió a dialogar sus historias con ritmo apasionante y cercano, donde obtuvo varias nominaciones y premios Emmy por la serie de la cadena HBO "Life Stories", uno de los muchos proyectos en los que ha participado desde entonces.
En el terreno cinematográfico su talento despuntó con el inquietante thriller "El niño que gritó puta", un intenso drama cargado de violencia familiar sobre una infancia desarraigada que clama por algo de atención. Con esta opera prima recorrió certámenes de todo el mundo, a los que regresó con su segundo trabajo, quizás mucho menos espectacular pero igualmente interesante. Se trataba de "Ni el tiro del final", o lo que es lo mismo "Love Walked In", un acercamiento al cine negro más clásico según la novela de José Pablo Feinmann con una pareja corriente, formada por Dennis Leary y Aitana Sánchez-Gijón, que ve su felicidad amenazada por la aparición de un misterioso personaje, el británico Terence Stamp.
Tal vez ante la escasa repercusión de este largometraje, Campanella se replantea su camino y decide probar suerte en el cine argentino, con una historia también de pareja pero narrada en esta ocasión en clave de comedia. Con estos ingredientes consigue triunfar en la taquilla con "El mismo amor, la misma lluvia", que sienta las bases de lo que después será su éxito más rotundo.
"El hijo de la novia", que ya ha ganado varios galardones en todo el mundo - Premio del jurado y Mejor película latinoamericana en el Festival de Montreal, la Espiga de Plata al mejor filme en la Seminci de Valladolid y Gran premio OCIC y Premio a la popularidad en el de La Habana -, puede ser una comedia dramática, un melodrama cómico o una película esencialmente argentina, cargada como la vida misma de luces y sombras, depresión y superación. La risa es el camino más directo hacia el llanto, la forma más amable de contar la verdad, que suele ser desdichada y de la que casi siempre cuesta mucho reirse.
Eso lo sabe bien Campanella, que se ha convertido así en un puente entre dos cines antagónicos, el porteño y el yanqui. A medio camino entre Buenos Aires y Nueva York, en ambas sigue viviendo y trabajando, ha sabido aprovechar sus conocimientos técnicos al servicio de un relato lleno de valentía, de ternura y, sobre todo, de verdad, precisamente aquello de lo que más carecen en Hollywood. Con este regreso personal y profesional a la Argentina, el director ha encontrado su madurez como creador, siempre con la complicidad de tres de los mejores intérpretes vivos sobre el planeta, Ricardo Darín, Ernesto Alterio y Norma Aleandro.
Ahora ya puede contar las historias que realmente le importan, aquellas que tienen que ver con las contradicciones de su país natal, con la crisis de identidad que atraviesan los de su generación y con la profunda depresión de los suyos, atrapados en una rídicula situación económica sobre la que sólo parecen aportar un hilo de luz y esperanza los éxitos internacionales que recientemente están cosechando los artistas de su celuoide. Al cambio oficial, este Oscar sería de oro macizo en Argentina.