Colaboración: Cuando fui colaborador de Granma

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Vendiendo el Granma

Por Sergio Berrocal     

Ver la primera página del diario oficial del partido comunista cubano, Granma, da grima porque sigue siendo lo mismo que cuando había que defender a Cuba de mercenarios entrenados y mandados por los Estados Unidos. Estamos en guerra constantemente, ojo avizor.


Me causa profunda irritación, varicela de cabreo, sarampión de incomprensión que se tenga la impresión de que Cuba sigue en el año XII de la Revolución, que el tiempo no ha pasado, que Fidel Castro no ha muerto, que Barack Obama no fumó la pipa de la paz con Raúl Castro en La Habana. Es el bolero del inmovilismo.

Si los cubanos no tuviesen como fuente de “información” únicamente Granma podrían pensar que la historia de Cuba se ha inmovilizado, que no hay millones de turistas que vuelan desde el exterior en aviones que nunca antes fueron autorizados a posarse en Cuba. Que aunque siga existiendo el embargo, algo se mueve, que hay esperanza.

Para un lector occidental da la impresión de que lo que se pretende es que los cubanos se queden quietos, callaitos, que aquí no pasa nada, que les vamos a proteger. Pero resulta que los cubanos ya son mayores de edad, tratan de meter un pie en el negocio capitalista y están al tanto de lo que ocurre en todo el mundo a través de otros periódicos, la mayoría digitales.

Pero si vuelve usted a la primera plana digital de Granma, con sus diarios y eternos titulares triunfalistas y oficialistas: visita de Pepito II a Cuba, Raúl felicita al Papa. Menos mal que hay béisbol, y que Cuba que sigue ganando como antes. No ha cambiado nada. Señores, márchense porque aquí no hay nada que ver.

Incluso para saber que un muchacho fue matado por un tiburón en un desgraciado accidente en aguas nocturnas de Holguín hay que buscar la noticia en otro periódico de los muchos que circulan por Internet. Pero parece que los que deberían de saberlo no se enteran de nada.

Es kafkiano. No hay quien lo entienda. La parábola de Franz Kafka es mucho más clara que esas noticas oficiales en la primera plana de Kafka. Y como si quisieran dar un aire de modernidad, una nota dirigida a los automovilistas para que no circulen a tales horas por tales calles. Ya tenemos hasta embotellamientos en La Habana, parece advertir la nota.

Hasta en los momentos menos conflictivos de mi vida, leer Granma digital --¡qué será el de papel!—me causa un espantoso malestar que se traduce por picor en la cabeza pese a los champús tan caro que utilizo, cabreo absoluto de todos mis centros nerviosos y una desazón que trae de cabeza a mi médico.

Los cubanos ya son mayores de edad. Les he visto crecer y están muy adelantaditos. Por favor, señores de Granma, los jeroglíficos de sus informaciones se justificaban hasta hace unos años, no muchos, pero ya están pasados de moda. Sé yo antes que en La Habana cualquier cosa importante que ocurra en Cuba. Estamos en la era de la digitalización, las noticias vuelan por Internet y llegan a todas partes. Incluso me llegan a mí que vivo en el fin de Europa. Por favor, please, s’il vous plait, escriban un diario acorde con los tiempos. Déjense de boludeces de actos oficiales, de notas sin ton ni son y sean adultos.

Cuba no está en guerra. No asusten a los niños y cambien el tono. Les aseguro que hasta Donald Trump no entiende lo que ustedes dicen aunque probablemente tiene los mejores traductores. Pero es que lo suyo, querido Granma, no es una cuestión gramatical sino de sentido común.

Les voy a contar una experiencia personal. En diciembre de 1985 llegué por primera vez a La Habana para cubrir como periodista de la AFP el festival de Cine de La Habana. Para mí fue impresionante, tanto que pese a que yo llegaba bastante anticomunista escribí un artículo que causó sensación ya que decía, nada menos, que lo visto en este Festival no tenía nada que ver con nada de lo que yo había visto antes. En un recuadro publicado en Granma el 13 de diciembre de ese año (El Festival visto por un corresponsal visitante) y firmado con mi nombre en negritas, el atrevido decía: “El Festival de Cannes (Francia), escaparate inigualable de la cinematografía mundial, se está quedando chiquito al lado del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que en La Habana ha adquirido proporciones descomunales: cientos de películas, decenas de reuniones…”

Después de esto, nunca visto en Cuba hasta que yo decidí decir lo que sentía pese a que entonces no bebía más que leche caliente, Granma nos invitó a visitarles en su Redacción. Hasta allí fui acompañado de nuestro delegado local, Noel Lortihois si mis recuerdos no se han torcido, y ustedes, señores de Granma, estuvieron a la altura de los mejores periodistas, dándonos montañas de información. Tanto que mi compañero, que era el que sabía de Cuba, salió impresionado diciendo que nunca había tenido una oportunidad como aquella.

Luego recibí una invitación para asistir a la recepción de fin del festival en el Palacio de la Revolución, que conservo todavía con un gran cariño. Pero no fue todo. Déjenme que vaya al meollo de la cuestión. Cuando llegamos nos separamos en dos filas, La mía conducía directamente a Fidel Castro, en uniforme de gala, una maravilla. Hablamos poco pero bien. El me agradeció que me hubiese gustado tanto el Festival e hicimos algunas otras consideraciones. Salí con la impresión de haber visto el rostro, y sobre todo los ojos, de un Cristo que se encuentra en una iglesia de Roma.

La publicación en Granma y la visita a Fidel me valieron a mi llegada a París el calificativo de Comunista con mayúscula. Pero había valido la pena.

Compañeros de Granma, les acepto otro cafelito la próxima vez que aterrice en La Habana. Me encantaría. Tengo un gran cariño por ese diario que está ahí luchando desde los primeros tiempos de la Revolución. Pero quizá ha llegado el momento de cambiar algunas cosas.

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