Crítica: "La piel que habito", frustrante aventura de Almodóvar en tierra extraña

Banderas y Anaya, en 'La piel que habito'
Banderas y Anaya, en 'La piel que habito'


Por Jon Apaolaza

El aficionado queda descolocado cuando el cineasta que admira da un patinazo. "La piel que habito", último trabajo del más universal cineasta español de todos los tiempos no es sino eso, un patinazo en un terreno nuevo en el que el manchego se ha movido con torpeza, una película que sin algunas gotas del talento almodovariano -para bien y para mal- sería simplemente un "thriller" más tan lleno de ambición como de decepciones.

A Pedro Almodóvar hay que agradecerle que no intente permanentemente repetir fórmulas y géneros para contentar a sus millones de "fans", que siga probando el "más difícil todavía" y sienta la necesidad de reinventarse. Lástima que a veces sus nuevas películas nos hagan añorar las antiguas.

"La piel que habito" cuenta una de las tramas más dificilmente creibles y a la vez más ricas en su ya dilatada filmografía. Se trata de un cuento metafórico inspirado por una novela francesa, que atrajo su interés bastantes años atrás, a su vez una versión libre del clásico "Frankenstein". Este nuevo doctor que interpreta con valentía y profundidad el rescatado Antonio Banderas crea su propio "monstruo" (Elena Anaya) por venganza, y luego acaba convirtiéndolo en objeto de deseo. Ese es el corazón de la historia, que luego -como es habitual en el cine del manchego- va recubriendo de capas de piel dramática, en general mucho menos interesantes que lo que esconden.

Se nos presentó como un "thriller" de suspense, profundamente oscuro, trágico y terrible. El problema es que Almodóvar no ha sido capaz de crear esa tensión propia del género hasta ahora inédito en su trayectoria. Y menos le ayuda otro intento innovador, usar una técnica guionística que cimentó el prestigio de Guillermo Arriaga. De ahí que los primeros pasos de la película estén llenos de incognitas para el espectador, cuya resolución llega al final para dejar perpleja, por lo increible, a la mayoría.

El cirujano plástico al que da vida el actor fetiche de sus películas de los 80, Antonio Banderas, es un ser torturado por la pérdida y el dolor, que convierte su frustración en venganza a través de la figura del joven que ha querido abusar de su hija, otro ser interiormente destrozado. Lo paradójico -y lo que el cineasta español no ha podido mostrar en un plano evolutivo- es como ese muñeco prisionero, al que no sólo ha cambiado de sexo sino que ha convertido nada más y nada menos que en una réplica de su difunta mujer, termina siendo su objeto de deseo o su "amour fou".

Surrealista e ilógica, "La piel que habito" falla no sólo en mantener la inquietud del suspense, sino en generar empatías en el espectador. Como ya le ocurrió con "Los abrazos rotos", nos cuenta algo intenso, impactante, pero que nunca resulta capaz de emocionar. Su propia irrealidad te impide meterte de lleno en las trágicas vivencias de sus personajes, y ello a pesar de los valerosos esfuerzos de Banderas y de Elena Anaya, tan bella como convincente.

Si a ello le sumamos que esas gotas "almodovarianas" arriba citadas, los chistes y gracietas que no puede evitar introducir en la mayoría de sus cintas, melodramas incluídos, aquí están más fuera de lugar que nunca, el balance general es una decepción importante. Eso sí, "La piel que habito" estará con justicia en las videotecas de todas las facultades de psicología, porque la gama de patologías descritas son... todo un catálogo.

"La piel que habito" llegará el próximo día 2 a los cines españoles, y el 14 de octubre a los estadounidenses.

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