Crítica: "10 000 noches en ninguna parte", un cambio hacia la libertad

'10 000 noches en ninguna parte'


Por Cristian Moure

La última película de Ramón Salazar parece haber nacido de otro autor. El realizador malagueño presenta una cinta protagonizada por un hombre sin identidad -el primer hombre protagonista de toda su filmografía, incluido su cortometraje "Hongos"- donde el color y la forma responden de forma unánime pero a la vez con una poética falsa en su mirada. Parece haber nacido de otro autor porque, aunque corta, la carrera de Salazar había ido por otros derroteros, acariciando la excentricidad con un germen que se acercaba al estilo almodovariano. Centrado más en un ambiente sacado de quicio, el trabajo de Salazar en sus anteriores proyectos había llamado la atención por su provocación pop. Pero los años pasan y la gente cambia, y durante los ocho años intermedios entre su última película y "10 000 noches en ninguna parte" (2014), parece haber cambiado, y mucho.

Con Andrés Gertrúdix como actor principal, la cinta cuenta la historia de un hombre con una vida tediosa, ahogada en la rutina. Una existencia gris provocada por un trauma causado por su madre, del que no es capaz de deshacerse y a la que no es capaz de abandonar. Es entonces, en un viaje entre lo real y lo onírico, cuando el protagonista consigue superar sus traumas y adentrarse, a sus veintisiete años, en la infancia, la adolescencia y el placer sexual y sensitivo.

Salazar cuida todos estos viajes, todos esos detalles en un complicadísimo trabajo de fotografía, para representar las diferentes etapas de la vida como un todo idealizado, con colores deseables completamente llenos de luz, mientras congela Madrid en un gris verdoso casi postapocalíptico. Y no miente, los estados del protagonista son reflejados en cada uno de los planos, donde el viaje hacia la madurez esta orquestado por un montaje que resulta hipnótico. Es, sin duda, la película más personal de su autor, donde los constantes parones en la escritura y el rodaje y la dificultad de llevar a cabo una película que ha sido financiada sin ningún tipo de ayudas, han dotado al film de una libertad interpretativa que el malagueño ha sabido aprovechar en su beneficio para explotar una estética que bebe de Terrence Malick y David Lowery.

Con unos actores bien posicionados en su rol -sobre todo Andrés Gertrúdix, que se enfrentaba a uno de los personajes más complicados de su carrera hasta hoy- destaca por encima de ellos una espléndida Susi Sánchez en el papel de madre castrante merecedora de varios insultos. Un papel que, si bien al final no fue galardonada, le valió una nominación al Goya a mejor actriz secundaria en la última entrega de los premios españoles.

Así pues, "10 000 noches en ninguna parte" se plantea a partir de una estructura no lineal que entrega a cuentagotas las claves para un film redondo de un director que, al igual que hicieron los maestros de la Nouvelle Vague, pretende no rendirle cuentas a nadie y que completa unas características para una obra y un modo de producción novedosos en una España que está pidiendo a gritos el cambio de los canales establecidos.

Sigue nuestras últimas noticias por TWITTER.