OPINIÓN: ¿La mejor política cultural es la que no existe?

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Matrix
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por Néstor García Canclini (*)

Escuché decir esa frase, en versión afirmativa, sin signos de duda, a políticos colombianos y chilenos que se oponían a la creación de ministerios de cultura, a empresarios de varios países preocupados de que los Estados limitaran sus negocios con los libros o la televisión, y por supuesto a especialistas estadounidenses en mercadotecnia cultural. La iniciativa de la Secretaría de Hacienda de México que propone suprimir o "fusionar" organismos dedicados a promover el cine y la formación de cineastas, las artesanías y la distribución de libros, debe ser discutida, más que como ocurrencia de funcionarios insensibles, como parte de la corriente internacional que juzga a las políticas públicas nacionales en cultura como supervivencias que molestan.

Es llamativo que la enorme transformación del papel del Estado en la cultura que representa quedarse sin IMCINE (Instituto Mexicano de Cinematografía), sin el Centro de Capacitación Cinematográfica, ni los Estudios Churubusco, no surja de un debate público entre los que conocen y gestionan estos campos, ni de una evaluación de su potencialidad y deficiencias, sino de una iniciativa presupuestal. Así se suprimieron organismos públicos a lo largo de los años ochenta y noventa, como la distribuidora del Fondo de Cultura Económica y el Fondo Nacional para el Desarrollo de la Danza Popular Mexicana, se anularon los precios preferenciales para el envío postal de libros, se vendieron más de 200 salas de cine con las excusas de austeridad y saneamiento financiero.

Cuando se argumentan las ventajas de no hacer políticas culturales desde los gobiernos suele mencionarse a los Estados Unidos: sin ministerio de cultura, ni ingerencia gubernamental en los negocios privados, lograron tener la industria cultural más próspera del mundo. Sin embargo, los estudios sobre el cine no avalan esa afirmación. El predominio mundial de las películas estadounidenses se consiguió gracias al desarrollo temprano de la industria cinematográfica en ese país, lo cual acumuló experiencias profesionales, alto nivel técnico y conocimiento avanzado de los mercados. También influye la sintonía de su producción con los géneros predilectos por los públicos de casi todo el mundo, o sea las películas de acción (thriller, aventuras, espionaje).

Pero no hubieran logrado su abrumadora expansión global sin la estructura semimonopólica de la distribución y la exhibición dentro de Estados Unidos, que van imponiendo al resto del mundo. El gobierno da exenciones impositivas a las 13 compañías de ese país que controlan el 96 por ciento de la distribución y proyección, permite su concentración monopólica, coloca barreras a la entrada de films extranjeros y presiona a otros gobiernos, como ha ocurrido en México, para que desregulen la distribución y exhibición eliminando cuotas de pantalla y cualquier protección a las cinematografías nacionales. Sólo así pueden explicarse las cifras de las investigaciones que señalan que todas las cintas extranjeras no ocupan más que 0.75 por ciento del tiempo de pantalla.

Los privilegios de la producción hollywoodense están trasladándose a México, debido al control de la distribución y la exhibición por empresas estadounidenses, canadienses y australianas, y también mediante el procedimiento de block booking, la contratación por paquete de películas. Quiere decir que las distribuidoras, para vender, por ejemplo, "El hombre araña" o "Matrix", obligan a las salas a comprar 30 filmes de bajo interés y calidad, y a programar sus películas durante los meses de mayor público. Si un exhibidor nacional, aunque sea tan poderoso como Cinépolis, con 1002 salas en México, coloca filmes no estadounidenses (mexicanos, europeos o de América Latina) en las semanas preferentes, será sancionado por las distribuidoras de Estados Unidos privándolo de sus éxitos de taquilla.

Esta expansión sofocante para las cinematografías latinoamericanas, y las presiones del gobierno estadounidense para desproteger las industrias nacionales, están siendo parcialmente compensadas gracias a fondos recaudados en algunos países con pequeñas cuotas de las entradas de cine y la renta de películas, y mediante los tiempos de pantalla destinados al cine nacional, medidas que en México fueron saboteadas por los cabildeos de Jack Valenti y las distribuidoras estadounidenses. Las coproducciones con España, Francia, y los apoyos de Ibermedia y otros fondos europeos, han ido reactivando las cinematografías de Argentina, Brasil, Colombia, Chile y México. Sólo como parte del programa intergubernamental iberoamericano Ibermedia se hicieron 58 filmes en coproducción España-países latinoamericanos en los últimos cinco años.

Si IMCINE desaparece ¿quién va a negociar los fondos de Ibermedia y otros recursos disponibles en mercados internacionales? ¿Quién argumentará, como viene haciendo Imcine, para que el Estado reciba el peso (un peso sobre 47) de cada entrada que los exhibidores de cine han impugnado judicialmente? Así sólo veremos las películas europeas, asiáticas y latinoamericanas que apadrinen distribuidoras estadounidenses.

(*) García Canclini es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolita-Iztapalaba, de México