Crítica: "1898: Los últimos de Filipinas", la batalla perdida del Imperio

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"1898: Los últimos de Filipinas"
Por Eduardo Larrocha  

"Hay dos clases de soldados, los que buscan medallas y los que quieren regresar a casa". En el comienzo de "1898: Los últimos de Filipinas" (2016) se escucha esta frase lapidaria y premonitoria en boca de Eduard Fernández, quien -en su papel de capitán Enrique de las Morenas- se acerca a la costa a bordo de una fragata para tomar la aldea de Baler junto a medio centenar de soldados. A lo largo de esta superproducción española tendremos que reconocer, con el oficial al mando de la tropa, que los más peligrosos militares serán los que buscan el honor por encima de quienes aspiran al retorno.
   
Es imposible no comparar "1898: Los últimos de Filipinas" con la versión de la misma gesta histórica que en 1945 dirigió Antonio Román. Es memorable en ella el bolero "Yo te diré", en la voz de Nani Fernández. También resuena esa canción en el corazón de los soldados y la interpreta en una tonalidad más nativa Alexandra Masangkay, actriz y cantante nacida en Filipinas, con rasgos asiáticos.
   
La película de Antonio Román presentaba como gesta heroica y ejemplar la defensa hasta la extenuación de ese reducto del Imperio. Rodada en Guinea Ecuatorial y en las isla Canarias, "1898: Los últimos de Filipinas" muestra la sumisión y rebeldía de una tropa exhausta que obedece las absurdas órdenes de resistencia del teniente Martín Carazo.

Después de exhibir unos cuantos vómitos, sangre y heridas abiertas y de un relato repetitivo del acoso al que están sometidos los militares asediados en la Iglesia, la película empieza a ser más interesante cuando cuestiona el sacrificio heroico por la tozudez enfermiza del teniente. Este oficial interpretado con la habitual furia y contención por Luis Tosar, está empeñado en defender el último bastión.

Meses antes de rendirse, tras más de un año de asedio, el militar ya había recibido los diarios que informaban de que Filipinas ya no pertenecía a la Corona. En el Tratado de Paz de París, el Reino de España había "cedido" a los americanos la Colonia por 20 millones de dólares. Más en el tono esperpéntico, aunque sin los toques de humor de "La vaquilla" de Berlanga, o el trágico y kafkiano de "Senderos de gloria / Path of Glory" de Stanley Kubrick, "1898: Los últimos de Filipinas" vibra con el corazón antibelicista en cuanto que la gesta de los soldados se ofrece al espectador como absurda heroicidad. Ya sabemos que el episodio que se narra, aunque patético, es histórico. Al final nos enteramos de que el teniente Martín Carazo es el único Laureado de los pobres resistentes a sus órdenes en la aldea de Baler haciendo cierta otra frase lapidaria del capitán de las Morenas: "la guerra envicia, envicia sobre todo matar".
    
Además de Luis Tosar y Eduard Fernández, en el reparto vemos a Carlos Hipólito, médico de la guarnición; Javier Gutiérrez, el sargento; Karra Elejalde en un magnífico papel de misionero de vuelta de todo, amigo del opio y del vino, y Ricardo Gómez, el soldado narrador que en sus dibujos deja testimonio de la crueldad perversa de aquella gesta. La música de Roque Baños resuena como la de Ennio Morricone en "La Misión", pero a veces- y esto es un defecto habitual del cine- se superpone a los diálogos y no llegamos a enterarnos de lo que los personajes están diciendo.
   
Mucho se habla y elogia en estos tiempos a las teleseries. Sin estar totalmente de acuerdo con este furor creo que para un largometraje con vocación de superproducción ese aroma puede jugar en su contra. En un principio "1989: Los últimos de Filipinas" se planteó en varios capítulos de una teleserie. Tanto el director, Salvador Calvo, como Alejandro Hernández, el guionista, son experimentados profesionales del género televisivo. Ahora llega a las salas en su definitivo formato de largometraje.

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