Crítica: "La leyenda del charro negro", la madurez de un alma

por © Correcamara.com-NOTICINE.com
"La leyenda del charro negro"
Por Samuel Lagunas    

Me gusta que la palabra "alma" y la palabra "animación" provengan de la misma raíz: anima. Me gusta, por eso, que las películas animadas hablen de almas: las convierte, voluntaria o involuntariamente, en reflexiones sobre sí mismas y sobre el género. Me gusta, al menos en principio, que una de las pocas sagas que existen en la historia de la animación mexicana tenga que ver con almas y con muertos. Comenzada ya en el lejano 2007 con "La leyenda de la nahuala", la historia de Leo San Juan parece finalmente llegar a su último episodio con "La leyenda del charro negro", una cinta que sirve como antología de las cuatro películas restantes al recordarnos por qué nos pudieron haber gustado y por qué no nos gustan estas Leyendas.

Leo San Juan y su hermano Nando van de regreso a su casa en Puebla después de haber combatido al chupacabras en el bajío del país. Ansiosos por reencontrarse con su abuela buscan el camino más corto, donde se topan con una adivina que le declara a Leo el peligro que corre su vida si vuelve a combatir con los muertos. Paralelamente, la cinta nos presenta la historia de Rupertino y su hija Beatriz, cuya alma se ve comprometida debido a un pacto incumplido de su padre con el Charro negro. La película se plantea desde un principio como un coming-of-age donde el personaje central debe tomar decisiones que cambiarán su vida por completo y que lo llevarán a la madurez. La disputa por el alma de Beatriz se convierte, así, en una disputa por el alma de Leo que pone en juego también el alma de toda la saga. Nuevamente el director Alberto Rodríguez decide reunir a todos los personajes que han ido conformando este pintoresco equipo: los alebrijes, las calaveritas, el anciano que habla en castellano, la niña fresa del futuro y la niña indígena. Supongo que con este bricolaje de criaturas, al que ahora se suman un charro y un ser al que se refieren como "hijo de Miyazaki" pues emula de algún modo al Sin Cara de "El viaje de Chihiro" (Hayao Miyazaki, 2001), Rodríguez ha tratado de pintar un mural donde de algún modo quede expresado "lo mexicano". Ya sabemos cuál ha sido hasta ahora el resultado de esa suma: un cúmulo de chistes clasistas, una ridiculización de estereotipos de por sí trasnochados y una escasa creatividad en el planteamiento, desarrollo y resolución de los conflictos.

Sorpresivamente, "La leyenda del charro negro" consigue un inicio llamativo y por primera vez en la saga podemos sentirnos cerca de la relación entre Leo y Nando San Juan. Incluso, a pesar de ser una copia de "La leyenda de las momias de Guanajuato", la relación entre Rupertino, Beatriz y el Charro negro logra atraparnos. Más aún, el hecho de que Teodora, la niña fresa, pierda su capacidad de volar y abandone el celular porque se quedó sin señal y sin batería, aligera la historia. Sí: se asoma un signo de madurez que, no obstante, se desvanece de nuevo al obstinarse en mantener a personajes, tan desesperantes y fallidos como los alebrijes, extremadamente fieles a sí mismos. La cinta tiene la intención de ser más sombría (al estilo de las producciones de los estudios Laika) y lo consigue a regañadientes, no obstante la utilización del manido y esquemático motivo de los retos que los héroes deben cumplir para lograr su objetivo: los juegos de la lotería, la adivinanza, el tiro al blanco y la casa de los espejos ofrecen momentos descabellados e inexplicables como la transformación de uno de los personajes en un fisicoculturista, pero, al mismo tiempo, nos permiten entrever el avance en el desarrollo técnico de la empresa Ánima, la cual tuvo algo que ver con la animación de la esperadísima "Ana y Bruno" de Carlos Carrera.

"La leyenda del charro negro" quiere ser una cinta que retrate las consecuencias de crecer —como lo es también "Ana y Bruno"— al enfrentar a Leo San Juan con la dolorosa decisión de regresar a casa o mantener su extraña habilidad de comunicar el mundo de los muertos con el de los vivos. Esa noble lección, la de aprender a desprenderse, no parece haber sido retenida por Rodríguez quien ha repetido una y otra vez los mismos errores y que en esta cinta demuestra nuevamente bastante timidez al no poder deshacerse de personajes y eventos que quedan más como residuos de las cintas anteriores que como aportaciones sustanciales al desarrollo de la trama. Es una lástima que la animación mexicana cumpla ya 10 años embotada en esta saga que aún vacila en su retrato de la especificidad nacional de sus historias y que sobre todo aún no aprende siquiera a balbucear una historia propia. Sí: Leo San Juan quiso madurar, pero la verdad es que su alma lleva una década sin atreverse a dejar la andadera. Para muestra, el final tan desangelado de la cinta donde uno no sabe si reír o lamentarse porque está seguro de que ambos esfuerzos representarán una pérdida de tiempo y de energía.

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