Crítica: "La fiesta silenciosa", sed de venganza

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Jazmín Stuart, en "La fiesta silenciosa"
Jazmín Stuart, en "La fiesta silenciosa"
Por Juan Pablo Russo    

Diego Fried, quien en 2010 había estrenado "Vino", una producción de corte netamente independiente, regresa al cine con "La fiesta silenciosa" (2019), una película que básicamente se encuentra en las antípodas de su antecesora. Mientras que en la primera trabajaba sobre un registro más intimista y de cine de autor ahora se vuelca al cine de género cruzando elementos de Quentin Tarantino y Michael Haneke pero con un estilo criollo.

La pareja que conforman Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi se dirige a la casa del padre de ella, ubicada en las afueras de la ciudad, donde se realizará la boda entre ambos. Todo está bajo el control del padre, un prestigioso abogado interpretado por Gerardo Romano que tiene a su cargo la organización del evento. Todo menos el stress prenupcial a la que está sometida la novia que hace que en medio de la noche abandone la casa y camine sin rumbo. En ese deambular sin sentido termina en una casa vecina donde un grupo de jóvenes organizaron una fiesta silenciosa (fiesta donde todos los invitados usan auriculares que transmiten la misma música). Entre la crisis, el alcohol y la música, la futura esposa termina teniendo relaciones con uno de los organizadores (Lautaro Bettoni) mientras bruscamente aparece un tercero que la termina violando (Gastón Cocchiarale). La venganza será implacable.

De entrada, y siguiendo las convenciones del género, Fried, tira algunas líneas para saber por dónde vendrá la historia. Corte y un flashback nos lleva al principio donde todo se desarrolla con total normalidad, y el foco está puesto en la crisis prenupcial. Todo indica que hasta el momento estamos más cercanos a una película de corte indie, de personajes por sobre aquellos tópicos que caracterizan al cine de género, pero si bien el prólogo indicaba que en algún momento el registro iba a cambiar, Fried sorprende con cambios permanentes. Y así pasamos a una fusión entre Funny Games, de Michael Haneke con Kill Bill de Quentin Tarantino donde Jazmín Stuart se convierte en una suerte de Uma Thurman con sed de venganza.

"La fiesta silenciosa", codirigida por Federico Finkelstain, como buena película de género, descomprime la violencia de sus escenas de sangre y tortura con el humor inocente que brota del personaje de Esteban Bigliardi, que funciona como el contrapunto ideal entre Jazmín Stuart y Gerardo Romano y en las antípodas de la perversión de Gastón Cocchiarale.

Entretenida y sangrienta, con una fuerza narrativa de entrada que sobre el final es muy difícil de sostener, por momentos graciosa, otros terroríficos, angustiante y también para pensar sobre el ejercicio de la justicia por cuenta propia, Fried logra lo que no muchos consiguen: poner varios ingredientes en la coctelera, batirlos y generar un híbrido bien criollo, pero por sobre todo eficaz y entretenido, donde Jazmín Stuart se luce como una chica empoderada de principio a final.

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