Crítica: "El gigante egoísta", por amor

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"El gigante egoísta"
"El gigante egoísta"
Por Rolando Gallego   

Una de las principales referentes de la animación local, Liliana Romero ("Anida y el Circo Flotante"), regresa al cine con "El gigante egoísta" (2020), adaptación libre del cuento del mismo nombre de Oscar Wilde, y que propone, fiel a su estilo, la recuperación de elementos del folclore local para desarrollar su propuesta, que apunta a los más pequeños pero que puede disfrutarse en familia.

Una animación sencilla, con colores estridentes, y elementos autóctonos del norte argentino como tulmas, cactus, trenzas y tejidos regionales, posibilitan la conexión con esta historia que habla de amor, amistad y de esfuerzo, pero también de egoísmo y necedad, y de la imposibilidad de ver realmente por qué acontecen algunas cuestiones aun habiéndolas provocado.

Aquello que en el cuento de Wilde se presentaba como excusa para hablar de la niñez como uno de los más preciados valores para conservar y proteger, disparando a partir del egoísmo del gigante en cuestión su decisión de no compartir el jardín que con el correr de los años armó, fue luego una de las principales acusaciones que recibiera el escritor inglés, la de corrupción de menores, además de ponerlo tras las rejas por su sexualidad, sucesos lamentables que hasta hoy siguen opacando su talento y fama.

En la versión de Liliana Romero los niños están presentes, pero son personajes satélites más que protagónicos, primando la transformación de la naturaleza, el cuidado y respeto de los tiempos y la ética en la ciencia, como vectores de la historia.

Claro está que estos temas, son trabajados pedagógicamente a lo largo del relato, dividiendo en cuatro el argumento y tomando como punto de partida los cambios de las estaciones del año en el jardín del gigante egoísta.

El gigante está enamorado de la "primavera", una bella dama que cada 21 de septiembre austral se acerca para florecer todo y a la que decidirá regalarle un nuevo fruto/flor, que recuerda a la relación de la Bella y la Bestia con la rosa guardada en la campana de cristal. Ante la imposibilidad de convertir en realidad su idea se embarcará en una difícil aventura/empresa para lograrlo y así quedarse con el amor de la joven.

Romero avanza a paso firme, en un cuento que tiene mucho de varios clásicos, pero que aggiornándolo al uso nostro, se permite transitar con cierto toque costumbrista una historia de amor imposible, entre un monstruo y una estación particular de la naturaleza.

Así, la participación del resto de los personajes como "invierno", "otoño" y "verano", cada uno con sus características y "poderes", por decirlo de alguna manera, no harán otra cosa que agregar elementos fantásticos a una película que descansa su encanto en la complicidad que a partir de lo imposible se genera con el personaje protagónico.

Por allí la ecología comienza a primar como texto, asumiendo su protagonismo y desarrollando ideas asociadas a evitar alterar el orden de la naturaleza (por el afán del gigante de pasar más tiempo con su enamorada), el cuidado en la manipulación genética de especies (por su interés en crear una nueva desde la nada misma), el ser solidario y asistir a los demás, entre otros.

Tal vez al avanzar algunas líneas narrativas abiertas no terminen de cerrar del todo su ciclo, convirtiendo, algunas escenas y diálogos en confusos episodios estancos, pero esto no llega a afectar a la totalidad de la propuesta, la que, con honestidad, se propone como un entretenimiento educativo fresco en el panorama de la animación cinematográfica local.

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