Crítica: "Bliss", un salto arriesgado con caída final

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Salma, con Owen Wilson, en "Bliss"
Salma, con Owen Wilson, en "Bliss"
Por Noemí Romero Vera    

Que la dirección de Mike Cahill y su imaginario poético dentro del género de la ciencia ficción sean una cosa muy particular, es algo que se entendió desde su primera película, "Otra tierra / Otro Planeta / Another Earth" (2011), y luego con "Orígenes / I Origins" (2014), esta última con el mismo estilo futurista y tintes existencialistas y filosóficos que "Bliss" (2021), que protagonizada por Salma Hayek y Owen Wilson acaba de estrenar Amazon Prime.

La nueva cinta del estadounidense es un drama que se encuentra ligeramente rozando la fina línea entre la magnificencia en la historia, el discurso y los diálogos, y la inverosimilitud desproporcionada de quien no consigue cohesionarlo, y que en definitiva, aunque logra producir una experiencia agridulce de un material del que podía arraigar algo más fuerte y trascendental.  

Cahill intenta hurgar en la idea del desdoblamiento de realidades. De hecho, los cristales o pastillas azules y amarillas que denotan a ecos de "Matrix"- apuestan por ser una premisa narrativa mezcla de distorsión-realidad-ficción que promete, insertada en un contexto metafórico de denuncia, y con un tratamiento y un estilo visual lleno de referencias simbólicas, que el espectador es capaz de encontrar a lo largo de la película. Todo ello, con el fin de convertirse en una experiencia
totalmente subjetiva. Sin embargo, termina convirtiéndose en un drama de ciencia ficción superfluo bastante potente narrativa y audiovisualmente, pero que no termina de explotar. Es un rompecabezas con quizá a veces demasiada falta de verosimilitud que intenta abarcar más elementos de los que puede.

Owen Wilson es Greg, un hombre deprimido tras su reciente divorcio, que vive sumido en su propio mundo interior, dibujando la casa de sus sueños y tomando pastillas para sentirse mejor. También parece tener problemas en su trabajo, y su jefe le despide. Greg le mata sin querer y se esconde de la escena del crimen en un bar en el que conoce a Isabel (Salma Hayek), una mujer que vive en la calle y que le seduce. Ella le explica que son las únicas personas reales del mundo en el que se encuentran, pero que sus cuerpos reales se encuentran en otra realidad mucho más bonita y positiva. A medida que la va conociendo, le va introduciendo en los misteriosos cristalitos amarillos que al parecer les hace adquirir poderes telequinésicos y que les diferencia del resto de los humanos, que tampoco serían reales.

Hasta aquí una premisa bastante clásica del género: dilucidar si lo que vive el protagonista -un adicto a las pastillas- es fruto de ser un soñador empedernido y su adicción, o si realmente está atrapado dentro de un mundo virtual.

La trama se sigue desarrollando e Isabel y Greg acaban introduciéndose por la nariz unos cristales azules que le sacan al parecer de esa simulación ficticia, y le lleva al mundo real, un mundo idílico en el que predominan la riqueza, la automatización, minas de asteroides, biología molecular y, en resumen, la seguridad, la sostenibilidad y el pacifismo. Todo esto se lo explica Isabel, quien al parecer es una científica que ha diseñado un mundo ficticio -el que hasta ahora era real para Greg- en una especie de proyecto llamado "Caja cerebral" para poder apreciar y valorar más ese mundo perfecto que si es real.
 
El guion, un tanto más complejo que el de sus films anteriores, exige una ardua tarea de realización para llevar a cabo ese extensivo y delicado ejercicio narrativo que por desgracia en ocasiones se pierde. No obstante, son varias las cuestiones que incitan a reflexionar y que surgen en torno a los mensajes de denuncia social que se cuelan entre la cinta, como la creciente población sin techo en ciudades como Los Angeles, la salud mental y el abuso de drogas con prescripción que llevan a la adicción, a la par que lleva a mirar con ojos críticos a una sociedad que le da la espalda a los más desfavorecidos, y a todo un submundo de pobreza, prostitución y negocio de drogas que van arruinando sus vidas diariamente.

La trama de la película avanza también gracias a la fuerza interpretativa de unos actores que actúan mejor por separado que juntos, sin demostrar ninguna química en la pantalla que pudiera haber hecho más creíble la historia de amor entre sus personajes, y logrando más bien un resultado constreñido. Quizá estuviera pensado para contribuir a reforzar ese extrañamiento propio de dos personajes colisionados de mundos o realidades diferentes. Sea como sea, resulta más conmovedora la relación del actor Owen con la brillante y sorprendente Nesta Cooper ("Viajeros / Travelers"), quien logra destacarse en la película gracias a su brillante papel secundario como la hija de Greg.

En definitiva, la película logra tener algo que contar. Sin embargo, el tono más bien cómico con el que acompaña a esas secuencias tan elaboradas y trabajadas llenas de efectos especiales desinflan el fuerte dramatismo que debiera conducir la historia. Además, quizá uno de los peores aspectos del film radica en su pretensión de querer mostrar algo simbólico, singular, extraño, profundo como un todo en la película, obteniendo un resultado más bien inverosímil y en ocasiones dispar, inconexo e incongruente.

Así pues, "Bliss" juega con los límites entre la realidad y la ficción, dejando al espectador en todo momento la opción de creer en lo que prefiera creer. No obstante, y como comenzaba Greg al narrar el comienzo de la película, "no se si nada de todo esto es real, pero tiene sentimiento, y el sentimiento es real". Por lo tanto, no está de más darle a la cinta una oportunidad para disfrutar de este estético ejercicio metafórico de 104 minutos del inteligente y arriesgado cine de Cahill.

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