Crítica: "El buen patrón", no es oro todo lo que reluce

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"El buen patrón"
"El buen patrón"
Por Eva Ramos     

Fernando León de Aranoa se ha hecho desear, pero ha valido la pena la espera. Esta comedia ácida, "El buen patrón" (2021), que hace soltar continuas carcajadas al espectador mientras lo va desgarrando, es de lo más inteligente y elaborado que se ha podido ver en cine español desde hace tiempo.

Con un hábil juego de manos, nos hipnotiza para que entremos en el mundo del personaje de Blanco (Javier Bardem), un empresario que es "un padre" para sus empleados, a la cabeza de una gran familia que se apoya para conseguir un objetivo común. Por un lado, escuchamos a Blanco, que es un gran orador, un prestidigitador con el don de la palabra. Por el otro, siempre que nos sentimos cómodos con el personaje, divertido, encantador y "equilibrado", como él presume de ser, nos llega un pequeño toque que nos saca del ensueño.

Mientras nos explica cómo funciona su fábrica, los lazos que los unen y nos hemos tragado por completo su película, aparece el último empleado al que ha despedido con sus hijos. Enseguida nos ponemos de parte de Blanco; el pobre ha necesitado realizar un despido, gajes del oficio. Y ese mal padre, que hace pasar a sus hijos por una situación tan violenta, nos provoca un rechazo instantáneo. Incluso nos sonreímos ante la ironía del patrón cuando desprecia al exempleado.

Enseguida estamos soltando carcajadas con él, nos deslumbra, es un tipo divertido, el compañero de copas que todos querríamos tener. Y, cuando ya estamos metidos de lleno de nuevo en adorar al personaje, nos llega un mensaje muy claro: una pared llena de premios y trofeos, al que le falta un hueco por llenar para ser perfecta. No nos dejan olvidar cuál es realmente el objetivo que tiene detrás ese "buen padre", que siempre piensa en lo mejor para sus empleados... o no.

Situaciones que analizadas en frío nos horrorizarían, León de Aranoa hace que nos parezcan aceptables, como que un jefe aparezca en el trabajo de la esposa de un empleado para asesorarla en su vida conyugal, o que persiga a becarias como si fuera un perro de presa. Y de repente, nos arranca la sábana, la venda que nos tapaba los ojos a fuerza de cubata y compadreo, para ir dándonos cuenta de la realidad, que nos va congelando la risa en los labios.

León de Aranoa ha tejido esta inteligente tela de araña en la que caemos con gusto, y el camaleónico Javier Bardem la pone en escena con una maestría absolutamente perfecta: cada gesto y cada palabra están milimetrados para conseguir su objetivo. Hemos caído en la trampa y vamos a salir con un sabor muy amargo: el de tener la seguridad de que lo que hemos visto es totalmente verosímil, porque ese perfil lo conocemos bien y es real. Incluso juega con nosotros en los momentos finales haciéndonos creer que quizá ese monstruo tenga un ápice de sentimiento tras su ambición. Pero no, ya nos lo dijo todo cuando le vimos limpiarse la humanidad de sus empleados como un desesperado de los dedos, en una gloriosa escena que marca el comienzo del desequilibrio en su balanza.  

Consuela, al menos, ver cómo su manipulación, su modelar la realidad para que encaje con lo que le gustaría que hubiera sucedido, encuentra la horma de su zapato. La apabullante interpretación de Almudena Amor en el papel de la becaria sin escrúpulos, una Eva Harrington deseando coger el testigo de su patrón, nos llena de regocijo cuando cambian las tornas y es ella la que mueve los hilos. El cazador cazado; aunque siempre se puede adaptar lo que uno tiene para su propio beneficio, como hace Blanco delante de la comisión que viene a juzgar su empresa. Y, al final, siempre gana el que tiene las mejores cartas.

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