Crítica: "Girasoles silvestres", el viaje de una mujer

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"Girasoles silvestres"
"Girasoles silvestres"
Por Eduardo Larrocha    
    
"Girasoles silvestres", la séptima película de Jaime Rosales, comienza en una playa del Mediterráneo. "Yo quise subir al cielo para ver, bajar hasta el infierno para comprender…" Esta letra de "Abre la puerta" de Triana, que marca el sentido de este drama, suena mientras en la secuencia inicial Julia,  y sus dos hijos, están disfrutando de  la vida y sus peligros al ritmo de las olas del mar.

Julia - magnífica y versátil Anna Castillo- se busca a sí misma a través de los hombres que va encontrando en su camino. En "Girasoles silvestres", Rosales muestra las dificultades y el viaje iniciático de esta  mujer que va creciendo en la vida amorosa y familiar a través de su relación con  tres arquetipos masculinos. Empieza con el marchoso y violento, Óscar (Oriol Pla), luego viaja a Melilla donde conocemos al hombre del pasado  que representa  Marcos (Quim Ávila).  Si los dos primeros muestran una virilidad de  tatuajes, el tercero, Alex  (Lluis Marques), es un hombre quizás aburrido, pero alberga mayor sensibilidad. En esta fábula realista la figura masculina tiene algo de caricatura. Sólo un hombre tranquilo, el padre de Julia, a quien da vida Manolo Solo, seguirá ahí, a su lado, apoyándola sin límites en su complicado devenir. También de su parte está su hermana (Carolina Yuste).  
     
La acción se dibuja con unos  diálogos que se desenvuelven de una forma espléndida con esos planos fijos que van girando entre uno y otro personaje. En el desenlace y ante un aparente final feliz, la protagonista consigue que el futuro aparezca en toda su ambigüedad. El espectador se queda con otra de las interrogantes que encienden las distintas elipsis del guión escrito por el director junto a Bárbara Díez: ¿con estos antecedentes, cómo será el futuro familiar de Julia?
     
Las letras y la música de la banda sonora encajan en el discurso argumental de "Girasoles silvestres". Además de la inicial  "Abre la puerta",  escuchamos fragmentos de ópera en muy buena armonía con la trama. Suenan en varias  secuencias  "Una Furtiva Lacrima" de "L’elixir d’amore" de Donizetti y   "Lucevan le Stelle" de Tosca de Puccini. Reconforta escuchar estos temas mientras la joven madre se agobia, avanza, se desanima, ama y por encima de todo crece aún a costa de pérdidas y  sufrimiento. En cuanto al título, la versión silvestre de los girasoles viene a representar en el mundo rural una maleza invasora y extremadamente agresiva.     
   
"Una película debe ser una experiencia emocional… El espectador debe salir de la sala transformado…", escribe Jaime Rosales en "El lápiz y la cámara", el libro en el que expone su pensamiento y práctica cinematográfica. He seguido la filmografía del  director catalán desde su opera prima, "Las horas del día", hasta la que acaba de estrenar, pasando especialmente por "La soledad", "Hermosa Juventud" y  "Petra", su anterior película. Sus siete largometrajes me hacen entender una lógica línea discursiva y todos me han aportado una experiencia emocional. En definitiva, también de "Girasoles silvestres" he salido transformado.

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