Escribe Vicente Aranda: Carmen, el enigma

por © Vicente Aranda-NOTICINE.com
Paz Vega y Leo Sbaraglia, en Carmen
Paz Vega y Leo Sbaraglia, en Carmen
Paz Vega y Leo Sbaraglia, en Carmen2-X-03

Si hemos elegido un personaje como Carmen, no es sólo para atenernos a su superficie y conformarnos con la anécdota relativa a una mujer que “vuelve locos a los hombres”. También queremos profundizar en sus motivaciones. Carmen es española, pero siempre estuvo en manos extranjeras. Esto ha hecho que el personaje aparezca siempre desposeído de su contexto. Sin embargo, tenemos algunos datos, y entre ellos uno fundamental: vive y muere en la segunda y tercera década del siglo XIX.

La España de esa época era un país de contrastes, una zona geográfica anclada en una experiencia histórica reciente -la invasión napoleónica-, un tablero sobre el cual se dirimía la eterna diatriba de la humanidad: libertad u orden, o lo que es lo mismo, desorden o tiranía.

El trasfondo de un país donde la injusticia tiene que ser corregida echándose al monte con un trabuco, donde aparecen bandoleros que “roban a los ricos para dárselo a los pobres”, donde -lógicamente- el caos asoma a cada momento con intención de convertirse en regla, puede explicar muchas cosas acerca de Carmen.

Reduciéndolo a pura síntesis, podemos decir que Carmen, más allá de esa clasificación que quiere hacer de ella la mujer “fatal” por excelencia, es una mujer “normal” que, como sigue sucediendo en nuestros días con tantas mujeres, se resiste a claudicar ante sus propias emociones. El mecanismo del personaje es complejo hasta tal punto que -como sucede inevitablemente en la situación más cotidiana, seguramente por falta de cultura- Carmen se ha convertido en un enigma a sus propios ojos.

Pero lo que está claro es que se reproduce en ella -en su espíritu-, a modo de símbolo, como si de un campo experimental reducido se tratase, la misma diatriba que aflige a España en aquel momento: Libertad u orden. La tragedia de Carmen consiste en que, para acceder a la demanda de sus emociones, tiene que perder la libertad. Y, por añadidura, Carmen detesta el orden.

Carmen acepta la muerte sin necesidad de plantearse intelectualmente tan arduo enigma. ¿Por qué? Lo más convencional, la explicación que todo el mundo parece querer darse, tal vez con el ánimo de tranquilizar conciencias tanto propias como ajenas, es que es supersticiosa. No basta. Porque, además de supersticiosa, el carácter de Carmen concilia mal con la idea del hogar y del sometimiento cotidiano a un marido. No quiere dar de mamar a un niño, no quiere llegar a vieja, no quiere hacer una reducción de sus sentimientos sometiéndolos a una sola experiencia, ni quiere hacer ese trayecto habitual en el común de las mujeres, que va de la cocina al comedor con un plato en las manos. Si se quiere puede llamarse a esto vocación de libertad o rebeldía, pero también soberana lucidez.