Colaboración: La Habana, antes de Trump

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El teatro Karl Marx, sede de los grandes eventos del Festival de La Habana
Por Sergio Berrocal    

Mañana, una más, de triste resaca, a ocho mil kilómetros de La Habana, después de la inimaginable chulería de un señor de flequillo triste y sin gracia que, además, es presidente de la nación más poderosa del mundo y que sigue queriendo patear a los pequeños. Mi canario y yo hemos decidido borrarlo de nuestras vidas y hurgar en los recuerdos en busca de mejores momentos. Cuando había esperanza.

Estamos en 1993, o eso creo, y apunto en mis cuadernillos de papel cremoso que agarra con amor la punta del bolígrafo: "Nuevo triunfo para el caballero Alfredo Guevara en su discurso de clausura, en el que dice con todas las letras y mucha pasión: "En Coppelia (establecimiento en un parque habanero donde se degustan unos helados excepcionales y donde se sitúa el comienzo de la película "Fresa y chocolate") como en toda nuestra sociedad, cada quien prefiere el sabor que más le conviene y todos vamos a defender nuestros principios desde el abrazo de David y Diego (los dos protagonistas), abrazo que se multiplicará en otros abrazos que nos unirán más allá de cualquier diferencia en lo que por sobre todo prevalece, la decisión de salvar a Cuba, nuestra identidad, nuestra independencia y soberanía, el derecho a la dignidad, el derecho al futuro".

Otra de las cabezas visibles del cine cubano era ya en 1987 Pastor Vega, autor de algunas de las películas que internacionalmente dieron mayor relieve a Cuba. Dos de sus realizaciones de más impacto internacional son "Retrato de Teresa" y "Habanera". Y sobre todo, y para muchos, "Viva la república". El periodista que mejor conoce Cuba afirma que esta cinta "fue una de las cinco o seis cosas que me ayudaron a entender este país".

En ese entonces, cuando todavía Cuba no había abordado los momentos más difíciles de su historia, con el llamado "período especial", que tras el abandono de la ayuda por parte de la Unión Soviética y la posterior desaparición del mundo comunista, se traduciría por una economía destrozada y las peores dificultades que conocieron los cubanos desde el comienzo de la Revolución, Pastor Vega empleaba una fórmula que luego daría que hablar: la "diplomacia del cine".

Aquí vuelvo al presente, al presente soleado de este comienzo de verano europeo con rachas de calor y les cuento que en aquellos tiempos de mi cuento con Guevara y Pastor Vega, hubo una corriente que optaba por la diplomacia del cine, que quizá no fue, en el fondo, más que un generoso sueño de unos pocos.

Pero no es menos cierto que el Festival Internacional del Nuevo Cine latinoamericano, nacido en 1979, se había convertido en la cita anual de los realizadores de América Latina que todos los años tenían así la sola posibilidad de dar un vistazo exhaustivo a la cinematografía de todo el continente y de tomar contactos entre ellos y también con personalidades del cine europeo.

Incluso en los momentos de más bronca entre Washington y La Habana casi siempre ha habido por lo menos un representante del cine norteamericano en ese festival. De forma imperceptible y totalmente cubierta por cientos de películas, de los contactos puramente profesionales pronto se pasaría a otra etapa, la de la diplomacia del cine.

Dios mío, me doy cuenta de que les hablo de esperanzas de hace diecisiete años pero prefiero seguir aferrado a aquellos sueños de unos pocos que darme de bruces con la realidad que se presenta para Cuba en este final del mes de junio de 2017.

Y déjenme que siga contándoles mis cuentos de realidad, realidad de entonces, porque aquello era bonito y, sobre todo, esperanzador.

Probablemente todo empezara cuando personalidades del otro lado del mar como Gregory Peck, Sydney Pollack, Francis Ford Coppola y Robert de Niro estuvieron en Cuba y comprobaron, según declararían ellos mismos a la prensa internacional, que en ese país no todo era como se lo habían pintado en Estados Unidos.

De esas visitas, las más impactantes fueron la de Jack Lemmon (en tiempos del presidente Ronald Reagan) y la de Arnold Schwarzeneger (1993, siendo presidente Bill Clinton).

La visita de Jack Lemmon, enviado extraoficial del más que conservador presidente norteamericano para que le diese cuenta de sus impresiones en la patria de Fidel Castro, fue una de las más emotivas. En compañía de su esposa, el gran astro compartió durante unos días la vida de los festivaleros, alojándose en el Hotel Capri.

Con las lágrimas que dejaba correr por sus mejillas sin alboroto de falsa vergüenza, Jack Lemmon recibió en el imponente Teatro Carlos Marx habanero uno de los más cálidos homenajes de su vida. En la pantalla acababa de proyectarse uno de sus grandes momentos cinematográficos, "Missing", y al volver a encenderse las luces apareció como perdido debajo de la tela blanca. Con los ojos chorreando el entrañable intérprete de tantos grandes momentos apenas alcanzaba a agradecer los aplausos largos y cariñosos.

Antes de marcharse de regreso a los Estados Unidos pasaría una noche charlando con Fidel Castro al que —luego se sabría— contaba chistes sobre uno de sus grandes amigos, el presidente Ronald Reagan.

En diciembre de 1993, el Festival de La Habana recibía una de las visitas más sorprendentes que nadie podía imaginarse. Días después de iniciarse la muestra aterrizaba en el aeropuerto José Martí el actor Arnold Schwarzenneger, conocido por su conservadurismo en compañía de su esposa, Maria Shriver, periodista y sobrina del fallecido presidente John F. Kennnedy. Visita tanto más sorprendente cuanto que se sabía que para poder realizarla, el astro había tenido que abandonar por unos días un film que rodaba en Miami y capear el furor de la poderosa comunidad cubana de esa ciudad norteamericana que le había amenazado con boicotear sus películas si iba a Cuba.

En los últimos años -¡que hablo del pasado, lo único que quiero recordar!- los Festivales de La Habana han sido el marco de una serie de reuniones paralelas, que sin duda tienen algo que ver con "la diplomacia del cine". Dejando aparte las entrevistas que regularmente mantienen los actores y directores de Estados Unidos que viajan a Cuba en el mes de diciembre, a veces desafiando consignas más que serias del Departamento de Estado, hay toda una serie de encuentros que en el fárrago de la inmensa actividad festivalera pasan totalmente desapercibidas para la mayoría de la gente. En 1993, las reuniones profesionales tenían en el bando norteamericano a Harry Belafonte, el realizador independiente John Sales y el actor Eli Wallach, este último conocido en otros tiempos por películas como "Baby Doll" y "The Misfits".

Me vuelvo al horrible presente, a esta mañana de junio de 2017.

Y uno, que es masoquista, recuerda la "histórica" visita del presidente Barack Obama y de las modelos de Chanel a La Habana, hace un rato cuando parece que fue hace cien años.

Y no sé por qué se me vienen a la cabeza unos versos de Federico García Lorca:

Yo me quité la corbata
Ella se quitó el vestido
Yo el cinturón con revólver
Ella sus cuatro corpiños

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