Pérez Prado, su Mambo y el Cine mexicano

por © Corresponsal-NOTICINE.com
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México no olvida a un cubano universal, un revolucionario de la música popular cuyos ritmos siguen hoy, cerca de medio siglo después, atrayendo a las masas. La Cineteca Nacional celebrará el próximo martes 18 a las 17,00, dentro de su serie de "Charlas de Café", una sesión dedicada al compositor y director de orquesta Dámaso Pérez Prado y el Mambo en el cine mexicano, a cargo de Leopoldo Gaytán Apáez . Nacido en Huitzuco (Guerrero) en 1959, este periodista y estudioso ha colaborado en los matutinos Excélsior y La Jornada,en la revista Bembé y en el Programa Mensual de la Cineteca Nacional.

Pérez Prado -según la introducción de Gaytán Apáez llega a México en noviembre del 48, procedente de Cuba. Al frente de una orquesta de formato parecido al de las grandes bandas, propone entre otras cosas una nueva forma de dirigir a la orquesta. Pérez Prado hace a un lado la formalidad de Luis Alcaraz y la solemnidad de Arturo Nuñez; Prado suda, baila, se contorsiona y a patadas y gritos guturales, lleva a la orquesta a moverse al compás de su propio ritmo; y ante este fenómeno el cine, que ante todo es un negocio, lo busca para proponerle musicalizar varias películas, así sus frenéticos mambos aparecen en films como "Coqueta", "Perdida", "Aventurera", "Pobre corazón", "Victimas del pecado", "Del can can al mambo", "El dengue del amor"... en fin, más de 50 películas en solo cuatro años.

Si bien es cierto que en el cine mexicano y en la sociedad capitalina ya se bailaban otros ritmos afrocaribenos como el danzón, la rumba, el son y el bolero, por citar algunos, es a finales de los años cuarenta cuando en la sociedad mexicana irrumpió de manera sorpresiva el arrollador ritmo del mambo. Ello no es gratuito: en el ambiente del momento y por las políticas gubernamentales se respiraban supuestos aires de modernidad, de cierta prosperidad económica. Para esa modernidad y a falta de un ritmo propio que le diera identidad, (la comedia ranchera había quedado en la década pasada) la ciudad adoptó y se adapto inmediatamente al sonido que reflejaba el momento de optimismo que vivía la población capitalina. Dámaso tuvo la virtud de traducir en música bailable el diario acontecer urbano, el mambo es el rostro urbano de la posguerra, ese ritmo es la imagen de una década en que las propuestas musicales parecían agotarse. El mambo es en ese momento el anticipo latino del escándalo bailable y sensual por el que posteriormente transitaría el anglosajón ritmo del rock and roll.

Con la llegada del mambo a la pantalla, el acontecer fílmico se fortalece, ante un cine que mostraba ya síntomas de decadencia, la música de Pérez Prado supo darle a la cinematografía nacional, y no pocas veces a la internacional, una nueva imagen llena de frescura y vitalidad, esa imagen fue la contraparte del recurrente molde que presentaba la anacrónica comedia ranchera. Ante la inevitable presencia de un folklore petrificado en constantes repeticiones, Prado opuso un ritmo inagotable, un ritmo fresco alegre y sensual, que además logró conjuntar a públicos de diferentes generaciones como eran los añorantes porfirianos y hasta los modernos estudiantes tanto del politécnico como de la universidad.

Además de darle rostro y cuerpo a la cinematografía nacional, la música de Pérez Prado también dio identidad a los personajes urbanos del México de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta. Sus frenéticos mambos ubicaron de manera ejemplar a los nacientes sectores de la sociedad, ya no se escuchaban las canciones rancheras que evocaban la provincia: ahora la música hablaba de ruleteros, de secretarias, de telefonistas, de estudiantes, de locutores y hasta de periodistas que buscaban un lugar dentro de la naciente sociedad urbana.