La muerte, el amor y la familia, emocionan, duelen y divierten en la Seminci
- por © J.A. (Valladolid)-NOTICINE.com
Familias, amor y muertas han coincidido en las tres películas presentadas a concurso este lunes en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, tres interesantes reflexiones entre las que ha sobresalido por poco la comedia independiente norteamericana "Cyrus", única sin cadáver del día. Pero también la canadiense "A l'origine d'un cri" (La razón de un grito) y la israelí "Shlichuto shel hamemune al mashabei enosh" (La misión del director de recursos humanos) merecían los aplausos recibidos.
¿Qué hacer cuando la mujer que amas -con todos los merecimientos, porque es maravillosa- tiene otro hombre en su vida... un hijo de 21 años que se resiste a crecer? Eso es lo que le ocurre al protagonista de "Cyrus", la comedia dramática de los hermanos Kay y Mark Duplas, en su tercer y más comercial y accesible largo.
John (John C. Reilly), cuarentón abandonado por su antigua novia -aunque siguen siendo amigos- está sólo y deprimido, pero un día en una fiesta en casa de su "ex" conoce a Molly (Marisa Tomei), que es justo lo que busca y merece de la vida, una mujer con -como él- mucho que dar. Es casi amor a primera vista, tan espléndido como inesperado... Hasta que John descubre el pequeño secreto de su nueva novia: un hijo, crecidito a lo largo y lo ancho, Cyrus (Jonah Hill), que ha educado como madre soltera y se ha vuelto absolutamente dependiente y absorvente, a pesar de tener ya 21 añazos. Al principio todo parece ir bien entre los tres, pero pronto descubrimos junto a John que Cyrus no va a ceder su terreno tan facilmente, y que va a poner todos los palos que pueda en la rueda para que la relación entre su madre y el nuevo novio de ésta no prospere.
Este extraño triángulo concentra la trama de la nueva comedia-romántico-dramática de los Duplas, producida por los también hermanos Ridley y Tony Scott, que exige una notable entrega de parte de sus tres protagonistas, entre los que sobresale Marisa Tomei, una chica sin la suerte que merecía, y cuyo Oscar por "Mi primo Vinny" no logró asegurarle el futuro que se le auguraba. Sin embargo, ante el relativo desinterés de los grandes estudios por ella, Tomei ha podido brillar en sólidas producciones independientes, entre ellas las recientes "El luchador" y "Antes que el diablo sepa que has muerto", y ahora vuelve a hacerlo como esta Molly dividida entre sus "dos amores".
Para nuestra desgracia ni ella ni ninguno de sus compañeros a los directores pudieron venir a la Seminci.
Sí lo hizo en cambio el cineasta "quebecquois" Robin Aubert, un popular actor que ahora simultanea esta actividad con la de realizador, y que aquí firma con "A l'origine d'un cri" su película más personal, en un alto grado autobiográfica, un film duro de ver por momentos, muy emotivo en otros, y que en definitiva deja un buen sabor de boca a pesar de su irregularidad y un quizás algo excesivo metraje.
Ya en la primera secuencia, el espectador o espectadora recibe una metafórica patada en sus partes nobles, con el abuso -fuera de cámara pero con un audio muy evidente que no omite detalle- de un niño por parte de un adulto. Luego conoceremos la relación entre este hecho y el resto de la historia, que es la de tres hombres de una misma familia: abuelo, padre e hijo. El primer y el tercero deben formar equipo para buscar al padre, el cual, superado por la muerte de su segunda esposa, desentierra el cadaver y se lo lleva en una huída a ninguna parte.
En ese periplo, Aubert sigue por separado al trío de hombres marcados por el alcohol y la infelicidad, en un país aparentemente desolado y desolador, el Quebec profundo, matriarcal, por el que deambulan personajes que parecen muertos en vida y otros que son simplemente los fantasmas de los antepasados de la familia que reclaman a la "secuestrada" esposa del padre.
Con una sinceridad aplastante, Robin Aubert ha contado en rueda de prensa que el niño abusado fue él mismo, y que tanto el abuelo como el nieto tienen mucho que ver con el suyo propio y con él mismo, aunque -matiza con una sonrisa- su padre al quedarse viudo "no desenterró a mi madrastra" pero sí no pudo nunca superar su pérdida.
Es una pena que por momentos -defecto muy generalizado también entre sus colegas- el cineasta quiera dejar unas pinceladas "autorales" y surrealistas que no consiguen sino incordiar al espectador, al que en algunos momentos le pueden saltar con facilidad las lágrimas ante la profunda emoción de otras escenas o debe bajar la vista por algunas de una inusitada violencia, fruto de la rabia especialmente del personaje del autodestructivo nieto. Capítulo aparte merece la espléndida elección del reparto, con tres monumentales interpretaciones en un film tan repleto de emociones que debió significar un desafío personal para Patrick Hivon, Jean Lapointe y Michel Barrette.
Otra muerta viaja en "La misión del director de recursos humanos", del prestigioso realizador israelí Eran Riklis ("Los limoneros"), aunque esta vez lo hace de forma algo más convencional, en un féretro. Esta comedia dramática sigue el proceso de un desmotivado responsable del personal en una importante empresa panificadora, con problemas familiares, para humanizarse en un surrealista periplo desde Israel hasta la Rumanía profunda.
Una de sus empleadas ha muerto en un atentado suicida palestino, y ante la presión mediática, en su empresa le encargan que presida el traslado del cuerpo de la infortunada -cuya familia vive presuntamente en el país del Este europeo, porque nadie lo ha reclamado- hasta su definitiva morada.
Con muchas concomitancias con la cubana de Gutiérrez Alea-Tabío "Guantanamera", Riklis convierte ese inesperado viaje en una aventura redentora para el ejecutivo desencantado, que le hará recuperar su humanidad, precisamente al lado de los restos de una mujer a la nunca llegó a conocer en persona. Hubo aplausos para este film israelí que opta al Oscar extranjero este año.
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John (John C. Reilly), cuarentón abandonado por su antigua novia -aunque siguen siendo amigos- está sólo y deprimido, pero un día en una fiesta en casa de su "ex" conoce a Molly (Marisa Tomei), que es justo lo que busca y merece de la vida, una mujer con -como él- mucho que dar. Es casi amor a primera vista, tan espléndido como inesperado... Hasta que John descubre el pequeño secreto de su nueva novia: un hijo, crecidito a lo largo y lo ancho, Cyrus (Jonah Hill), que ha educado como madre soltera y se ha vuelto absolutamente dependiente y absorvente, a pesar de tener ya 21 añazos. Al principio todo parece ir bien entre los tres, pero pronto descubrimos junto a John que Cyrus no va a ceder su terreno tan facilmente, y que va a poner todos los palos que pueda en la rueda para que la relación entre su madre y el nuevo novio de ésta no prospere.
Este extraño triángulo concentra la trama de la nueva comedia-romántico-dramática de los Duplas, producida por los también hermanos Ridley y Tony Scott, que exige una notable entrega de parte de sus tres protagonistas, entre los que sobresale Marisa Tomei, una chica sin la suerte que merecía, y cuyo Oscar por "Mi primo Vinny" no logró asegurarle el futuro que se le auguraba. Sin embargo, ante el relativo desinterés de los grandes estudios por ella, Tomei ha podido brillar en sólidas producciones independientes, entre ellas las recientes "El luchador" y "Antes que el diablo sepa que has muerto", y ahora vuelve a hacerlo como esta Molly dividida entre sus "dos amores".
Para nuestra desgracia ni ella ni ninguno de sus compañeros a los directores pudieron venir a la Seminci.
Sí lo hizo en cambio el cineasta "quebecquois" Robin Aubert, un popular actor que ahora simultanea esta actividad con la de realizador, y que aquí firma con "A l'origine d'un cri" su película más personal, en un alto grado autobiográfica, un film duro de ver por momentos, muy emotivo en otros, y que en definitiva deja un buen sabor de boca a pesar de su irregularidad y un quizás algo excesivo metraje.
Ya en la primera secuencia, el espectador o espectadora recibe una metafórica patada en sus partes nobles, con el abuso -fuera de cámara pero con un audio muy evidente que no omite detalle- de un niño por parte de un adulto. Luego conoceremos la relación entre este hecho y el resto de la historia, que es la de tres hombres de una misma familia: abuelo, padre e hijo. El primer y el tercero deben formar equipo para buscar al padre, el cual, superado por la muerte de su segunda esposa, desentierra el cadaver y se lo lleva en una huída a ninguna parte.
En ese periplo, Aubert sigue por separado al trío de hombres marcados por el alcohol y la infelicidad, en un país aparentemente desolado y desolador, el Quebec profundo, matriarcal, por el que deambulan personajes que parecen muertos en vida y otros que son simplemente los fantasmas de los antepasados de la familia que reclaman a la "secuestrada" esposa del padre.
Con una sinceridad aplastante, Robin Aubert ha contado en rueda de prensa que el niño abusado fue él mismo, y que tanto el abuelo como el nieto tienen mucho que ver con el suyo propio y con él mismo, aunque -matiza con una sonrisa- su padre al quedarse viudo "no desenterró a mi madrastra" pero sí no pudo nunca superar su pérdida.
Es una pena que por momentos -defecto muy generalizado también entre sus colegas- el cineasta quiera dejar unas pinceladas "autorales" y surrealistas que no consiguen sino incordiar al espectador, al que en algunos momentos le pueden saltar con facilidad las lágrimas ante la profunda emoción de otras escenas o debe bajar la vista por algunas de una inusitada violencia, fruto de la rabia especialmente del personaje del autodestructivo nieto. Capítulo aparte merece la espléndida elección del reparto, con tres monumentales interpretaciones en un film tan repleto de emociones que debió significar un desafío personal para Patrick Hivon, Jean Lapointe y Michel Barrette.
Otra muerta viaja en "La misión del director de recursos humanos", del prestigioso realizador israelí Eran Riklis ("Los limoneros"), aunque esta vez lo hace de forma algo más convencional, en un féretro. Esta comedia dramática sigue el proceso de un desmotivado responsable del personal en una importante empresa panificadora, con problemas familiares, para humanizarse en un surrealista periplo desde Israel hasta la Rumanía profunda.
Una de sus empleadas ha muerto en un atentado suicida palestino, y ante la presión mediática, en su empresa le encargan que presida el traslado del cuerpo de la infortunada -cuya familia vive presuntamente en el país del Este europeo, porque nadie lo ha reclamado- hasta su definitiva morada.
Con muchas concomitancias con la cubana de Gutiérrez Alea-Tabío "Guantanamera", Riklis convierte ese inesperado viaje en una aventura redentora para el ejecutivo desencantado, que le hará recuperar su humanidad, precisamente al lado de los restos de una mujer a la nunca llegó a conocer en persona. Hubo aplausos para este film israelí que opta al Oscar extranjero este año.
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