Colaboración: Festival de La Habana, la "utilidad" en la vida y el cine
- por © NOTICINE.com
Por Frank Padrón
A pesar de ser una mañana casi gélida, muchos cinéfilos que se la habían perdido entre el follaje de tan inabarcable programación -la del 32 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano recién concluido- nos apresuramos temprano a la sala del Chaplin para enfrentarnos al máximo lauro, en largos de ficción, del evento. "La vida útil", film uruguayo de Federico Veiroj ("Acné") ostentaba ese privilegio, y ya se sabe que en cualquier festival, el primer escaño es el más definitorio (de tendencias, de aciertos, de certezas en el jurado...).
Que fuera la sede de la Cinemateca de Cuba (también principal del encuentro fílmico de cada diciembre) la que exhibiera una obra así, es algo simbólico. Hace tiempo que viejos cines son sido sustituidos por oficinas y edificios comerciales , sin que a empresarios y políticos les importe un comino, en sociedades que respiran sólo dinero y la mejor forma de ganarlo.
El protagonista de "La vida…" es un animador cultural que ha dedicado un cuarto de siglo no sólo a programar ciclos en Cinemateca uruguaya, sino a divulgar las actividades de la misma, ampliada a charlas y conversatorios, en un programa radial; de pronto un buen día (realmente de los peores) la entidad patrocinadora anuncia la imposibilidad de seguir financiando la institución, y tanto el cuarentón Jorge como el legendario museo fílmico dicen adiós a un hermoso proyecto artístico que hizo tanto por el público cinéfilo, el patrimonio y la difusión del mejor cine.
Pero el otrora programador y comunicador no se siente desahuciado; cierto que se vuelve un tanto cínico (ofrece una charla sarcástica a alumnos de derecho como si fuera el profesor) pero mejora su look y procura de todas todas una cita con una profesora a la que hace tiempo desea... no es difícil imaginar cuál será el lugar elegido para concretarla.
"La vida…" está rodada en blanco y negro, un trabajo del que es responsable Arauco Hernández (también co-editor), sin dudas, uno de los méritos del film, no solo en un explícito homenaje a etapas y períodos del cine (el cine ruso de vanguardia, el "noir", el Neorrealismo...) sino que permite una concentración dramática de la que no goza el color; la austeridad diegética y la rispidez de la historia encuentran en este rubro, por demás tan bien proyectado, un complemento ideal.
La música, apoyada generalmente en piezas aleatorias contemporáneas, opera sin embargo por contrapunto: si la tragedia de Jorge y la institución que representan es algo imperceptible (al menos dentro de la sociedad, la macrohistoria), nada de solos ni delicados segmentos; el carácter épico, casi guerrerista de las partituras, alude irónicamente a esas batallas que el protagonista, renuente a la derrota, emprende.
Jorge Jellinek, el actor (en realidad es crítico de cine y éste es su debut ante una cámara) que encarna al personaje central, se proyecta centrado, seguro, con los matices que la trama le dicta.
El defecto de "La vida…" a mi juicio, es el pollo en el arroz con pollo: hay demasiado poco en el relato, incapaz de confererirle cuerpo, carne, sustancia al plato, para seguir con la metáfora culinaria; por mucho que Veiroj estira (también temporalmente) la narración, ni siquiera llega a los 70 minutos. Pero aún así es demasiado…o demasiado poco. El discurso se torna reiterativo, cacofónico, infeliz.
Este hubiera sido un excelente corto, incluso un medio hasta 30 o 45 minutos; entonces, sin violencias en el tempo ni el ritmo, con la densidad y pormenorización que el tema exigen, "La vida… fuera una obra maestra.
Así, pese al Coral, dista de serlo. No basta a un film que plante banderas en el amor irrenunciable al cine dentro de un mundo globalizado y por tanto, cruel e indiferente ante causas y gestos culturales que parecen condenados al pasado. Si la película no contribuye a propagar y sembrar ese mismo amor (como demostró la casi totalidad del público que, desconcertado y lleno de incredulidad, abandonó la sala del Chaplin) , todo resulta en vano. Y aunque nosotros, con nuestra "Cinemateca" intacta, su sala dueña del mejor sonido Dolby del país, remozada, garantizada y –hasta ahora- sin peligros, nos aferremos a ella y sus maravillosos e ininterrumpidos ciclos de todo el año, sus oficinas llenas de especialistas capaces y atentos y sus archivos cada vez más atentos a la salvaguardia patrimonial, sintamos lástima y complicidad ante lo que nos cuenta "La vida útil" , nos preguntamos la utilidad real de una obra así que deja una recepción tan distante y hasta maldicente.
Ojalá las resonancias habaneras comiencen a abrir puertas a Veiroj (quien ya obtuvo aquí, hace varios años, un tercer coral de ópera prima), aunque de puertas adentro, aún con un público casi ciento por ciento formado por cinéfilos, y más concretamente, "cinematequeros" profesionales, le hayan lanzado tan sólo abucheos en una mañana doblemente invernal.
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A pesar de ser una mañana casi gélida, muchos cinéfilos que se la habían perdido entre el follaje de tan inabarcable programación -la del 32 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano recién concluido- nos apresuramos temprano a la sala del Chaplin para enfrentarnos al máximo lauro, en largos de ficción, del evento. "La vida útil", film uruguayo de Federico Veiroj ("Acné") ostentaba ese privilegio, y ya se sabe que en cualquier festival, el primer escaño es el más definitorio (de tendencias, de aciertos, de certezas en el jurado...).
Que fuera la sede de la Cinemateca de Cuba (también principal del encuentro fílmico de cada diciembre) la que exhibiera una obra así, es algo simbólico. Hace tiempo que viejos cines son sido sustituidos por oficinas y edificios comerciales , sin que a empresarios y políticos les importe un comino, en sociedades que respiran sólo dinero y la mejor forma de ganarlo.
El protagonista de "La vida…" es un animador cultural que ha dedicado un cuarto de siglo no sólo a programar ciclos en Cinemateca uruguaya, sino a divulgar las actividades de la misma, ampliada a charlas y conversatorios, en un programa radial; de pronto un buen día (realmente de los peores) la entidad patrocinadora anuncia la imposibilidad de seguir financiando la institución, y tanto el cuarentón Jorge como el legendario museo fílmico dicen adiós a un hermoso proyecto artístico que hizo tanto por el público cinéfilo, el patrimonio y la difusión del mejor cine.
Pero el otrora programador y comunicador no se siente desahuciado; cierto que se vuelve un tanto cínico (ofrece una charla sarcástica a alumnos de derecho como si fuera el profesor) pero mejora su look y procura de todas todas una cita con una profesora a la que hace tiempo desea... no es difícil imaginar cuál será el lugar elegido para concretarla.
"La vida…" está rodada en blanco y negro, un trabajo del que es responsable Arauco Hernández (también co-editor), sin dudas, uno de los méritos del film, no solo en un explícito homenaje a etapas y períodos del cine (el cine ruso de vanguardia, el "noir", el Neorrealismo...) sino que permite una concentración dramática de la que no goza el color; la austeridad diegética y la rispidez de la historia encuentran en este rubro, por demás tan bien proyectado, un complemento ideal.
La música, apoyada generalmente en piezas aleatorias contemporáneas, opera sin embargo por contrapunto: si la tragedia de Jorge y la institución que representan es algo imperceptible (al menos dentro de la sociedad, la macrohistoria), nada de solos ni delicados segmentos; el carácter épico, casi guerrerista de las partituras, alude irónicamente a esas batallas que el protagonista, renuente a la derrota, emprende.
Jorge Jellinek, el actor (en realidad es crítico de cine y éste es su debut ante una cámara) que encarna al personaje central, se proyecta centrado, seguro, con los matices que la trama le dicta.
El defecto de "La vida…" a mi juicio, es el pollo en el arroz con pollo: hay demasiado poco en el relato, incapaz de confererirle cuerpo, carne, sustancia al plato, para seguir con la metáfora culinaria; por mucho que Veiroj estira (también temporalmente) la narración, ni siquiera llega a los 70 minutos. Pero aún así es demasiado…o demasiado poco. El discurso se torna reiterativo, cacofónico, infeliz.
Este hubiera sido un excelente corto, incluso un medio hasta 30 o 45 minutos; entonces, sin violencias en el tempo ni el ritmo, con la densidad y pormenorización que el tema exigen, "La vida… fuera una obra maestra.
Así, pese al Coral, dista de serlo. No basta a un film que plante banderas en el amor irrenunciable al cine dentro de un mundo globalizado y por tanto, cruel e indiferente ante causas y gestos culturales que parecen condenados al pasado. Si la película no contribuye a propagar y sembrar ese mismo amor (como demostró la casi totalidad del público que, desconcertado y lleno de incredulidad, abandonó la sala del Chaplin) , todo resulta en vano. Y aunque nosotros, con nuestra "Cinemateca" intacta, su sala dueña del mejor sonido Dolby del país, remozada, garantizada y –hasta ahora- sin peligros, nos aferremos a ella y sus maravillosos e ininterrumpidos ciclos de todo el año, sus oficinas llenas de especialistas capaces y atentos y sus archivos cada vez más atentos a la salvaguardia patrimonial, sintamos lástima y complicidad ante lo que nos cuenta "La vida útil" , nos preguntamos la utilidad real de una obra así que deja una recepción tan distante y hasta maldicente.
Ojalá las resonancias habaneras comiencen a abrir puertas a Veiroj (quien ya obtuvo aquí, hace varios años, un tercer coral de ópera prima), aunque de puertas adentro, aún con un público casi ciento por ciento formado por cinéfilos, y más concretamente, "cinematequeros" profesionales, le hayan lanzado tan sólo abucheos en una mañana doblemente invernal.
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