Resplandores y nieblas del cine japonés
- por © Frank Padrón (Cuba)-NOTICINE.com
18-IV-05
Terminó con más penas que glorias la Semana de cine japonés que ocurrió en la céntrica sala vedadense 23 y 12. Ya nos habíamos referido a su mal paso inicial en una premiére ("Ceremonia de los maestros del te") como para no continuar, pero no sólo ésta resultó decepcionante, hubo no pocos fiascos como "Sonatine" (1993), de Takeshi Kitano, sobre combates entre yakuzas y mafiosos en el archipiélago de Okinawa. Yo apostaría a que no pasan cinco minutos sin que en este desabrido thriller, no se escuche por lo menos un disparo, aunque casi nunca con verdadera justificación dramática.
Estamos ante una de esas cintas que no definen nunca por donde van, y aparece el fin sin que a derechas uno sepa si vio una sátira o una cosa seria, de lo único que se sale convencido es de la impericia de su director para armar una historia con un mínimo de coherencia, para dirigir a esos actores desorientados y falsos y para mostrar siquiera una idea válida en tal derroche de celuloide y tiempo. La cámara, generadora de planos fijos, tampoco ayuda.
Aunque más interesante en sus propuestas, "Mis hijos", de Yoji Yamada, languidece bastante en su narración . Relaciones familiares en el Japón de principios de los 90, ofrecen más de un momento significativo, pero el conjunto no despega como prometen los inicios.
"Kamikaze Taxi"(1995), de Masato Harada, cuenta una historia atractiva: Un joven recluta yakuza busca venganza cuando su novia prostituta muere tras una sesión con un político japonés de alto rango aficionado a la tortura. En el trayecto de huída y venganza, el muchacho se topa con un taxista peruano de ancestros nipones que le ayuda no sólo como chofer. Es una lástima que la cinta aterrice en largas y superfluas digresiones (digamos, parrafadas sobre el Sendero Luminoso o la historia familiar del suramericano, algo de lo que el propio guión se burla al final) porque en esencia, se trata de un trayecto bien narrado, con un trabajo de cámara encomiable, construcción psicológica esmerada de los personajes y decorosas actuaciones.
"Ah, la primavera" (1998), de Shinji Soumai, drama familiar que recibió el premio FIPRESCI otorgado en Berlín, resultaba otro momento compensatorio, por lo cual uno se sentía tentado a perdonarle ciertas cursilerías, como ese moribundo dando vida a unos pollitos, o ciertos giros forzados de la trama; por último, "Waterboys" (2001), de Shinobu Yaguchi, sobre cinco estudiantes practicantes de nado sincronizado, y sus peripecias en la ciudad de Kawagoe, basada en un hecho real, resultó un agradable cierre, al tratarse de una cinta de bien proyectado ambiente juvenil, coreografías, danza, música y jóvenes adiestrados en el hermoso deporte-baile.
No da para muchos aplausos esta Semana de cine japonés contemporáneo, pero de todos modos se agradece por ser una ventana que nos permite asomarnos a un mundo desconocido y siempre apasionante.
Terminó con más penas que glorias la Semana de cine japonés que ocurrió en la céntrica sala vedadense 23 y 12. Ya nos habíamos referido a su mal paso inicial en una premiére ("Ceremonia de los maestros del te") como para no continuar, pero no sólo ésta resultó decepcionante, hubo no pocos fiascos como "Sonatine" (1993), de Takeshi Kitano, sobre combates entre yakuzas y mafiosos en el archipiélago de Okinawa. Yo apostaría a que no pasan cinco minutos sin que en este desabrido thriller, no se escuche por lo menos un disparo, aunque casi nunca con verdadera justificación dramática.
Estamos ante una de esas cintas que no definen nunca por donde van, y aparece el fin sin que a derechas uno sepa si vio una sátira o una cosa seria, de lo único que se sale convencido es de la impericia de su director para armar una historia con un mínimo de coherencia, para dirigir a esos actores desorientados y falsos y para mostrar siquiera una idea válida en tal derroche de celuloide y tiempo. La cámara, generadora de planos fijos, tampoco ayuda.
Aunque más interesante en sus propuestas, "Mis hijos", de Yoji Yamada, languidece bastante en su narración . Relaciones familiares en el Japón de principios de los 90, ofrecen más de un momento significativo, pero el conjunto no despega como prometen los inicios.
"Kamikaze Taxi"(1995), de Masato Harada, cuenta una historia atractiva: Un joven recluta yakuza busca venganza cuando su novia prostituta muere tras una sesión con un político japonés de alto rango aficionado a la tortura. En el trayecto de huída y venganza, el muchacho se topa con un taxista peruano de ancestros nipones que le ayuda no sólo como chofer. Es una lástima que la cinta aterrice en largas y superfluas digresiones (digamos, parrafadas sobre el Sendero Luminoso o la historia familiar del suramericano, algo de lo que el propio guión se burla al final) porque en esencia, se trata de un trayecto bien narrado, con un trabajo de cámara encomiable, construcción psicológica esmerada de los personajes y decorosas actuaciones.
"Ah, la primavera" (1998), de Shinji Soumai, drama familiar que recibió el premio FIPRESCI otorgado en Berlín, resultaba otro momento compensatorio, por lo cual uno se sentía tentado a perdonarle ciertas cursilerías, como ese moribundo dando vida a unos pollitos, o ciertos giros forzados de la trama; por último, "Waterboys" (2001), de Shinobu Yaguchi, sobre cinco estudiantes practicantes de nado sincronizado, y sus peripecias en la ciudad de Kawagoe, basada en un hecho real, resultó un agradable cierre, al tratarse de una cinta de bien proyectado ambiente juvenil, coreografías, danza, música y jóvenes adiestrados en el hermoso deporte-baile.
No da para muchos aplausos esta Semana de cine japonés contemporáneo, pero de todos modos se agradece por ser una ventana que nos permite asomarnos a un mundo desconocido y siempre apasionante.