Polémico Von Trier y otras resonancias del Festival habanero
- por © Frank Padrón (La Habana)-NOTICINE.com
15-XII-05
"Manderlay", segunda en la trilogía que el ex líder de Dogma 95, Lars von Trier, sobre Estados Unidos, generó como toda cinta polémica, reacciones diversas en el 27 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Von Trier esta vez retorna el espacio semantizado que convierte la escena teatral en un pueblo como sería representado en el propio cine, y que fue de las sorpresas en la primera, "Dogville". Retornan también los subconjuntos en las acciones actorales, la narración in off con aires librescos que deliberadamente emparienta también la puesta en pantalla no ya con el teatro que le pisa los talones, sino con la literatura, y como si fuera poco, la historia (ahora ubicada en la Alabama, años 30, en una plantación donde aún impera la esclavitud) re-comienza por donde acabó la otra, sólo que a Nicole Kidman la sustituye esta vez una sólo correcta Bryce Dallas Howard, sin brillos adicionales. Por mucho que deseemos leer una visión circunscrita a los Estados Unidos desde la pupila europeísta del danés, ni el médico chino salva esta segunda vuelta de una impronta racista de armas tomar. No es sólo que una América autosuficiente e inmadura no pudiera con el torrente africano, que de este modo tenía que responder violentamente a la fusta, sino que todo el guión destila una actitud peyorativa a esta raza que, ciertamente, no es la masa homogénea e informe que vieran otros (el “intolerante” Griffith, por ejemplo): faltaba más, en un artista con la sensibilidad y cultura de Von Trier.
Con todo y su división sico-sociológica que uno de los patriarcas negros (nada menos que Morgan Freeman, conocido luchador por los derechos de los afroamericanos) realiza en el libro de las leyes del sitio, se ve al negro como un ser incapaz de la auto determinación, a quien no le va la democracia (aún cuando el director ironice también sobre la misma en aquella memorable escena de la primera votación) y el que, en definitiva, sólo es capaz de responder y actuar bajo la punta del látigo...esto no desmiente el hecho de encontrarnos ante otro sólido film, con un esmerado amarre de las situaciones, de soluciones fílmicas (con todo y los coqueteos teatrales del mismo) admirables: baste recordar ciertos dollys, encuadres y panorámicas y alternancias exquisitas entre planos que corresponden a la perfección con las curvas dramáticas, con las puntas de clímax en que los cierres de determinados capítulos alcanzan, y sobre todo, una labor interpretativa dentro de la coralidad dramática, admirable...pero vamos, que todo hay que decirlo, y por mucho que reafirme lo contrario con las imágenes de archivo del final (para mí, supérfluas), se le salió el Kukuxklan al admirado Lars von Trier.
Hablando del maestro, “20 centímetros”, otra de las popularísimas en este festival, es "Dancer in the dark" en clave frívola, porque este musical español de Ramón Salazar ("Hongos") sobre un travesti que sueña pasar a transgénero, utiliza el mismo recurso, acaso excesivo, de poblar de chispeantes coreografías la ruptura con la realidad, sólo que esta vez de manera involuntaria en el protagonista, encarnado admirablemente por una Mónica Cervera crecida respecto a la experiencia anterior del director ("Piedras", donde animaba con semejante virtuosismo una retrasada mental) para dárselas de vedette con todas las de la ley. La cinta, verdaderamente ingeniosa, fluida y simpática, algo que le aplica sobre todo su muy capaz actriz protagónica, se estira sin embargo innecesariamente, de ahí que muchos de esos clips internos sepan a relleno, por mucho que estén notablemente diseñados.
Lo último de Ventura Pons ("Morir (o no)", "Anita no pierde el tren", "Actrices"...) llamado "Amor idiota", casi le hace honor al título. El trayecto del extravagante buscando conquistar el amor de una mujer casada, activa en el negocio de las vallas publicitarias, resulta fatigoso, pesado, henchido de chistes que no funcionan y con actores en vano esforzados (incluyendo la sensual Cayetana Guillén Cuervo) en dar un mínimo de consistencia a sus papeles.
De otro “dogmático”, Thomas Vinterberg, es "Querida Wendy", en torno a una sociedad secreta con revólveres como núcleo, padece (y nosotros con ella) de una narración no sólo convencional sino morosa y cansina, de modo que es otro que abdica (para mal) de los mandamientos del importante movimiento fílmico.
Con éxito se desarrolla, en el 23 y 12, el ciclo con largometrajes alemanes de los años 20, aquella vanguardia que trató (y logró) una estética del movimiento, aún enfocados como estaban a la publicidad y la propaganda. Buena culpa de ello lo tiene su curador, el especialista argentino Ricardo Parodi, quien más que presentaciones a las tandas ofrece verdaderas clases magistrales sobre este decisivo período en la historia del cine.
"Manderlay", segunda en la trilogía que el ex líder de Dogma 95, Lars von Trier, sobre Estados Unidos, generó como toda cinta polémica, reacciones diversas en el 27 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Von Trier esta vez retorna el espacio semantizado que convierte la escena teatral en un pueblo como sería representado en el propio cine, y que fue de las sorpresas en la primera, "Dogville". Retornan también los subconjuntos en las acciones actorales, la narración in off con aires librescos que deliberadamente emparienta también la puesta en pantalla no ya con el teatro que le pisa los talones, sino con la literatura, y como si fuera poco, la historia (ahora ubicada en la Alabama, años 30, en una plantación donde aún impera la esclavitud) re-comienza por donde acabó la otra, sólo que a Nicole Kidman la sustituye esta vez una sólo correcta Bryce Dallas Howard, sin brillos adicionales. Por mucho que deseemos leer una visión circunscrita a los Estados Unidos desde la pupila europeísta del danés, ni el médico chino salva esta segunda vuelta de una impronta racista de armas tomar. No es sólo que una América autosuficiente e inmadura no pudiera con el torrente africano, que de este modo tenía que responder violentamente a la fusta, sino que todo el guión destila una actitud peyorativa a esta raza que, ciertamente, no es la masa homogénea e informe que vieran otros (el “intolerante” Griffith, por ejemplo): faltaba más, en un artista con la sensibilidad y cultura de Von Trier.
Con todo y su división sico-sociológica que uno de los patriarcas negros (nada menos que Morgan Freeman, conocido luchador por los derechos de los afroamericanos) realiza en el libro de las leyes del sitio, se ve al negro como un ser incapaz de la auto determinación, a quien no le va la democracia (aún cuando el director ironice también sobre la misma en aquella memorable escena de la primera votación) y el que, en definitiva, sólo es capaz de responder y actuar bajo la punta del látigo...esto no desmiente el hecho de encontrarnos ante otro sólido film, con un esmerado amarre de las situaciones, de soluciones fílmicas (con todo y los coqueteos teatrales del mismo) admirables: baste recordar ciertos dollys, encuadres y panorámicas y alternancias exquisitas entre planos que corresponden a la perfección con las curvas dramáticas, con las puntas de clímax en que los cierres de determinados capítulos alcanzan, y sobre todo, una labor interpretativa dentro de la coralidad dramática, admirable...pero vamos, que todo hay que decirlo, y por mucho que reafirme lo contrario con las imágenes de archivo del final (para mí, supérfluas), se le salió el Kukuxklan al admirado Lars von Trier.
Hablando del maestro, “20 centímetros”, otra de las popularísimas en este festival, es "Dancer in the dark" en clave frívola, porque este musical español de Ramón Salazar ("Hongos") sobre un travesti que sueña pasar a transgénero, utiliza el mismo recurso, acaso excesivo, de poblar de chispeantes coreografías la ruptura con la realidad, sólo que esta vez de manera involuntaria en el protagonista, encarnado admirablemente por una Mónica Cervera crecida respecto a la experiencia anterior del director ("Piedras", donde animaba con semejante virtuosismo una retrasada mental) para dárselas de vedette con todas las de la ley. La cinta, verdaderamente ingeniosa, fluida y simpática, algo que le aplica sobre todo su muy capaz actriz protagónica, se estira sin embargo innecesariamente, de ahí que muchos de esos clips internos sepan a relleno, por mucho que estén notablemente diseñados.
Lo último de Ventura Pons ("Morir (o no)", "Anita no pierde el tren", "Actrices"...) llamado "Amor idiota", casi le hace honor al título. El trayecto del extravagante buscando conquistar el amor de una mujer casada, activa en el negocio de las vallas publicitarias, resulta fatigoso, pesado, henchido de chistes que no funcionan y con actores en vano esforzados (incluyendo la sensual Cayetana Guillén Cuervo) en dar un mínimo de consistencia a sus papeles.
De otro “dogmático”, Thomas Vinterberg, es "Querida Wendy", en torno a una sociedad secreta con revólveres como núcleo, padece (y nosotros con ella) de una narración no sólo convencional sino morosa y cansina, de modo que es otro que abdica (para mal) de los mandamientos del importante movimiento fílmico.
Con éxito se desarrolla, en el 23 y 12, el ciclo con largometrajes alemanes de los años 20, aquella vanguardia que trató (y logró) una estética del movimiento, aún enfocados como estaban a la publicidad y la propaganda. Buena culpa de ello lo tiene su curador, el especialista argentino Ricardo Parodi, quien más que presentaciones a las tandas ofrece verdaderas clases magistrales sobre este decisivo período en la historia del cine.