Estreno peruano en el Festival de Lima: "El soñador", de Adrián Saba
- por © José Romero Carrillo (Lima)-NOTICINE.com
El segundo trabajo de Adrián Saba permite visualizar intereses muy distintos a la de su opera prima, "El limpiador". En aquella obra, todo se enmarcaba en un futuro apocalíptico, en una ciudad de Lima distópica en la que un médico forense encontraba en un niño insospechados visos de humanidad, pero todo inmerso en una puesta en escena rigurosa, cerebral. En "El soñador", presentada en la competencia del Festival de Lima, tras su estreno internacional en la Berlinale, en cambio, el protagonista, por decisión propia se refugia en una dimensión paralela, en una realidad onírica, que nos es planteada desde el mismo inicio de la cinta.
El adolescente huérfano, protagonista de "El soñador", vive en un entorno hostil, rodeado de delincuentes, hay códigos que deben respetarse y él sin quererlo quiebra uno de ellos: se interesa y enamora de la hermana de dos miembros de su pandilla. Este suceso viene a ser clave en la película, una repentina e improbable relación -como también lo fue en "El limpiador"- reconstruye toda la propuesta. ¿No es acaso toda la película, la siesta de nuestro protagonista antes de morir?
La atracción entre Sebastián y Emilia se constituye en el detonante para esta fuga de la realidad, que es lo que único que mantiene en pie a Sebastián en su intento de desligarse de este submundo criminal, de ya no pertenecer a algo que creía era su familia. Saba recrea viejos relatos del cine negro donde el antihéroe debe realizar un último atraco y así saldar las cuentas antes de lograr tocar el paraíso. Pero aquí como los delincuentes como nuestro héroe son meros y torpes aprendices del hampa, esta criminalidad amateur no es lo nos debe interesar. Si nos quedamos ahí, no habremos tocado la entraña y lo más valioso de "El soñador".
La apuesta de Saba es contraponer ese submundo marginal con una progresiva introspección en la psiquis de Sebastián, sus sentimientos, expectativas y añoranzas afloran para hacernos cómplices de sus verdaderas intenciones. Si en los sueños, no existe represión absoluta, así tal cual nos lo muestra el director, es una realidad alterada, un mundo ideal construido bajo una estética que nos resulta sincera, un escape a una realidad fantástica y coherente. A final de cuentas, no interesa, que es vigilia y que no, si las aspiraciones románticas de Sebastián fueron correspondidas o no; o sencillamente era el detonante que le hacía falta para empezar su propia historia de redención. Esta interrogante de muchos espectadores viene por esa necesidad de racionalizarlo todo, de querer entenderlo todo a partir de una típica estructura de guión. En definitiva, queremos que la película nos diga algo, y en ese sentido la advertencia del título no puede ser más precisa y ya sabemos a qué personaje le pertenecen estos sueños.
Aún cuando es posible observar rasgos distinguibles, coincidentes con "El limpiador", pero no se puede negar el riesgo que ha asumido su director, el atrevimiento al no realizar lo que los cinéfilos, los programadores y los festivales esperaban para su segunda película. Ello ya es rescatable, en estos tiempos en que la norma es ingresar al circuito y hacer todo lo necesario para trabajar / permanecer lo máximo posible en una zona de confort.
La sensible propuesta de Adrián Saba no sería lo mismo sin la virtuosa fotografía de Cesar Fe. Solo así se puede trascender el cliché, y darle cuerpo, fluidez a lo que es una ensoñación, a una exploración creativa que estimula y requiere la participación activa del espectador. Orfandad, melancolía, tragedia son conceptos que uno se lleva de la película, curiosamente todos ellos resumidos en el encuadre con el que cierra su lograda película. A título personal, uno de los planos finales más significativos del cine peruano.
Más información sobre "El soñador":
Entrevista a Adrián Saba.
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El adolescente huérfano, protagonista de "El soñador", vive en un entorno hostil, rodeado de delincuentes, hay códigos que deben respetarse y él sin quererlo quiebra uno de ellos: se interesa y enamora de la hermana de dos miembros de su pandilla. Este suceso viene a ser clave en la película, una repentina e improbable relación -como también lo fue en "El limpiador"- reconstruye toda la propuesta. ¿No es acaso toda la película, la siesta de nuestro protagonista antes de morir?
La atracción entre Sebastián y Emilia se constituye en el detonante para esta fuga de la realidad, que es lo que único que mantiene en pie a Sebastián en su intento de desligarse de este submundo criminal, de ya no pertenecer a algo que creía era su familia. Saba recrea viejos relatos del cine negro donde el antihéroe debe realizar un último atraco y así saldar las cuentas antes de lograr tocar el paraíso. Pero aquí como los delincuentes como nuestro héroe son meros y torpes aprendices del hampa, esta criminalidad amateur no es lo nos debe interesar. Si nos quedamos ahí, no habremos tocado la entraña y lo más valioso de "El soñador".
La apuesta de Saba es contraponer ese submundo marginal con una progresiva introspección en la psiquis de Sebastián, sus sentimientos, expectativas y añoranzas afloran para hacernos cómplices de sus verdaderas intenciones. Si en los sueños, no existe represión absoluta, así tal cual nos lo muestra el director, es una realidad alterada, un mundo ideal construido bajo una estética que nos resulta sincera, un escape a una realidad fantástica y coherente. A final de cuentas, no interesa, que es vigilia y que no, si las aspiraciones románticas de Sebastián fueron correspondidas o no; o sencillamente era el detonante que le hacía falta para empezar su propia historia de redención. Esta interrogante de muchos espectadores viene por esa necesidad de racionalizarlo todo, de querer entenderlo todo a partir de una típica estructura de guión. En definitiva, queremos que la película nos diga algo, y en ese sentido la advertencia del título no puede ser más precisa y ya sabemos a qué personaje le pertenecen estos sueños.
Aún cuando es posible observar rasgos distinguibles, coincidentes con "El limpiador", pero no se puede negar el riesgo que ha asumido su director, el atrevimiento al no realizar lo que los cinéfilos, los programadores y los festivales esperaban para su segunda película. Ello ya es rescatable, en estos tiempos en que la norma es ingresar al circuito y hacer todo lo necesario para trabajar / permanecer lo máximo posible en una zona de confort.
La sensible propuesta de Adrián Saba no sería lo mismo sin la virtuosa fotografía de Cesar Fe. Solo así se puede trascender el cliché, y darle cuerpo, fluidez a lo que es una ensoñación, a una exploración creativa que estimula y requiere la participación activa del espectador. Orfandad, melancolía, tragedia son conceptos que uno se lleva de la película, curiosamente todos ellos resumidos en el encuadre con el que cierra su lograda película. A título personal, uno de los planos finales más significativos del cine peruano.
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