Colaboración: La moza que Lorca se llevó al río
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Por Sergio Berrocal
Se aparentaba más a un vulgar cantante de tango argentino algo barriobajero, que a un exquisito y refinado poeta romántico atormentado por los aguijonazos de la creación. Extraordinariamente sutil para su siglo de gente labriega afincada en un rincón de la hondonada que en Europa es Andalucía, en el sur de España, Federico García Lorca sigue siendo, ochenta años después de su asesinato por celos, intereses, asco a los maricones o simplemente estupidez propia de tanto forajido envidioso y tullido que impuso el franquismo en España, el hombre que supo hilar los más bellos versos.
Le mataron como a un perro en agosto de 1936. Apenas comenzada la Guerra Civil española. Tenía solo 38 años de edad.
Está más presente que nunca aunque mucha de la gente que escucha su nombre como un martilleo no sepa muy bien, y maldita falta que hace, si fue el autor del burrito Platero o el del Romancero gitano. La ignorancia, cruda y acendrada, no entiende de sutilezas ni de mocitas que se sueltan el moño una noche de luna.
Otros poetas quizá supieron decir las cosas con más guapura, pero nadie con tanto sentimiento, tanta candidez enamorada, consiguiendo algunos pasajes de una belleza inigualada y probablemente inigualable.
Lorca estaba enamorado sin ser correspondido pero no de ninguna moza granadina sino del pintor Salvador Dalí, con el que compartía colegio de genios juntos a otros como Luis Buñuel.
Y pese a ese amor por alguien de su mismo sexo en vísperas de la cruzada "moral" de Francisco Franco, el gordezuelo general amigo de nadie, ni de los que le llevaron bajo palio al poder, Federico García Lorca escribió también maravillas eróticas que llevan en vilo a la mujer ideal que todavía suenan en nuestras cabezas.
Con toda su homosexualidad a cuestas, asumida o no, con su amor no correspondido, nunca correspondido insisten escritos, por el genio catalán, que solo amaba a su Gala, aún antes de que se la robara a su amigo Paul Eluard.
Casi, casi hubiese podido cruzarse con el pintor Julio Romero de Torres, cordobés pero afincado en Madrid, porque el hombre, el que mejor pintó a la mujer morena, decían por la judería cordobesa, gustaba de las enormes metrópolis casi tanto como de un rostro bonito.
Macho cabrío con bigote de conquistador de zarzuela populachera, Romero de Torres, pintó a la mujer morena y a las otras. Las pintó y amó a todas, sobre todo a aquella Chiquita piconera que todavía hace poco salía en las televisiones españoles contando cómo conoció y cómo se convirtió en la modelo preferida del pintor que mejor captó el alma femenina.
A veces uno piensa que aquella Chiquita piconera pudo ser la que Federico García Lorca se llevó al río pensando que era mocita.
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
...
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
...
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
...
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
...
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
El hombre que con alma de mujer escribió este poema sin parangón vuelve a ser actualidad en la España del siglo XXI, cuando solo se sabe que Federico García Lorca fue mal matado, probablemente fusilado como entonces lo hacían las tropas franquistas, al lado de una fosa donde luego sería enterrado con otros que cayeran aquella misma noche.
El historiador Ian Gibson jura que el poeta es una de las "cien mil víctimas, que para vergüenza de España, aún yacen en cunetas y fosas comunes".
Ha habido a lo largo de estos ochenta años todo tipo de suposiciones y comentarios. Que Franco mandó recuperar su cuerpo para que nadie le encontrase, Incluso una película jugaba con la fantasía de que quizá no murió. Ojalá.
Fue mito vivo y lo es más ahora muerto.
Cuentan en el diario El País que cuando el presidente norteamericano Dwight Eisenhower visitó España en diciembre de 1959, dando así por terminado el aislamiento a que el mundo había sometido a España para significar su rechazo por las atrocidades de una guerra civil que se prolongó casi hasta la muerte del dictador, en 1975, pidió ciertas explicaciones a Franco sobre Federico García Lorca.
El dictador, dicen, atribuyó su muerte a "incontrolados". Y se lavó las manos, como tantas veces lo había hecho.
Una escena totalmente surrealista en el monacal Palacio de El Pardo. Ni a Franco le había interesado nunca el desaparecido, el fusilado, el asesinado, ni Eisenhower debía tener una idea demasiado clara de quién era aquel tipo que intelectuales norteamericanos habían sacado a la luz en un manifiesto.
En mi infinita dislexia bucólica surrealista, imagino a Don Francisco Franco levantarse de su sillón de pontífice sin consagrar y empezar a recitar algunos de los versos más bellos de la vida de Lorca:
"Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos…".
Nadie filmó esta escena que acabo de imaginar pero hubiese valido la pena. De haber sido real, si la boquita del Caudillo hubiese proferido esas palabras maravillosas, ocho palabras para un sueño, quizá Eisenhower hubiese entendido algo más el alma de un pueblo al que venía a someter para gloriosos años más de prosperidad de los Estados Unidos.
Pero quién sabe si el rudo militar salido por lo menos del West Point de todas nuestras películas no habría leído a hurtadillas "La casada infiel".
Quizá por eso se le veía a menudo sonriente, con una expresión perdida en sus ojillos cubiertos por la gorra de plato marcial o por el desenfadado sombrero de civil que nunca tuvo tres picos.
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Se aparentaba más a un vulgar cantante de tango argentino algo barriobajero, que a un exquisito y refinado poeta romántico atormentado por los aguijonazos de la creación. Extraordinariamente sutil para su siglo de gente labriega afincada en un rincón de la hondonada que en Europa es Andalucía, en el sur de España, Federico García Lorca sigue siendo, ochenta años después de su asesinato por celos, intereses, asco a los maricones o simplemente estupidez propia de tanto forajido envidioso y tullido que impuso el franquismo en España, el hombre que supo hilar los más bellos versos.
Le mataron como a un perro en agosto de 1936. Apenas comenzada la Guerra Civil española. Tenía solo 38 años de edad.
Está más presente que nunca aunque mucha de la gente que escucha su nombre como un martilleo no sepa muy bien, y maldita falta que hace, si fue el autor del burrito Platero o el del Romancero gitano. La ignorancia, cruda y acendrada, no entiende de sutilezas ni de mocitas que se sueltan el moño una noche de luna.
Otros poetas quizá supieron decir las cosas con más guapura, pero nadie con tanto sentimiento, tanta candidez enamorada, consiguiendo algunos pasajes de una belleza inigualada y probablemente inigualable.
Lorca estaba enamorado sin ser correspondido pero no de ninguna moza granadina sino del pintor Salvador Dalí, con el que compartía colegio de genios juntos a otros como Luis Buñuel.
Y pese a ese amor por alguien de su mismo sexo en vísperas de la cruzada "moral" de Francisco Franco, el gordezuelo general amigo de nadie, ni de los que le llevaron bajo palio al poder, Federico García Lorca escribió también maravillas eróticas que llevan en vilo a la mujer ideal que todavía suenan en nuestras cabezas.
Con toda su homosexualidad a cuestas, asumida o no, con su amor no correspondido, nunca correspondido insisten escritos, por el genio catalán, que solo amaba a su Gala, aún antes de que se la robara a su amigo Paul Eluard.
Casi, casi hubiese podido cruzarse con el pintor Julio Romero de Torres, cordobés pero afincado en Madrid, porque el hombre, el que mejor pintó a la mujer morena, decían por la judería cordobesa, gustaba de las enormes metrópolis casi tanto como de un rostro bonito.
Macho cabrío con bigote de conquistador de zarzuela populachera, Romero de Torres, pintó a la mujer morena y a las otras. Las pintó y amó a todas, sobre todo a aquella Chiquita piconera que todavía hace poco salía en las televisiones españoles contando cómo conoció y cómo se convirtió en la modelo preferida del pintor que mejor captó el alma femenina.
A veces uno piensa que aquella Chiquita piconera pudo ser la que Federico García Lorca se llevó al río pensando que era mocita.
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
...
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
...
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
...
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
...
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
El hombre que con alma de mujer escribió este poema sin parangón vuelve a ser actualidad en la España del siglo XXI, cuando solo se sabe que Federico García Lorca fue mal matado, probablemente fusilado como entonces lo hacían las tropas franquistas, al lado de una fosa donde luego sería enterrado con otros que cayeran aquella misma noche.
El historiador Ian Gibson jura que el poeta es una de las "cien mil víctimas, que para vergüenza de España, aún yacen en cunetas y fosas comunes".
Ha habido a lo largo de estos ochenta años todo tipo de suposiciones y comentarios. Que Franco mandó recuperar su cuerpo para que nadie le encontrase, Incluso una película jugaba con la fantasía de que quizá no murió. Ojalá.
Fue mito vivo y lo es más ahora muerto.
Cuentan en el diario El País que cuando el presidente norteamericano Dwight Eisenhower visitó España en diciembre de 1959, dando así por terminado el aislamiento a que el mundo había sometido a España para significar su rechazo por las atrocidades de una guerra civil que se prolongó casi hasta la muerte del dictador, en 1975, pidió ciertas explicaciones a Franco sobre Federico García Lorca.
El dictador, dicen, atribuyó su muerte a "incontrolados". Y se lavó las manos, como tantas veces lo había hecho.
Una escena totalmente surrealista en el monacal Palacio de El Pardo. Ni a Franco le había interesado nunca el desaparecido, el fusilado, el asesinado, ni Eisenhower debía tener una idea demasiado clara de quién era aquel tipo que intelectuales norteamericanos habían sacado a la luz en un manifiesto.
En mi infinita dislexia bucólica surrealista, imagino a Don Francisco Franco levantarse de su sillón de pontífice sin consagrar y empezar a recitar algunos de los versos más bellos de la vida de Lorca:
"Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos…".
Nadie filmó esta escena que acabo de imaginar pero hubiese valido la pena. De haber sido real, si la boquita del Caudillo hubiese proferido esas palabras maravillosas, ocho palabras para un sueño, quizá Eisenhower hubiese entendido algo más el alma de un pueblo al que venía a someter para gloriosos años más de prosperidad de los Estados Unidos.
Pero quién sabe si el rudo militar salido por lo menos del West Point de todas nuestras películas no habría leído a hurtadillas "La casada infiel".
Quizá por eso se le veía a menudo sonriente, con una expresión perdida en sus ojillos cubiertos por la gorra de plato marcial o por el desenfadado sombrero de civil que nunca tuvo tres picos.
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