Colaboración: Una ensaimada en Nebraska

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Xavier Cugat, en su esplendor
Por Sergio Berrocal    

Los chinos han conquistado ya medio mundo pese a que Donald Trump esté harto enfadados con ellos, aunque creemos que no es por esa tontería de que en China los derechos humanos valen menos que una Barbie en una ciudad siria arrumbada por las bombas de todos los hermanos participantes, desde rusos a turcos y otros amigos ocultos.

Hace años que en China, como en Arabia Saudita y otros países multimillonarios de la región de donde antes salían Alí Baba y sus alfombras voladoras, se carcajean con esas pretensiones humanistas occidentales de que la vida hay que respetarla. Ellos, como los otros van al business y pare usted de contar.

A aquella cordobesa la llamaban la bien pagá aunque la mujer se las veía y se las deseaba para que Julio Romero de Torres la pintara y para que la contrataran en las emisiones folclóricas de la tele. Hoy hay que ser chinito para estar bien pagao o ser bien pagao, que todo depende con el cristal que uno lo mire.

Los chinos inundan Africa de carreteras –mientras los franceses se juegan la vida allí mismo para que los yihadistas no sigan cortando cabezas, pero estos hijos de la Ciudad de la Luz siempre fueron románticos-- que no cinducen a ningún sitio, bueno tampoco los africanos tienen para muchas alegrías automovilísticas, y se llevan todos los metales preciosos que encuentran, de algo hay que vivir, my friend.

Pero la rapiña de los ricos no tiene hartura. En la capital del Reino de España, Europa, un fondo de inversiones canalla, ¿canalla-chino?, ha arrasado con las cafeterías Nebraska. Es al menos lo que cuenta la prensa española.

Para los que ejercíamos el más bello oficio en el mundo, sí, ése, el periodismo –pero hablo de época prehistórica porque hoy…- Nebraska era la escala que hacíamos todos los extranjeros de París cuando llegábamos a Madrid. Aquellos camareros de impecable chaqueta blanca y pajarita negra, ya un poco arrugados –sin duda los mismos que hoy han echado sin contemplaciones a la puta calle, la rue que dirían ellos, nos servían el café con leche delicioso y necesario para entablar una mañana, un maravilloso día, que quizá había terminado a altas horas de la madrugada en algunos de aquellos bares solo para espabilaos con vistas eternas a Gran Vía.

En un tal Papagayos conocí una noche de descanso –todo estaba estipulado en contratos de lo sindicatos verticales— a Xavier Cugat, que estaba más solo que las dos treinta y cuatro, la peor madrugada de la nochebuena. No recuerdo de él más que su sonrisa porque ni le conocía ni tenía ganas. En aquel momento, una esbelta venezolana que no había amado a Chávez me estaba enseñando los principios de la inversión en bolsa según un método piramidal que terminaba en el Río Grande, allí donde ahora el señor Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América, quiere joder a los mexicanos que huyen de un país que los mata poquito a poco, o poquito a mucho.

Luego, esta economista me enseñó otros principios físicos sumamente agradables y tropicales en un lugar de Madrid del que ni siquiera quiero acordarme.

Aquellos tiempos… Eran años diferentes y menos contaminados.

El café con la ensaimada del Nebraska, acompañados por la sonrisa del garçon, te daban fuerzas para un rato. Luego, a mediodía, un cacho de tortilla de patatas con un gesticulante café au lait te hacía olvidar sinsabores en espera del almuerzo que también servían allí con gastronomía y estilo. Si hoy tuviese que volver a colaborar con Informe semanal, exigiría una cafetería Nebraska al lado de la sede de informativo cinematográfico de tiempos de Franco NO-DO que era donde nos reuníamos para la conferencia del viernes.

Pero con chinos o sin chinos, hace tiempo que la vida ha dejado de ser un amable tango. Se ha convertido en una mala película donde la tragedia y el drama son los principales argumentos, con poca comedia a la italiana, una mijita de Bergman y fotogramas más que inquietantes del más siniestro cine alemán que anunciaba la llegada del régimen nazi con obras maestras como "M el vampiro de Dusseldorf" de Fritz Lang.

Es difícil encontrar otra época de la historia de nuestro mundo en que la llegada de un nuevo Presidente de los Estados Unidos haya causado tanta preocupación.

Cuando la demócrata Hillary Clinton parecía estar dándose un paseo para llegar a la Casa Blanca le salió al paso un auténtico perdedor según los especialistas de la más exquisita intelectualidad mundial y ese hombre, un negociante multimillonario llamado Donald Trump, se convirtió en Amo del Mundo mundial.

En este largometraje que empieza el 20 de enero se insertan algunos cortos siniestros como el de la prisión de Guantánamo, donde se pudren sin juicio tipos encarcelados por ser supuestamente terroristas y que Barack Obama no pudo cerrar antes de marcharse de la Casa Blanca.

En el mundo infinitamente callado de lo más secreto, un periodista llamado Julian Assange lleva cuatro años refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, que le dio asilo para evitar que caiga en manos de las autoridades de Estados Unidos, que le reclaman por haber revolucionado las redes de comunicación lanzando a través de ellas informaciones ultra confidenciales sobre actuaciones más que sospechosas de los servicios de inteligencia norteamericanos y secretos a granel. Aquello se llamaba Wikileaks y a Assange le cuesta ese encerramiento que nadie sabe en qué terminará.

Otro personaje perdido no sé sabe muy bien dónde, quizá en Rusia, por razones parecidas es un tal Edward Snowden, informático de la NSA, principal agencia de espionaje norteamericana, que lanzó a los cuatro vientos informaciones más que confidenciales que le han convertido en un traidor.

El por lo menos ya tiene una película sobre su vida y aventura que el cineasta norteamericano Oliver Stone presentó en el pasado Festival de cine latinoamericano de La Habana.

Dos nombres, dos flecos, que deja la partida de Obama y la llegada de Trump.

Pero la vida sigue. Y los chinos, ajenos a estas peripecias, compran que te compran allí donde pueden y ya tienen en sus cestas de la compra hasta equipos y estadios de fútbol.

Y la vida continúa.


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