Colaboración: Los nuevos mosquitos de La Habana

por © NOTICINE.com
El Hotel Manzana Kempinski de La Habana
Por Sergio Berrocal     

Hubo una época de mi vida en que pasé tres años en Brasil conviviendo con los más terribles, peligrosos, sanguinarios y criminales de guerra de todos los mosquitos del planeta. Los científicos, que no conseguían combatirlos, les ponían nombres que a mí me encariñaban porque me recordaban más a una modelo que conocí en París.

Pero los muy malditos eran espantosamente peligrosos. Lo más sencillo que podían meterte en el cuerpo era la enfermedad del sueño, sin pensar en el paludismo y ya lo más fatal, como en esas epidemias que los cineastas se inventaban en tierras de la India –me acuerdo de “Y vinieron las lluvias”, “Cuando ruge la marabunta” (bueno, en realidad, esto iba de hormigas gigantescas, pero el lector comprenderá las necesidades de cada uno).

Era corriente en esos tiempos de la sabana de Brasilia que los periódicos hablasen del dengue como de las últimas carreras en Vincennes, salvo que no se podía apostar a ningún caballo. Podía tocarte el premio gordo y encontrarte con el hígado destruido. Hasta un ministro de Medio Ambiente estuvo el pobrecito mío bien jodido.

En mi casa del Lago Sul, artificialmente creado para dar humedad a Brasilia cuando el presidente Juscelino Kubitschek decidió plantar la capital del entonces corrupto Brasil en plena selva, recibíamos regularmente la visita de fumigadores encargados de darle la batalla al mosquito más perverso, el del dengue pero de cuyo nombre ni quiero acordarme.

Era una batalla perdida antes de comenzar porque agua había en Brasilia por todas partes. Amén del lago, que probablemente escondía, alimentaba y mimaba a más monstruos que el Lago Nech nunca tuvo, estaban los miles de piscina y yo qué sé. Plagas incontrolables que los funcionarios municipales brasileños, con encomiable sentido del deber, aunque fuese como escupir en el Pacífico, seguían dándole a las palancas de sus antiguos artilugios expeliendo unas nubecillas de insecticida que vaya usted a saber.

Esta mañana me he dado cuenta de que, al menos en tiempos, en La Habana, Cuba, también había mosquitos retorcidos con muchísimas malas intenciones. Me lo advirtió en uno de mis viajes –cuando el poder adquisitivo del CUC, que en realidad debería llamarse PCC, pero podría confundirse con la sigla del vigente Partido Comunista cubano, no andaba por las nubes—un señor con bata blanca en el aeropuerto José Martí, el nuevo. En el viejo, el entrañable de tablas verdes y teléfonos públicos cuyo funcionamiento se aparentaba a la magia, nadie me dijo ninguna tontería de los mosquitos.

Después de ver estos días la prensa cubana creo que voy a echar de menos a los Aedes Aegypti que, después de todo, nunca se metieron conmigo. Con toda la mala uva que tienen me parecen menos voraces y peligrosos que lo que leo estos días, en el diario Granma, por supuesto.

En medio de una foto recuerdo de Fidel Castro, de principios revolucionarios de antes, y de otras monerías de tiempos en que el corte de la caña llevaba a Cuba a miles de hipis y otros jóvenes para participar en lo que ellos creían sería una manera de ayudar a Cuba a mantenerse en el socialismo elegido por Fidel Castro.

Pues sí, en medio de recuerdos de otros tiempos, de cuando se iba a Cuba por puro amor, amistad, cariño, hasta por nostalgia, aparecen en Granma fotos de un edificio muy estilo haussman e iluminado a giorno con grandes titulares: “Inaugurado primer hotel cubano de lujo cinco estrellas plus” y explica un redactor “como expresión del interés de la industria turística cubana de conquistar mercados cada vez más exigentes…”

Reconozco que las imágenes impresionan (esperemos que no haya apagones como en mis tiempos del Festival de Cine Latinoamericano, sí, ya saben, aquellos días del mes de diciembre en que éramos tan felices tropezando por calles oscuras) y que tener un Gran Hotel Manzana Kempinski, así se llama el primer hotel de lujo 5 estrellas plus de La Habana, cuyo segundo apellido es Aktiengesellschaft, patente alemana de las buenas, es algo serio.

Desde luego que no tendré euros para probarlo pero seguro que en el Kempinski no se les atorará el retrete y habrá suntuosas cortinas para que el sol de la mañana no te eche a perder la resaca de la noche anterior, pero bueno tampoco la caña de azúcar era milagrosa pero es lo que teníamos para entusiasmarnos.

Mis amigos cubanos, poquitos pero muy escogidos, seguro que se enfadan conmigo y me recuerdan que el mundo cambia. Claro, compañeros, ya lo vemos en Europa, cambia que ni te da tiempo a verlo, pero casi siempre para peor.

Lo siento, amigos, pero me temo que las camareras del Kampinski ya no sean tan atentas y cariñosas como las del Capri y el Nacional de mis tiempos, sí, ya sé, la prehistoria, pero es así. Y, desde luego, no creo que encuentren a una pianista como la que una de las últimas veces nos embriagó en la sala de desayunos del Habana Libre con melodías de ayer y de hoy tocadas con la gracia que sólo tienen los ángeles. Allí desayunábamos gente mejor vestida y otros más cutres. Pero la señora a la que siempre recuerdo en los momentos más duros, lanzaba su sonrisa a todos por igual. Y su música…

¿Cómo diablos voy a decirle a un taxista habanero que me lleve al Kempinski? No me atrevería aunque tuviese euros de sobra. Todos los taxistas de La Habana saben dónde está el Nacional o el Capri, porque es el terruño, el tiempo el que los ha hecho.

Pero, claro, es que las cosas ya no son iguales desde que el señor Presidente Barack Obama llegó el año pasado para fumar el puro de la paz en La Habana que, por lo que leí, a Fidel Castro, enorme catador de lo mejorcito del tabaco cubano, no le olió muy bien.

Pero bueno, el hombre, el Presidente de los Estados Unidos, pudo pasear a su esposa, a sus dos hijas y a su suegra. Seguro que él sí podría meterlos a todos en la Manzana esa de todos los lujos.

Que quieren ustedes, que queréis, me reí mucho mientras pude.

Eso sí, seguro que en el Kempinski no tienen un viejo ascensor yanqui con mandos de cobre pulido conquistado por los cubanos para poder soñar mientras subías a tu habitación una noche de gran gozo como aquella de 1993 cuando triunfó “Fresa y chocolate”.

Todo se acabó, me dirán ustedes con toda la razón kanteniana del mundo. Fidel ya se fue y Alfredo Guevara tampoco está para volver a poner en marcha una operación como la de aquella película mítica.

Compañeros, ha tocado joderse y admirar.

Pero no sé por qué me parece que los mosquitos, los feroces Aedes Aegypti, van a volver con más ganas a La Habana, ahora que van a tener sangre fresca de hotel alemán a disposición de sus barriguitas.

Qué bello era todo aquello mientras duró…

Qué bello era mi mundo.

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