OPINIÓN: El cine en Colombia: fuerza cultural, fragilidad industrial
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17-VIII-04
Por David Melo (*)
El cine es una de las industrias culturales que más dinero mueve a nivel internacional y más aporta a las economías que la saben aprovechar. El estado de California, por ejemplo, tiene una de las economías más poderosas del mundo gracias a la permanente inyección de dólares provenientes de Hollywood. De hecho, tras los atentados del 11 de septiembre, el cine de Hollywood siguió creciendo a pesar de que toda la economía estadounidense entró en recesión.
En nuestro país, luego de un importante proceso de concertación entre productores, distribuidores, exhibidores y el Estado, se han generado mejores condiciones para gestar una industria cinematográfica. Gracias a la puesta en marcha, en agosto de 2003, de la Ley de cine (Ley 814) ya se están aplicando mecanismos para que el cine colombiano tenga la oportunidad de generar buenas películas en un contexto de recuperación financiera razonable para los productores e inversionistas. Entre los instrumentos propuestos en esta Ley se destacan tres: en primer instancia, la entrega de beneficios tributarios a las empresas que inviertan o donen dinero a películas colombianas. La creación del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, al que el sector aporta unas cuotas que posteriormente se reinvierten en el mismo sector a través de convocatorias públicas y créditos. Y, en tercer lugar, la titularización de proyectos cinematográficos, que consiste en la venta de películas en etapas de desarrollo en la bolsa de valores, para que puedan ser adquiridas, a manera de acciones, por particulares.
La Ley de cine, conjugada con el talento y la tenacidad de los cineastas colombianos, ya le ha brindado las primeras satisfacciones al país: tres de las películas ganadoras en la Primera Convocatoria del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico 2004, que le entregó $840 millones a los 13 mejores largometrajes en etapas de finalización y promoción, han obtenido importantes reconocimientos internacionales. "Sumas y restas", de Víctor Gaviria, fue seleccionada para participar en el Festival de San Sebastián; "El Rey", de Antonio Dorado, irá al Festival de Montreal, y "Perder es cuestión de método", de Sergio Cabrera, representará a Colombia en los Festivales de Montreal y Venecia. Logros que pueden ser interpretados como un reconocimiento al esfuerzo conjunto del sector cinematográfico y a todos quienes desde las entidades públicas y privadas trabajan por la cinematografía; como un estímulo para que los cineastas sigan empeñados en mostrarle al mundo la riqueza cultural del país. Más aún, como un síntoma de que al cine colombiano le esperan grandes cosas.
Pero, para que la rueda de producción industrial de cine en Colombia comience a girar se requiere paciencia y perseverancia. Los resultados no podrán verse sino a largo plazo, aunque los primeros pasos, tales como el estímulo mediante convocatorias públicas a productores y exhibidores, se están dando con firmeza y transparencia. La respuesta de la sociedad colombiana a la nueva Ley ha sido positiva y se han generado expectativas como resultado de las nuevas producciones del cine nacional.
En todo caso, y a pesar del optimismo que ha generado la nueva Ley del cine, el panorama para la cinematografía colombiana no es para nada sencillo: el número de salas en el país decreció de 1.085 a cerca 300 en los últimos 14 años, y mientras hace una década se contaban 26 millones de espectadores anuales, hoy tenemos 18 millones de asistentes a las salas de cine. Las razones de este retroceso son tan diversas y complejas como la recesión económica, la piratería o la aparición de nuevas estrategias de exhibición, que han incluido desde la transición del predominio de salas de gran tamaño hacia el esquema de las salas múltiples de menor capacidad individual -instaladas por lo general en centros comerciales-, hasta el uso de nuevos formatos como el video casero, el DVD, la televisión por cable o satelital y el internet.
El escenario se complica si consideramos la participación de las producciones colombianas en el mercado nacional: el 97 por ciento del cine que se ve en las salas del país es extranjero porque, entre otras causas, la producción colombiana bajó de 12 películas anuales en la década de los 70 a tan solo cuatro o cinco en la actualidad. Si tenemos en cuenta, además, que los presupuestos de producción o divulgación de una sola película norteamericana pueden duplicar varias veces los de los filmes colombianos de una década, resulta evidente la importancia de adoptar un tratamiento de excepción que garantice la vigencia de las medidas de fomento para la cinematografía nacional, aún en el escenario de liberalización como el que se aproxima a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
En conjunto con otras industrias culturales como la editorial y la fonográfica, la mejor alternativa del séptimo arte para enfrentar la negociación del TLC es mantener las diferentes medidas de subsidio y protección existentes en el marco legal vigente y prever la posibilidad de adoptar en un futuro próximo nuevas estrategias de fomento, adecuadas al desarrollo industrial que logremos paulatinamente. Esta ha sido la posición de naciones que, en teoría, tenían mayor tradición cinematográfica y mejores condiciones para su supervivencia como Francia, España o Canadá.
Para Colombia, la producción continua de películas con criterios más competitivos a nivel industrial significará la oportunidad de generar nuevas actividades económicas conexas y mayor empleo. La producción cinematográfica permitirá también la atracción de capitales extranjeros, porque, entre otras razones, la mano de obra y los insumos nacionales pueden producir películas más baratas que en otros países.
Pero más allá de los beneficios económicos, es clave es entender que el cine es un alimento para el espíritu; y como tal, a la hora de una negociación multilateral, se requiere de una delicada atención. A través de una cinematografía democrática, estable y sin presiones de ningún tipo, se pueden crear vínculos de entendimiento. El cine nos señala de manera pacífica la diferencia entre unos y otros, nos muestra cómo somos y cómo queremos ser. Es un canal abierto al mundo para mostrar la vitalidad multicultural y diversa del país, la identidad particular de la sociedad colombiana.
(*): David Melo, Ingeniero civil e investigador en las industrias culturales en Colombia y América Latina, es Director de Cinematografía del Ministerio de Cultura colombiano.
Por David Melo (*)
El cine es una de las industrias culturales que más dinero mueve a nivel internacional y más aporta a las economías que la saben aprovechar. El estado de California, por ejemplo, tiene una de las economías más poderosas del mundo gracias a la permanente inyección de dólares provenientes de Hollywood. De hecho, tras los atentados del 11 de septiembre, el cine de Hollywood siguió creciendo a pesar de que toda la economía estadounidense entró en recesión.
En nuestro país, luego de un importante proceso de concertación entre productores, distribuidores, exhibidores y el Estado, se han generado mejores condiciones para gestar una industria cinematográfica. Gracias a la puesta en marcha, en agosto de 2003, de la Ley de cine (Ley 814) ya se están aplicando mecanismos para que el cine colombiano tenga la oportunidad de generar buenas películas en un contexto de recuperación financiera razonable para los productores e inversionistas. Entre los instrumentos propuestos en esta Ley se destacan tres: en primer instancia, la entrega de beneficios tributarios a las empresas que inviertan o donen dinero a películas colombianas. La creación del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, al que el sector aporta unas cuotas que posteriormente se reinvierten en el mismo sector a través de convocatorias públicas y créditos. Y, en tercer lugar, la titularización de proyectos cinematográficos, que consiste en la venta de películas en etapas de desarrollo en la bolsa de valores, para que puedan ser adquiridas, a manera de acciones, por particulares.
La Ley de cine, conjugada con el talento y la tenacidad de los cineastas colombianos, ya le ha brindado las primeras satisfacciones al país: tres de las películas ganadoras en la Primera Convocatoria del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico 2004, que le entregó $840 millones a los 13 mejores largometrajes en etapas de finalización y promoción, han obtenido importantes reconocimientos internacionales. "Sumas y restas", de Víctor Gaviria, fue seleccionada para participar en el Festival de San Sebastián; "El Rey", de Antonio Dorado, irá al Festival de Montreal, y "Perder es cuestión de método", de Sergio Cabrera, representará a Colombia en los Festivales de Montreal y Venecia. Logros que pueden ser interpretados como un reconocimiento al esfuerzo conjunto del sector cinematográfico y a todos quienes desde las entidades públicas y privadas trabajan por la cinematografía; como un estímulo para que los cineastas sigan empeñados en mostrarle al mundo la riqueza cultural del país. Más aún, como un síntoma de que al cine colombiano le esperan grandes cosas.
Pero, para que la rueda de producción industrial de cine en Colombia comience a girar se requiere paciencia y perseverancia. Los resultados no podrán verse sino a largo plazo, aunque los primeros pasos, tales como el estímulo mediante convocatorias públicas a productores y exhibidores, se están dando con firmeza y transparencia. La respuesta de la sociedad colombiana a la nueva Ley ha sido positiva y se han generado expectativas como resultado de las nuevas producciones del cine nacional.
En todo caso, y a pesar del optimismo que ha generado la nueva Ley del cine, el panorama para la cinematografía colombiana no es para nada sencillo: el número de salas en el país decreció de 1.085 a cerca 300 en los últimos 14 años, y mientras hace una década se contaban 26 millones de espectadores anuales, hoy tenemos 18 millones de asistentes a las salas de cine. Las razones de este retroceso son tan diversas y complejas como la recesión económica, la piratería o la aparición de nuevas estrategias de exhibición, que han incluido desde la transición del predominio de salas de gran tamaño hacia el esquema de las salas múltiples de menor capacidad individual -instaladas por lo general en centros comerciales-, hasta el uso de nuevos formatos como el video casero, el DVD, la televisión por cable o satelital y el internet.
El escenario se complica si consideramos la participación de las producciones colombianas en el mercado nacional: el 97 por ciento del cine que se ve en las salas del país es extranjero porque, entre otras causas, la producción colombiana bajó de 12 películas anuales en la década de los 70 a tan solo cuatro o cinco en la actualidad. Si tenemos en cuenta, además, que los presupuestos de producción o divulgación de una sola película norteamericana pueden duplicar varias veces los de los filmes colombianos de una década, resulta evidente la importancia de adoptar un tratamiento de excepción que garantice la vigencia de las medidas de fomento para la cinematografía nacional, aún en el escenario de liberalización como el que se aproxima a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
En conjunto con otras industrias culturales como la editorial y la fonográfica, la mejor alternativa del séptimo arte para enfrentar la negociación del TLC es mantener las diferentes medidas de subsidio y protección existentes en el marco legal vigente y prever la posibilidad de adoptar en un futuro próximo nuevas estrategias de fomento, adecuadas al desarrollo industrial que logremos paulatinamente. Esta ha sido la posición de naciones que, en teoría, tenían mayor tradición cinematográfica y mejores condiciones para su supervivencia como Francia, España o Canadá.
Para Colombia, la producción continua de películas con criterios más competitivos a nivel industrial significará la oportunidad de generar nuevas actividades económicas conexas y mayor empleo. La producción cinematográfica permitirá también la atracción de capitales extranjeros, porque, entre otras razones, la mano de obra y los insumos nacionales pueden producir películas más baratas que en otros países.
Pero más allá de los beneficios económicos, es clave es entender que el cine es un alimento para el espíritu; y como tal, a la hora de una negociación multilateral, se requiere de una delicada atención. A través de una cinematografía democrática, estable y sin presiones de ningún tipo, se pueden crear vínculos de entendimiento. El cine nos señala de manera pacífica la diferencia entre unos y otros, nos muestra cómo somos y cómo queremos ser. Es un canal abierto al mundo para mostrar la vitalidad multicultural y diversa del país, la identidad particular de la sociedad colombiana.
(*): David Melo, Ingeniero civil e investigador en las industrias culturales en Colombia y América Latina, es Director de Cinematografía del Ministerio de Cultura colombiano.