Crítica Seminci: "La ciénaga, entre el mar y la tierra", sin esperanza
- por © NOTICINE.com
Por Edurne Sarriegui
El actor colombiano Manolo Cruz, debuta como director y guionista con "La ciénaga, entre el mar y la tierra". Junto a Carlos del Castillo en la dirección, es además protagonista de este drama en el que la enfermedad y la pobreza hacen la vida de los protagonistas dura y difícil, y a la postre carente de esperanza.
Alberto sufre desde los diez años una enfermedad neurologica degenerativa que le mantiene postrado y dependiente de un equipo de oxígeno que le permite respirar a través de una traqueotomía. Vive en una zona pantanosa y pobre en una casa sobre que agua que acentúa su situación de aislamiento. Su madre, Rosa, cuida de él con devoción, mientras que su vecina Giselle le alegra la vida con sus visitas y su buen humor. Alberto, desde su cama, solo puede ver el mundo a través de un artilugio de confección casera que con un pequeño espejo le permite ver los alrededores. Mientras tanto, sueña con llegar hasta el mar, empresa difícil de concretar. Casi tanto como sus sueños de mantener una relación amorosa con Giselle.
El drama que viven los personajes de esta ópera prima se acentua a medida que avanza la historia hasta alcanzar tintes melodramáticos. De nada sirven los esfuerzos de Giselle para mejorar la vida de su amigo desde la fundación en la que trabaja, encontrando siempre en oposición la actitud de la madre que asume los cuidados del hijo como algo que le corresponde solo a ella.
Manolo Cruz recurre a una metáfora facilona y hasta sádica entre la dolencia de Alberto, la pobreza en la que está sumido y el lugar donde vive, esa ciénaga que le retiene y le impide escapar de tan penosa situación. Mientras tanto el mar, tan cercano y tan inalcanzable al mismo tiempo, el lugar donde se sueña liberado de su condición, supone la onírica y fantasiosa superación de sus males.
En "La ciénaga, entre el mar y la tierra", la inevitable tragedia en la que desemboca el drama se cocina a fuego lento condimentada por las dificultades cotidianas que no hacen sino aumentar día a día y que conducen a un final carente de toda esperanza, solo apto para amantes de melodrama sin fin.
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El actor colombiano Manolo Cruz, debuta como director y guionista con "La ciénaga, entre el mar y la tierra". Junto a Carlos del Castillo en la dirección, es además protagonista de este drama en el que la enfermedad y la pobreza hacen la vida de los protagonistas dura y difícil, y a la postre carente de esperanza.
Alberto sufre desde los diez años una enfermedad neurologica degenerativa que le mantiene postrado y dependiente de un equipo de oxígeno que le permite respirar a través de una traqueotomía. Vive en una zona pantanosa y pobre en una casa sobre que agua que acentúa su situación de aislamiento. Su madre, Rosa, cuida de él con devoción, mientras que su vecina Giselle le alegra la vida con sus visitas y su buen humor. Alberto, desde su cama, solo puede ver el mundo a través de un artilugio de confección casera que con un pequeño espejo le permite ver los alrededores. Mientras tanto, sueña con llegar hasta el mar, empresa difícil de concretar. Casi tanto como sus sueños de mantener una relación amorosa con Giselle.
El drama que viven los personajes de esta ópera prima se acentua a medida que avanza la historia hasta alcanzar tintes melodramáticos. De nada sirven los esfuerzos de Giselle para mejorar la vida de su amigo desde la fundación en la que trabaja, encontrando siempre en oposición la actitud de la madre que asume los cuidados del hijo como algo que le corresponde solo a ella.
Manolo Cruz recurre a una metáfora facilona y hasta sádica entre la dolencia de Alberto, la pobreza en la que está sumido y el lugar donde vive, esa ciénaga que le retiene y le impide escapar de tan penosa situación. Mientras tanto el mar, tan cercano y tan inalcanzable al mismo tiempo, el lugar donde se sueña liberado de su condición, supone la onírica y fantasiosa superación de sus males.
En "La ciénaga, entre el mar y la tierra", la inevitable tragedia en la que desemboca el drama se cocina a fuego lento condimentada por las dificultades cotidianas que no hacen sino aumentar día a día y que conducen a un final carente de toda esperanza, solo apto para amantes de melodrama sin fin.
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