Colaboración: Luppi y Hemingway, escupieron en sus tumbas

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Federico Luppi
Por Sergio Berrocal    

Por el amor de Dios o de quienes ustedes quieran. Eran hombres, seres humanos, como ustedes que tanto sabían aparentemente de ellos y en ningún caso tenían derecho a crucificarles después de muertos.

Federico Luppi, actor argentino de 81 años, falleció estos días, o los otros días, falleció y como somos peores que esos bichos que regatean por las praderas para devorar los restos de los animales muertos, ah, ya sí, las hienas, ha habido quien lo ha revolcado en su tumba para convertirlo en un cadáver putrefacto.

Es terrible que haya tanta maldad en el mundo. Alimañas escondidas alrededor de los tanatorios para dar el golpe de gracia al muerto, al finado, al que se fue. Y cuando es conocido pues mejor que mejor,

Leo en un diario español de regular difusión pero que probablemente creía que haciendo esta faena vendería más, un retrato de Luppi asqueroso, sin que nadie, que yo sepa, haya reaccionado. Sin que una comisión sanitaria periodística haya ordenado el cese inmediato del llamado director del llamado diario que ha permitido la publicación de tanta basura.

Federico Luppi era un actor de cine con mucho recorrido –100 películas me dicen, entre ellas dos que muchos amamos, "Un lugar en el mundo" y "Tiempo de revancha"— y aparte del cine y del teatro tenía, como todo el mundo, una vida privada que la vivía como podía.

Era un actor tirando a excepcional y eso basta. Su vida privada no le concierne o no debería concernirle a nadie.

Pero miles de lectores, que quizá hasta admiraban al finado, han leído todos los horrores del mundo y han entrado sin pedirlo en el lado oscuro de la intimidad de una persona que antes que actor era hombre y tenía derecho a eso que llaman privacidad. Que le pegó a su esposa, con la que se llevaba muy mal por mor de prácticas sexuales terribles que él quería imponerle. Que ha muerto arruinado, sin siquiera tener para comprarse una entrada de cine, él que tanto hizo por la alegría de todos nosotros espectadores.

El individuo, la cosa que lo revuelca en la mierda más purulenta no tiene el menor pudor, ni siquiera se ha acordado que un día él también será cadáver.

Creo que debemos un respeto a la gente que nos dio un solo momento de emoción, de tristeza o de alegría a través de sus actuaciones, de sus escritos, empleando los recursos de su arte, en el cine o en cualquier otra faceta de la creación.

Luppi fue un señor del cine y para quienes le amamos y sobre todo respetamos sin la estridencia de la adoración pueril, un ser por encima de los demás. Se merecía nuestro respeto y sobre todo nuestra comprensión.

Pero no, las ratas estaban esperando que diera su último suspiro para devorar sus intimidades y convertirlo en algo feo.

La vileza, la cobardía en la escritura está aparentemente de moda puesto que mientras Luppi se iba al cielo, pese a todos esas malditas sanguijuelas que querían mandarlo al infierno más horrendo y fétido, salía en Estados Unidos y sospecho que también en Europa un panfleto en forma de biografía sobre Ernesto Hemingway, también muerto hace ya tiempo que según la autora, una tal Mary V. Dearborn, "trató a las mujeres con la crueldad y violencia conocidas".

A usted sí que no la conocemos, señora Dearborn, pero su libro, del que no citaré ni el título yendo contra todos los preceptos del periodismo más elemental, es por los extractos que leo una basura digna de un odioso feminismo sin razón.

El autor del artículo dice que las teorías de esa señora "confirman la inseguridad que Hemingway sentía respecto a su identidad sexual: "Eso fue parte de lo que lo destruyó al final de su vida". Claro, señora autora, para que algo lo destruyera tenía que ser al final de su vida.

"El libro –dice el articulista— revela la fascinación del escritor por la androginia y sus fantasías sexuales con los cortes de pelo; solía pedir a sus compañeros que lo llevaran lo más corto posible, mientras que él se lo dejó crecer y llegó a teñírselo de rubio caoba…".

Y entonces la psicoanalista Dearbom se pregunta si Hemingway fue un homosexual reprimido y termina por contestar de mala gana que no. Pero en seguida agrega: "Fue indudablemente queer (de género ambiguo). Superó, si se quiere, el hecho de definirse como gay".

Pero, bueno, ¿a quién diablos puede importarle que Hemingway fuese maricón? Si hay que convertirse para tener el talento de escribir "El viejo y el mar", seremos legiones los que nos teñiremos el pelo.

Nunca pensé asociar en un mismo artículo al actor argentino Federico Luppi y al escritor norteamericano Ernesto Hemingway, con vistas tan distintas en el tiempo y en el espacio.

Pero lo ha conseguido la maldad más ignominiosa.

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