Crítica: "Dolor y gloria", todo por el deseo de volver

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"Dolor y gloria"
"Dolor y gloria"
Por Eduardo Larrocha   

Un hombre sumergido en una piscina revive recuerdos de su infancia. Desde el primer fotograma, en "Dolor y gloria",  hay referencias a otras películas de Almodóvar. Ese hombre inmerso en líquido amniótico es Salvador Mallo, director de cine, a quien interpreta Antonio Banderas. Revive el tiempo junto a su madre, idealizada y luminosa, que toma el cuerpo de Penélope Cruz, obligados ambos por las fiestas populares a dormir en una estación vacía, camino de la nueva casa del padre en Paterna. Vimos a la actriz en "Volver" arreglando con amigas del pueblo las tumbas de sus antepasados. En esta vigésimo primera película del director esas mujeres están haciendo la colada en un río de aguas cristalinas.

En los ciento ocho minutos del metraje varias escenas evocan "La mala Educación": Agustín, el hermano del realizador manchego, convertido en cura, lleva a unos escolares hacia el director del coro que hará de Salvador un iletrado con buena voz. Suceden a esta secuencia una insólita clase de geografía y anatomía que atraviesa la biografía artística del director. También hay referencias a "La ley del Deseo". ¿Es Salvador Mallo el alterego de Almodóvar? Quizá estemos ante una trilogía que ha tardado 32 años en gestarse. El propio cineasta llega a reconocerlo.  En "Dolor y gloria", Salvador sufre múltiples dolencias, pero sobre todo sufre ante la incapacidad para seguir rodando. Y escribe Almodóvar en un texto que nos ha enviado sobre su última película, "si no vuelve a rodar, su vida carece de sentido". Ese sin sentido es la fuerza que impulsa "Dolor y Gloria", porque Salvador luchará para volver a llenar páginas en blanco y pantallas de cine.

Pedro Almodóvar, como es habitual y en este caso esencial, firma el guión de "Dolor y Gloria", con referencias literarias de escritores como Roberto Bolaño, Rafael Chirbes o "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa. Sus guiones tienen ese toque personal, incluso cuando están basadas en un texto ajeno. Es su gran virtud y también donde se deslizan sus errores. Al espectador le pueden resultar demasiado largos algunos diálogos y hasta la escena de Asier Etxeandía, convertido en el actor Alberto Crespo, recitando en el cine "Doré" –la filmoteca española- el monólogo autobiográfico de "Adicción". De ahí se deriva el reencuentro con Federico, Leonardo Sbaraglia, un amor que se evaporó en los ochenta y todavía desgarra los recuerdos de Salvador. "La palabra interpretada –dice Almodóvar- ante una pantalla desnuda, actúa como mensajero entre los antiguos amantes". Tras estas dos secuencias simultáneas, vuelve a tomar nervio el melodrama con ese encuentro con la madre, ahora Julieta Serrano, rememorada tras la muerte de la madre real.

"Dolor y gloria" es una película sobre muchas soledades, la del creador ante el vacío de su obra que no arranca, la del ser humano lleno de dolores físicos y emocionales. Salvador es un enfermo de todo. En su interpretación de ese dolor resultan geniales los incómodos movimientos corporales de Antonio Banderas para mostrar sus problemas de columna, los líquidos que se le atragantan y la cabeza que le estalla.

Magnífico ¿cómo no?  el empleo de la música, donde reconocemos al mejor Alberto Iglesias que desde "La flor de mi secreto" lleva ya un largo camino recorrido junto al director,  además del cameo de Rosalía  y la canción de Mina que acompaña el final y los títulos de crédito. También repite con Almodóvar José Luis Alcaine responsable de una fotografía e iluminación insuperables.

La esperada película de Pedro Almodóvar, después de una première llena de glamour en el cine Capitol de Madrid, llega al público español para gusto de los fieles seguidores del director y probablemente para hacer amantes pasajeros de al menos "Dolor y Gloria".

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