Crítica: "Bajocero", la venganza es un plato que se sirve helado

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Javier Gutiérrez, en "Bajocero"
Javier Gutiérrez, en "Bajocero"
Por Lucía Martín Muñoz   

El último trabajo del actor Javier Gutiérrez, "Bajocero / Below Zero" (2021), según Netflix, se ha convertido en la producción española de largometraje con más espectadores en su plataforma. Este thriller policiaco, coescrito por Fernando Navarro y Lluís Quílez, y dirigido por este último, plantea si la ley es realmente sinónimo de justicia.

En este relato acompañamos a Martín (Javier Gutiérrez), un intransigente policía que se cuestionará pronto la rectitud de sus valores tras el asalto al furgón policial en el que se encontraba trasladando a un grupo de presos. El frío se convierte junto con Miguel (Karra Elejalde), en el antagonista perfecto.

Aunque todo el segundo acto se concentra en una única localización, tan compleja como es el interior de un furgón, no podemos evitar recordar otras grandes películas al reconocer la recurrida ubicación que es la antigua e inspiradora cárcel de Segovia.

El hecho de que tras un primer visionado no se advierta una labor exagerada a manos de departamentos como vestuario, maquillaje, peluquería, arte, e incluso fotografía, es precisamente la clave para entender el gran trabajo que han hecho todos los profesionales implicados. Menos, es más. Hay que destacar, en referencia a la dirección de fotografía, la capacidad para mimetizarse con el look cinematográfico sugerido por Netflix como su sello de identidad.

Lo destacable de la película no es la estructura narrativa, que atiende al clásico paradigma de escritura, ni la dirección, que es correcta e impecable pero quizás carezca de personalidad propia. La originalidad de obra repunta más en la creación de unos personajes contradictorios y diálogos brillantes cargados de un subtexto elaborado con cariño.

"Bajocero" engancha al espectador porque desde el primer momento se presenta a un protagonista con su meta y un antagonista cuyo propósito propicia el conflicto. A lo largo de la trama, cada "secreto" se desenmascara en el momento idóneo, a la par que los presos ponen voz a todas las preguntas que el espectador se realiza durante el transcurso de la narración.

Quílez es capaz de dosificar la tensión durante toda la trama y mantener al espectador inmerso, apoyado por un montaje dinámico y el uso del silencio, tan poco habitual en el cine. Momentos de acción, claustrofobia, asfixia y agobio, todo ello comprimido en una hora y cuarenta y seis minutos, a la que no le sobra un solo segundo.

El simbolismo es un recurso recurrido a lo largo de toda la película, dándole valor añadido a una historia que de primeras ya es más que atrayente. El uso de estos recursos, comparan a protagonista y antagonista, acercándolos entre ellos hasta converger al final del film, en el que se desenmascara una equidad entre ambos.

La búsqueda del culpable bajo la premisa de ley o justicia, se muestra en el último punto de giro de guion. Se dibuja pues,  un final a la altura del resto de la narrativa, satisfactorio a la par que visual, y que deja una impronta diferente a este género tan popular en España y en medio mundo.

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