Crítica: "Lavaperros", lejos del glamour de los altos narcos

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"Lavaperros"
"Lavaperros"
Por Noemí Romero Vera    

Un año después de su esperado y fallido estreno debido al cierre de salas en Colombia a causa de la pandemia del coronavirus, se ha estrenado en Netflix la película del director caleño Carlos Moreno "Lavaperros", el cuarto largometraje del realizador de 52 años que debutó doce años atrás con "Perro come perro" y que llevó a la pantalla grande "Todos tus muertos" (2011), y "¡Que viva la música!" (2014). "Lavaperros" es un término que coloquialmente hace referencia en Colombia a los miembros de las organizaciones mafiosas que se encuentran en la parte más baja de la jerarquía, una palabra que describe a una persona que tiene a alguien por encima sobre el que se quiere trepar.

La película se plantea como una reflexión irónica y crítica sobre la tragedia moral y la violencia respecto a las consecuencias de la llamada revolución del narcotráfico en Colombia, una lacra que ha producido secuelas trágicas en un país que es mucho más que eso, y en el que toda la corrupción ha sido fruto de una moral retorcida.

La cinta narra así la historia de un pequeño grupo de narcotraficantes en lo más bajo del escalafón, que protagonizan un ajuste de cuentas, presentándose en clave de comedia de humor ácido como una radiografía de una parte de la sociedad colombiana que vive entre los límites del dinero fácil y que no tiene ningún problema en resolver los encargos de los más glamourosos capos, ya sea un adolescente ahogado en una deuda que pone en peligro sus valores con tal de cambiar la situación, o un católico ferviente cuyo mayor acto de fe le lleva a cometer actos atroces.

El film comienza con un plano contrapicado de Duberney, un líder de una banda de narcos que mantiene una conversación tenebrosa con El Peloso, un espía de la banda de otro narco que le debe dinero, y que se supone le ha traicionado. El plano nos introduce así al "malo más malo" de la película, en una situación de poder, control y grandeza, despidiéndose de él y diciéndole que tiene que matarle porque esa es la manera en la que los narcos hacen ajustes de cuentas. Pero justo antes de matarle, la atmósfera de tensión se rompe con el humor negro de una discusión sobre si mataron a otro narco el día de Halloween o el Día de las Velitas. Un inicio que asegura el tono ácido con el que va a ir cargada la narrativa de una cinta que sorprende, seduce y promete, pero que genera expectativas que luego no cumple.

La película funde a negro tras la muerte de El Peloso y vuelve a abrir plano general con una secuencia metafórica en la que la banda sonora de Kobe Yescas actúa de hilo conductor, mostrándose a unos perros que se alimentan de carne picada de sus cuencos, en paralelismo a la presentación de los personajes protagonistas: BoboLitro, el cuidador de la casa del patrón y uno de los lavaperros principales,  Don Oscar (el patrón principal), Claudia (su mujer), Rita (la limpiadora de la casa), y el resto de los lavaperros: Fredy, Milton, Yoiner y su abuelo Leonidas.

Para situar en contexto la cinta y según ha asegurado el director, hace honor a la narrativa de la literatura Pulp, en la que se retrataban perdedores o bandidos de poca monta, enmarcados en un universo sucio y de moral difusa.

Unos bandidos en declive como Don Óscar (interpretado por el soberbio Christian Tappan) un hombre que custodia un cartel de droga venido a menos, y cuyo negocio está en ruina después de perder fieles. Un narco drogadicto, con problemas para concebir hijos con su mujer ( a la cual también engaña) y que hace lo que le viene en gana, tratando a los miembros de su banda como meros instrumentos. Una persona que se aprovecha de su posición de poder, y a la que no le importa nadie, solo él mismo, y salvar su pellejo. Don Óscar tiene una deuda con otro narco llamado Duberney, con el que trabajó pero al que niega entregarle lo que le debe, por lo que lo único que hace es huir de ese ajuste de cuentas con rivales locales y de las investigaciones locales que cada vez están más cerca.  

La banda sonora de la película anda en sintonía con las premisas que denuncia la película: injusticia social, personas corrompidas por el poder, ajustes de cuentas que involucran a personas inocentes, y lavaperros de moralidad dudosa que acaban cuestionándose su propia lealtad. Además, los sonidos ambientes se incrustan con cautela y los silencios actúan como otro elemento más que acompaña la trama de un largometraje en conclusión a veces desdibujado, lento y con gancho invisible. Aunque si bien es cierto que los recursos técnicos y visuales se combinan en un placentero y original ejercicio visual narrativo que le confieren ese entretenimiento a ratos, no termina de abordar esos aspectos de la trama más complejos que necesitan desarrollarse para entenderse, produciendo un sentimiento de superficialidad en el tratamiento de algunos personajes como consecuencia del arma de doble filo que supone la narración en estilo multiperspectivista.  

El guion avanza así lento y en ocasiones inconexo. Pero también es cierto que esta película no busca la acción, ya que no es una cinta de narcotraficantes al uso y se centra más en las vidas de cada uno de los lavaperros, como miembros de una banda de la que no se sienten parte porque su patrón, que se supone es el que les debería mantener unidos no lo hace, personajes que tienen sueños estables y de tranquilidad, pero para los que necesitan plata, más allá de alejarse del mundo criminal como: el chico preocupado por no poder conseguir la moto por no tener dinero, o la preocupación de un Bobolitro (Nacho) por su fe y por sus perros (los mismos de los que nadie se ocupa, sólo él, como de los lavaperros), o Freddy o Milton, decididos a tener una vida fuera del narcotráfico. Pero es que el único problema para ellos no es tener esos sueños, sino salir a buscarlos: "El único problema es que uno se va de Taluá y no es nada", le dice en una conversación Freddy a Milton.

Así, como víctimas de un destino que les condena y de unos daños indirectos a causa del dinero, y el poder de las vidas de quienes menos se lo cuestionan, las brillantes actuaciones de Anderson Ballesteros en el papel de Milton, Ulises González en el papel de Bobolitro, Isabella Licht como Claudia, o Kevin Muñoz como Yoiner son algunas de las que sirven el drama. El tono cómico lo aportan como contrapunto los diálogos de los miembros de la banda de Duberney que tienen que vigilar la casa de Don óscar, y cuyas conversaciones sobre las almorranas, los espaguetis boyacos, y la multiplicación de los panes y los peces en la biblia se vuelven todo un hito a lo largo de la cinta, aportando la nota de humor entre medias de los momentos de mayor intensidad.

En definitiva, una película cuyo cenit reflexivo tiene lugar durante las imágenes postcréditos, las cuales se convierten en alegoría de todo lo que trae consigo el universo de los personajes que envuelve la cinta. 1 hora y 45 minutos de metraje ofrecidos desde otra perspectiva, la de unos lavaperros que se mueven y viven como viven según sus diferentes motivos, pero a los que todos une el mismo, el dinero.  Con el broche de oro que constituyen las palabras pertinentes y apropiadas de la última canción de la banda sonora de Yesos, termino y pongo también punto final a esta crítica:  "Quiero dinero que soluciona problemas, esto voy dispuesto a resolverlo como sea, como perros en la jaula, esperando la contienda, esclavos del dinero mejorando la oferta, donde la avaricia vende la familia, donde la amistad se tiene que pensar".  Donde son necesarias este tipo de películas, aunque no se sepan valorar.

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