Crítica: "Avatar: Fuego y Ceniza", una -espectacular- batalla tras otra, por Pandora
- por © NOTICINE.com
Por Santiago Echeverría
Después de tres años, no trece, James Cameron regresa a las pantallas con "Avatar: Fuego y Ceniza / Fire and Ash". La pregunta que flota en el ambiente no es ya sobre la viabilidad de una secuela, demostrada con creces por "El sentido del agua / The Way of Water", sino sobre la capacidad de esta tercera entrega para ofrecer algo más que un espectáculo visual ya conocido. La respuesta es ambivalente: la película consolida la saga como una experiencia cinematográfica inigualable, pero al mismo tiempo empieza a hacer palpable la fatiga de un universo que, pese a su inmensidad, comienza a sentir sus límites narrativos. Cameron, esta vez, ha querido profundizar aún más en los personajes para intentar evitar el agotamiento de su fórmula.
La saga se basa, reconozcámoslo, en su espectacularidad visual (léase en sus efectos digitales), que nos apabullaron desde la primera parte, pero -como ya ocurrió con otra franquicia, la de "Jurassic"- el espectador ya no se sorprende tanto ante la explosión de belleza, creatividad y perfección técnica, y pese a la aparición de nuevas criaturas y paisajes, es inevitable asumir que casi todo nos resulta familiar.
La historia retoma justo donde terminó la anterior. La familia Sully lidia con el duelo por la muerte de Neteyam, un dolor que fractura su unidad de maneras distintas. Jake se refugia en la preparación para una nueva guerra, una postura que choca con la filosofía pacífica del clan Metkayina que los acoge. Neytiri, interpretada con intensidad por la descendiente de dominicanos Zoe Saldaña, canaliza su ira hacia Spider, el hijo humano adoptado cuya mera presencia le recuerda al coronel Quaritch (su padre), asesino de su hijo. Esta tensión familiar es el motor que pone en marcha la trama: la decisión de devolver a Spider a la seguridad del Campamento Alto, donde residen los humanos científicos, desencadena un viaje que rápidamente se convierte en una lucha por la supervivencia.
El viaje a bordo de los comerciantes del viento, los Tlalim, ofrece el primer gran despliegue de imaginación visual del film. Sus naves, suspendidas de medusoides gigantes y tiradas por rayos voladores, son una maravilla de diseño que justifica la proyección en 3D. Sin embargo, la novedad se interrumpe pronto con un ataque que demuestra que el verdadero núcleo de "Fuego y Ceniza" no es explorar nuevos mundos, sino lidiar con las consecuencias de los anteriores.
Aquí es donde surge la principal contradicción de la película. Por un lado, introduce elementos nuevos, como el clan Mangkwan o "Gente de la Ceniza", una facción Na'vi nihilista y vengativa liderada por la formidable Varang, interpretada con una mezcla de gracia y ferocidad por la española Oona Chaplin. Varang, que ha rechazado a la diosa Eywa tras una catástrofe volcánica, representa un desafío ideológico fascinante y se convierte en la antítesis perfecta para el moralmente ambiguo Quaritch. La dinámica entre estos dos villanos, basada en una atracción tan pragmática como cargada de tensión sexual, es uno de los mayores aciertos, ofreciendo un contrapunto adulto y complejo a la lucha de los Sully.
Por otro lado, la trama general siente como decíamos una fuerte sensación de déjà vu. El conflicto central sigue siendo la confrontación entre la colonización humana (encarnada por la RDA y un Quaritch resuelto a capturar a Spider) y la resistencia Na'vi. El viaje emocional de la familia Sully, aunque con giros, sigue orbitando alrededor de los mismos temas de pertenencia, pérdida y la definición de familia. Incluso la espectacular batalla final, aunque técnicamente impecable, evoca estructuras y momentos clave de las cintas anteriores, careciendo de la contundencia narrativa o la innovación visceral que hicieron memorables los clímax de "Avatar" y "El sentido del agua".
Donde la película realmente encuentra su fuerza es en la profundización de sus personajes más jóvenes. Spider, de ser un elemento secundario casi cómico, se transforma en el corazón emocional y el conflicto moral de la historia. Su lucha por encontrar un lugar entre dos mundos que lo rechazan, y la dolorosa decisión que debe tomar, le otorgan una dimensión que antes no tenía. De manera similar, Lo'ak, ahora convertido en narrador, carga con la culpa del superviviente y su relación con un Jake cada vez más distante añade capas de pathos al núcleo familiar. Kiri, mientras tanto, continúa su búsqueda espiritual, aunque las respuestas a su origen resultan menos impactantes de lo que la mitología de la saga había insinuado.
Técnicamente, la película es un logro abrumador. El trabajo de captura de movimiento, especialmente en las escenas que mezclan personajes Na'vi con el Spider en acción real de Jack Champion, es tan perfecto que la frontera entre lo digital y lo físico se disuelve. Cameron y su equipo en WETA continúan definiendo el estado del arte. Sin embargo, ese mismo dominio puede jugar en su contra: la ausencia del factor "sorpresa" tecnológica que tenían las dos primeras entregas hace que la espectacularidad, por inmensa que sea, se sienta en cierta medida como un territorio ya cartografiado.
"Avatar: Fuego y Ceniza" funciona mejor como la conclusión emocional de un arco de dos películas que como un nuevo comienzo. Cierra de manera satisfactoria las historias de duelo y pertenencia iniciadas en "El sentido del agua", y ofrece momentos de acción y caracterización memorables, sobre todo gracias a sus antagonistas. Es una película que hay que ver, pero también deja una impresión de que la fórmula, por perfecta que sea su ejecución, está empezando a mostrar su patrón repetitivo. No es que Cameron haya perdido su toque—su dominio del espectáculo y la emoción a gran escala sigue siendo insuperable—, sino que la ley de la fatiga de materiales parece estar afectando incluso al rey de los mundos imaginarios. La pregunta que deja pendiente no es si Pandora puede ser salvada, sino cuántas veces más podremos visitarla antes de que la maravilla deje paso a la rutina.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.
Después de tres años, no trece, James Cameron regresa a las pantallas con "Avatar: Fuego y Ceniza / Fire and Ash". La pregunta que flota en el ambiente no es ya sobre la viabilidad de una secuela, demostrada con creces por "El sentido del agua / The Way of Water", sino sobre la capacidad de esta tercera entrega para ofrecer algo más que un espectáculo visual ya conocido. La respuesta es ambivalente: la película consolida la saga como una experiencia cinematográfica inigualable, pero al mismo tiempo empieza a hacer palpable la fatiga de un universo que, pese a su inmensidad, comienza a sentir sus límites narrativos. Cameron, esta vez, ha querido profundizar aún más en los personajes para intentar evitar el agotamiento de su fórmula.
La saga se basa, reconozcámoslo, en su espectacularidad visual (léase en sus efectos digitales), que nos apabullaron desde la primera parte, pero -como ya ocurrió con otra franquicia, la de "Jurassic"- el espectador ya no se sorprende tanto ante la explosión de belleza, creatividad y perfección técnica, y pese a la aparición de nuevas criaturas y paisajes, es inevitable asumir que casi todo nos resulta familiar.
La historia retoma justo donde terminó la anterior. La familia Sully lidia con el duelo por la muerte de Neteyam, un dolor que fractura su unidad de maneras distintas. Jake se refugia en la preparación para una nueva guerra, una postura que choca con la filosofía pacífica del clan Metkayina que los acoge. Neytiri, interpretada con intensidad por la descendiente de dominicanos Zoe Saldaña, canaliza su ira hacia Spider, el hijo humano adoptado cuya mera presencia le recuerda al coronel Quaritch (su padre), asesino de su hijo. Esta tensión familiar es el motor que pone en marcha la trama: la decisión de devolver a Spider a la seguridad del Campamento Alto, donde residen los humanos científicos, desencadena un viaje que rápidamente se convierte en una lucha por la supervivencia.
El viaje a bordo de los comerciantes del viento, los Tlalim, ofrece el primer gran despliegue de imaginación visual del film. Sus naves, suspendidas de medusoides gigantes y tiradas por rayos voladores, son una maravilla de diseño que justifica la proyección en 3D. Sin embargo, la novedad se interrumpe pronto con un ataque que demuestra que el verdadero núcleo de "Fuego y Ceniza" no es explorar nuevos mundos, sino lidiar con las consecuencias de los anteriores.
Aquí es donde surge la principal contradicción de la película. Por un lado, introduce elementos nuevos, como el clan Mangkwan o "Gente de la Ceniza", una facción Na'vi nihilista y vengativa liderada por la formidable Varang, interpretada con una mezcla de gracia y ferocidad por la española Oona Chaplin. Varang, que ha rechazado a la diosa Eywa tras una catástrofe volcánica, representa un desafío ideológico fascinante y se convierte en la antítesis perfecta para el moralmente ambiguo Quaritch. La dinámica entre estos dos villanos, basada en una atracción tan pragmática como cargada de tensión sexual, es uno de los mayores aciertos, ofreciendo un contrapunto adulto y complejo a la lucha de los Sully.
Por otro lado, la trama general siente como decíamos una fuerte sensación de déjà vu. El conflicto central sigue siendo la confrontación entre la colonización humana (encarnada por la RDA y un Quaritch resuelto a capturar a Spider) y la resistencia Na'vi. El viaje emocional de la familia Sully, aunque con giros, sigue orbitando alrededor de los mismos temas de pertenencia, pérdida y la definición de familia. Incluso la espectacular batalla final, aunque técnicamente impecable, evoca estructuras y momentos clave de las cintas anteriores, careciendo de la contundencia narrativa o la innovación visceral que hicieron memorables los clímax de "Avatar" y "El sentido del agua".
Donde la película realmente encuentra su fuerza es en la profundización de sus personajes más jóvenes. Spider, de ser un elemento secundario casi cómico, se transforma en el corazón emocional y el conflicto moral de la historia. Su lucha por encontrar un lugar entre dos mundos que lo rechazan, y la dolorosa decisión que debe tomar, le otorgan una dimensión que antes no tenía. De manera similar, Lo'ak, ahora convertido en narrador, carga con la culpa del superviviente y su relación con un Jake cada vez más distante añade capas de pathos al núcleo familiar. Kiri, mientras tanto, continúa su búsqueda espiritual, aunque las respuestas a su origen resultan menos impactantes de lo que la mitología de la saga había insinuado.
Técnicamente, la película es un logro abrumador. El trabajo de captura de movimiento, especialmente en las escenas que mezclan personajes Na'vi con el Spider en acción real de Jack Champion, es tan perfecto que la frontera entre lo digital y lo físico se disuelve. Cameron y su equipo en WETA continúan definiendo el estado del arte. Sin embargo, ese mismo dominio puede jugar en su contra: la ausencia del factor "sorpresa" tecnológica que tenían las dos primeras entregas hace que la espectacularidad, por inmensa que sea, se sienta en cierta medida como un territorio ya cartografiado.
"Avatar: Fuego y Ceniza" funciona mejor como la conclusión emocional de un arco de dos películas que como un nuevo comienzo. Cierra de manera satisfactoria las historias de duelo y pertenencia iniciadas en "El sentido del agua", y ofrece momentos de acción y caracterización memorables, sobre todo gracias a sus antagonistas. Es una película que hay que ver, pero también deja una impresión de que la fórmula, por perfecta que sea su ejecución, está empezando a mostrar su patrón repetitivo. No es que Cameron haya perdido su toque—su dominio del espectáculo y la emoción a gran escala sigue siendo insuperable—, sino que la ley de la fatiga de materiales parece estar afectando incluso al rey de los mundos imaginarios. La pregunta que deja pendiente no es si Pandora puede ser salvada, sino cuántas veces más podremos visitarla antes de que la maravilla deje paso a la rutina.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.
