Crítica: "Cry Macho", de y con Clint Eastwood, redención y maduración
- por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
Por Benjamín Harguindey
Icono de un género tan antiguo como el mismo cine, Eastwood no interpreta a personajes menos que icónicos en sus películas. Su mera presencia conlleva el imaginario del western. Sus botas de vaquero introducen a su personaje, bajando de una camioneta. Su sombrero, de un ambiguo marrón, parte su rostro en sombras. Cuando se acuesta a dormir a la intemperie es como si se fundiera con el desierto y la infinidad que evoca.
Su avatar en "Cry Macho" (2021) es Mike Milo, un legendario vaquero y estrella de rodeos caído en desgracia, ya forzado a retirarse tras una vida marcada por el dolor. El dolor es la materia prima en la obra del Clint director. Aparece de distintas formas en sus film más personales - amargura, culpa, enojo, melancolía - y cada uno convoca a exorcizarlo con un último acto de gracia. Aquí la trama lo lleva a México a buscar y en principio secuestrar al joven Rafa (Eduardo Minett) con el objetivo de reunirlo con su padre en Texas y saldar una vieja deuda.
La fortaleza del guión de Nick Schenk ("Gran Torino", "La mula") yace en el desarrollo de personajes. La premisa sugiere un thriller de acción, pero el tono y el ritmo de la película son contemplativos. Al guión le importa menos las peripecias criminales que condimentan la huída - nunca parecen muy reales o convincentes - que la relación entre Mike y Rafa. Lo que es un proceso de sanación para uno representa uno de maduración para el otro, cuyas ideas arcaicas de masculinidad Mike viene a desmitificar con simples lecciones. Los acompaña un gallo llamado Macho como para subrayar el mensaje y cerrar la trama con un gesto simbólico.
Eventualmente emerge un tercer personaje importante, una mujer viuda (Natalia Traven) que asiste a los prófugos y es capaz de empatar emocionalmente con Mike. No hay grandes gestos ni discursos entre ellos, ninguna necesidad de melodrama. En unos pocos silencios y miradas se reconocen en el otro: personas que han dejado atrás una enorme oscuridad y están listos para salir del otro lado del túnel.
La novela es de 1975 pero resuena con cierta tendencia moderna en los viejos héroes, desde Rambo hasta Terminator, que en sus años crepusculares descienden de Estados Unidos a México cual catábasis ritual a salvar una vida a cambio de todas las que han tomado. Pero de los héroes de acción la figura del vaquero es quizás la más (em)patética y desde que el género se presta al revisionismo casi no hay obra que no medite sobre su futilidad. No hay injusticias que rectificar ni honores que vengar en "Cry Macho", sino búsquedas personales sobre lo que uno necesita, más allá de lo que cree que se merece.
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Icono de un género tan antiguo como el mismo cine, Eastwood no interpreta a personajes menos que icónicos en sus películas. Su mera presencia conlleva el imaginario del western. Sus botas de vaquero introducen a su personaje, bajando de una camioneta. Su sombrero, de un ambiguo marrón, parte su rostro en sombras. Cuando se acuesta a dormir a la intemperie es como si se fundiera con el desierto y la infinidad que evoca.
Su avatar en "Cry Macho" (2021) es Mike Milo, un legendario vaquero y estrella de rodeos caído en desgracia, ya forzado a retirarse tras una vida marcada por el dolor. El dolor es la materia prima en la obra del Clint director. Aparece de distintas formas en sus film más personales - amargura, culpa, enojo, melancolía - y cada uno convoca a exorcizarlo con un último acto de gracia. Aquí la trama lo lleva a México a buscar y en principio secuestrar al joven Rafa (Eduardo Minett) con el objetivo de reunirlo con su padre en Texas y saldar una vieja deuda.
La fortaleza del guión de Nick Schenk ("Gran Torino", "La mula") yace en el desarrollo de personajes. La premisa sugiere un thriller de acción, pero el tono y el ritmo de la película son contemplativos. Al guión le importa menos las peripecias criminales que condimentan la huída - nunca parecen muy reales o convincentes - que la relación entre Mike y Rafa. Lo que es un proceso de sanación para uno representa uno de maduración para el otro, cuyas ideas arcaicas de masculinidad Mike viene a desmitificar con simples lecciones. Los acompaña un gallo llamado Macho como para subrayar el mensaje y cerrar la trama con un gesto simbólico.
Eventualmente emerge un tercer personaje importante, una mujer viuda (Natalia Traven) que asiste a los prófugos y es capaz de empatar emocionalmente con Mike. No hay grandes gestos ni discursos entre ellos, ninguna necesidad de melodrama. En unos pocos silencios y miradas se reconocen en el otro: personas que han dejado atrás una enorme oscuridad y están listos para salir del otro lado del túnel.
La novela es de 1975 pero resuena con cierta tendencia moderna en los viejos héroes, desde Rambo hasta Terminator, que en sus años crepusculares descienden de Estados Unidos a México cual catábasis ritual a salvar una vida a cambio de todas las que han tomado. Pero de los héroes de acción la figura del vaquero es quizás la más (em)patética y desde que el género se presta al revisionismo casi no hay obra que no medite sobre su futilidad. No hay injusticias que rectificar ni honores que vengar en "Cry Macho", sino búsquedas personales sobre lo que uno necesita, más allá de lo que cree que se merece.
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