Crítica: "¡Animo, juventud!", la voz adolescente se eleva frente a la apatía adulta

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"¡Animo, juventud!"
"¡Animo, juventud!"
Por Eva Ramos   

Cuatro jóvenes, cuatro personalidades muy diferentes, comparten espacio en Ciudad de México. Sus historias no tienen enfrente dramas extraordinarios, sino el peso de la realidad que crean los adultos, a la que ellos se enfrentan con la valentía y sinceridad que les da esa juventud tan criticada. Las figuras de autoridad con las que conviven día a día, modelo que debería guiarles en el momento más incierto de sus vidas, aparecen en realidad llenas de defectos y carencias que no solo pasan por alto, sino que llegan a trasladar su responsabilidad a estos chavos a los que ni escuchan ni entienden.

Tras el premiado cortometraje "Tierra y pan" que recibió el León de Oro en Venecia y sus trabajos en cine y televisión, Carlos Armella escribe y dirige su primera película. Analiza en ella la juventud urbana actual, lejos de la mirada paternalista y condescendiente que caracteriza a gran parte de la sociedad cuando echa un vistazo a sus jóvenes. Ese grito en boca de Pedro, "Animo, juventud" (2021), apela directamente a los sueños y las ilusiones de los maltratados adolescentes.

Con Martín comienza este viaje en autobús, que le lleva lleno de esperanza a intentar conquistar a una chica que apenas conoce, dibujando su amor en un muro. Esa esperanza se verá truncada por un bolsazo en la cabeza, de parte del padre de Dulce; un muro gris defendido frente al color y al amor a golpe de bolsa de basura. Un padre más interesado en conocer a un extraño que a su propia hija y que no duda en dejarla sin ir a la secundaria por no ceder en su empeño de "dar una lección" a ese joven al que ni siquiera conoce. De su hija prefiere dejar que se encargue su difunta esposa desde el cielo.

Dulce, por su parte, ha perdido a su madre y lucha por no dejarse pisar uniéndose a las "bullies" de su clase. Sin embargo, bajo esa luchadora hay una chica amable con una necesidad de afecto constante. No tiene miedo a enfrentarse a nadie, pero tampoco a buscar complicidad en todos los que la rodean. Aunque desearía ser el centro de atención de los chicos del barrio, no duda en tender la mano a la agraciada "Cristetas", aunque en público haga ver que la detesta.

La casa de Cris tampoco es ningún regalo; su hermano Pedro ha decidido hablar su propio lenguaje, ya que sus mayores no parecen tener ninguna intención de comprenderle. La ira nos va encendiendo a la vez que a él, mientras hace frente a un director que en lugar de intentar ayudarle amenaza con expulsarle del centro si continúa sin hablar el idioma de los demás o, al menos, permanecer en silencio. Es el reflejo de esa sociedad que prefiere a unos adolescentes silenciados a golpe de autoridad que escuchar lo que no pertenece a su rígida realidad. Ni siquiera los padres de Pedro se pondrán de su lado, sentimos su desamparo y admiramos su resiliencia para no estallar de rabia.

El último protagonista de la historia es Daniel, que trabaja en el taxi de su abuelo tras haber sido expulsado de la secundaria. Su novia de 16 años está embarazada y lucha desesperadamente por conseguir formar una familia con ella, aunque todo se le ponga en contra. Su abuelo le apoya económicamente, pero a regañadientes y sumido en el manido discurso de la irresponsabilidad de la juventud y su falta de compromiso; Daniel nos muestra a lo largo de su historia todo lo contrario. Precisamente son los adultos los que muestran falta de empatía, irresponsabilidad e, incluso, la corrupción más vergonzosa en el caso de las autoridades.

Cuatro historias que se entrelazan, se cruzan y se mezclan en un objetivo común: la búsqueda de la felicidad, del amor, de la comprensión. No sentimos, sin embargo, a pesar de todos los obstáculos y desgracias que se ciernen sobre ellos, ninguna angustia; nos trasladan esa fuerza que desprenden y que nos llena de esperanza. Lo que hemos perdido como adultos, la capacidad de sonreirle a la adversidad y sentir que está todo por hacer, vuelve por unos instantes para devolvernos esa imagen en el espejo: la de la inflexibilidad y la dureza que nos van depositando los años y las decepciones, y basta con recordar ese tiempo en que fuimos jóvenes para recuperar la ilusión.

A pesar de que en algunos momentos las forzadas coreografías de movimientos adolecen de naturalidad, mostrándonos los hilos detrás de la magia, las sinceras y desnudas actuaciones de los protagonistas nos compensan al sumergirnos en ese mundo olvidado y nos quitan años de encima para que podemos sentirnos cerca de ellos, de su complicidad y de ese hilo que los une, que es la vida que se desborda por cada mirada que nos regalan.

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