Crítica: "Being the Ricardos", frenética y deliciosa historia de un matrimonio en crisis
- por © NOTICINE.com
Por Eva Ramos
Es difícil trabajar con todas las miradas puestas, juzgando y analizando, lupa en mano, la calidad de unas interpretaciones puestas en entredicho antes de nacer. De un lado, los millones de seguidores de Lucille Ball y Desi Arnaz, cuestionando sobre todo el físico de Bardem y Kidman, más bien distanciado del de los personajes reales; del otro, los críticos con la elección de un actor español para interpretar a un cubano y de una australiana encarnando a uno de los personajes más amados de la televisión estadounidense, con una voz y una manera de moverse únicas.
Sin embargo, muchas veces nos olvidamos de que cine no se hace únicamente gracias a directores y guionistas: sin buenos profesionales en la interpretación, no hay trabajo que se sostenga; y en "Being the Ricardos" se unen trabajos de primera categoría en todos los aspectos para conseguir, no una representación en pantalla grande del mito de dos personajes entrañables, sino la del matrimonio formado por dos seres humanos llenos de defectos, pero también llena de una fuerza, una energía y un talento difícil de encontrar.
La interpretación de Bardem como Arnaz es absolutamente brillante, hace que el espectador conecte con su forma de ser y de moverse desde el primer momento, y se convierte poco a poco en creciente admiración por su capacidad profesional, la enorme inteligencia para sostener un negocio que pende de un hilo, con una seguridad y un desparpajo que deja sin palabras a productores y directores, a los que maneja con la habilidad de un trilero. En todo momento es consciente de que su esposa es la estrella del show y la protege y admira, dejando a un lado su ego para que la producción sea lo primero, aunque nunca por encima de las personas que la componen.
Solo Kidman le hace sombra. A veces es difícil entender por qué una actriz que demuestra en cada trabajo el talento y el esfuerzo unidos, con la profesionalidad y la sensibilidad que desprende siempre, es continuamente cuestionada. Ante una labor prácticamente imposible, como es la de hacer una encarnación de Lucille Ball basada en la imitación, Kidman nos vende toda la esencia del personaje que, incluso en alguna escena de "I Love Lucy" que se reproduce, hace casi imposible diferenciarla de la escena original. Es algo que ya consiguió en "Las horas / The Hours", cuando conquistó a todo el público con una Virginia Woolf que no sabemos si se parecía o no a la real, seguramente más que cualquier otra intérprete podría haberlo hecho, pero nos da igual. Hace que el espectador se enamore de esa Virginia Woolf como ahora nos enamoramos de esta Lucille Ball.
El guion de Aaron Sorkin, sus diálogos rápidos y agudos, han sido criticados por algunos profesionales que los encuentran excesivos. Es cierto que la película exige del espectador una atención constante, como suele hacerlo siempre el buen cine, pero precisamente es algo de agradecer, dada la duración de la cinta, que cuando finalice el espectador sea consciente de que no ha pestañeado en sus más de dos horas de metraje. La dirección es espectacular, hacer recordar a un Billy Wilder cronómetro en mano que no deja pasar un solo minuto sin aprovechar, pero que en ningún momento cansa o abruma.
A pesar de ello, su trabajo como guionista es superior en este film, que para profanos de la pareja protagonista puede parecer poco atractivo a primera vista, pero que convierte un homenaje en una película con entidad propia, independiente y cautivadora, con uno de los finales más logrados de los últimos tiempos, que deja sin respiración gracias a una pareja que funciona como pocas veces ocurre.
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Es difícil trabajar con todas las miradas puestas, juzgando y analizando, lupa en mano, la calidad de unas interpretaciones puestas en entredicho antes de nacer. De un lado, los millones de seguidores de Lucille Ball y Desi Arnaz, cuestionando sobre todo el físico de Bardem y Kidman, más bien distanciado del de los personajes reales; del otro, los críticos con la elección de un actor español para interpretar a un cubano y de una australiana encarnando a uno de los personajes más amados de la televisión estadounidense, con una voz y una manera de moverse únicas.
Sin embargo, muchas veces nos olvidamos de que cine no se hace únicamente gracias a directores y guionistas: sin buenos profesionales en la interpretación, no hay trabajo que se sostenga; y en "Being the Ricardos" se unen trabajos de primera categoría en todos los aspectos para conseguir, no una representación en pantalla grande del mito de dos personajes entrañables, sino la del matrimonio formado por dos seres humanos llenos de defectos, pero también llena de una fuerza, una energía y un talento difícil de encontrar.
La interpretación de Bardem como Arnaz es absolutamente brillante, hace que el espectador conecte con su forma de ser y de moverse desde el primer momento, y se convierte poco a poco en creciente admiración por su capacidad profesional, la enorme inteligencia para sostener un negocio que pende de un hilo, con una seguridad y un desparpajo que deja sin palabras a productores y directores, a los que maneja con la habilidad de un trilero. En todo momento es consciente de que su esposa es la estrella del show y la protege y admira, dejando a un lado su ego para que la producción sea lo primero, aunque nunca por encima de las personas que la componen.
Solo Kidman le hace sombra. A veces es difícil entender por qué una actriz que demuestra en cada trabajo el talento y el esfuerzo unidos, con la profesionalidad y la sensibilidad que desprende siempre, es continuamente cuestionada. Ante una labor prácticamente imposible, como es la de hacer una encarnación de Lucille Ball basada en la imitación, Kidman nos vende toda la esencia del personaje que, incluso en alguna escena de "I Love Lucy" que se reproduce, hace casi imposible diferenciarla de la escena original. Es algo que ya consiguió en "Las horas / The Hours", cuando conquistó a todo el público con una Virginia Woolf que no sabemos si se parecía o no a la real, seguramente más que cualquier otra intérprete podría haberlo hecho, pero nos da igual. Hace que el espectador se enamore de esa Virginia Woolf como ahora nos enamoramos de esta Lucille Ball.
El guion de Aaron Sorkin, sus diálogos rápidos y agudos, han sido criticados por algunos profesionales que los encuentran excesivos. Es cierto que la película exige del espectador una atención constante, como suele hacerlo siempre el buen cine, pero precisamente es algo de agradecer, dada la duración de la cinta, que cuando finalice el espectador sea consciente de que no ha pestañeado en sus más de dos horas de metraje. La dirección es espectacular, hacer recordar a un Billy Wilder cronómetro en mano que no deja pasar un solo minuto sin aprovechar, pero que en ningún momento cansa o abruma.
A pesar de ello, su trabajo como guionista es superior en este film, que para profanos de la pareja protagonista puede parecer poco atractivo a primera vista, pero que convierte un homenaje en una película con entidad propia, independiente y cautivadora, con uno de los finales más logrados de los últimos tiempos, que deja sin respiración gracias a una pareja que funciona como pocas veces ocurre.
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