Crítica Netflix: "El Conde", Pinochet como vampiro que desangra a un país

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"El Conde"
"El Conde"
Por Emiliano Basile       
 
El director de "Neruda" y "El club", Pablo Larraín, imagina al dictador chileno como una suerte de Drácula que sobrevuela Santiago de Chile devorando corazones, en "El Conde" (2023). La película, que ya está en salas de un número reducido de países y el viernes se estrenará en Netflix, que la ha financiado, adapta algunas ideas de la estructura narrativa de Drácula a la historia chilena, con una estética similar a "Nosferatu" (Murnau, 1922), para transmitir el mismo mensaje: los temores actuales de que el mal vuelva a dominar el mundo persisten.

En primer lugar, es importante comprender que se trata de una sátira o fábula social que fusiona imaginarios con personajes históricos, un enfoque característico del cine posmoderno. De esta manera, tanto el Conde Drácula como Juana de Arco funcionan como arquetipos de un tipo de narración que elabora una parábola social, tan estéticamente fascinante como inquietante, para abordar la naturaleza sobrenatural del mal y su persistencia a lo largo del tiempo.

Por tanto, en la película, Augusto Pinochet (Jaime Vadell) es retratado como un vampiro de 250 años que, hastiado de las acusaciones de robo en su contra, anhela la muerte. Sus hijos y su esposa esperan ansiosos su fallecimiento para poder reclamar su millonaria herencia, mientras que una monja exorcista (Paula Luchsinger), que guarda claras similitudes con Maria Falconetti en la obra de Dreyer, viaja a la mansión del conde bajo el pretexto de auditar sus cuentas y purificar su alma, pero con la intención secreta de matarlo. En la historia, también encontramos a un fiel servidor del vampiro, Reinfeld (Alfredo Castro), una mansión aislada en medio de la nada y un alma recién llegada que se ve corrompida en el papel de la monja. Estos son elementos típicos de la novela de Bram Stoker que se repiten en la película. La solemne estética en blanco y negro se utiliza para trabajar con los contrastes de luz, haciendo alusión al conflicto entre el bien y el mal.



"El Conde" marca el regreso de Larraín al cine chileno (y en español) después de sus trabajos en producciones internacionales, como "Jackie" (2016) y "Spencer" (2021). La contención que caracterizó a estas películas extranjeras se libera por completo en esta obra, gracias a la colaboración en el guión de Guillermo Calderón, quien ha trabajado previamente con el director en películas como "Emma" (2019), "Neruda" (2016) y "El club" (2015). Ambos resultaron premiados con el galardón a mejor libreto en la Mostra de Venecia, donde debutó la película días atrás.

Los excesos en "El Conde" se ven equilibrados por la audacia de plasmar en los diálogos una visión desencantada de Chile: un país saqueado y consumido por individuos despreciables. La crítica se centra en Pinochet, pero también se extiende a sus hijos, quienes son representados como incapaces de hacer algo más que exigir dinero para mantener su estatus, sin importar a quién afecten en el proceso.

Se trata de una sátira feroz, pesimista y valiente en la que Pablo Larraín utiliza el subgénero de los vampiros únicamente como un marco estructural. Esto le permite crear una película política e ideológicamente incómoda pero elocuente. La obra funciona como una advertencia que nos hace recordar el pasado para reflexionar sobre el presente: el mal no perece y tiene una sorprendente habilidad para reinventarse.

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