Crítica Netflix: "Dejar el mundo atrás / Leave the World Behind", horror, paranoia y ciberrealidad

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"Leave the World Behind"
"Leave the World Behind"
Por Pedro Paunero      

Rose (Farrah Mackenzie) hija menor del matrimonio Sandford, formado por Amanda (Julia Roberts) y Clay (Ethan Hawke), durante una visita a la costa, resulta ser la única en percatarse que un barco gigantesco, de amenazante color rojo, se acerca peligrosamente a la playa. Les advierte a sus padres. Nadie le hace caso. Por fin, todo el mundo huye despavorido cuando el barco encalla, cortando la arena, destruyendo sombrillas y demás útiles de vacacionar a su paso.

Los Sanford han rentado una lujosa casa en Long Island, para descansar con sus hijos pero, al poco de instalarse, comienzan a sucederse, en cascada, una serie de eventos ominosos y extraños. Primero, dejan de funcionar la Internet y el GPS, luego, en plena noche, son visitados en su idílico y apartado paraíso para ricos, por los Scott, G. H., el padre (Mahershala Ali) y su hija Ruth (Myha’ la), quienes les explican que ha habido un apagón que ha dejado totalmente a oscuras la ciudad, evento que los ha sorprendido camino de una fiesta, y que desearían pasar la noche en la que resulta ser su casa, que han puesto en renta. Amanda, escéptica, cede por fin, y los Scott terminan trasladándose al sótano, tan lujoso como el resto de la casa.

Pronto, a la falta de servicio de Internet, se suma una escalofriante transmisión por televisión -que recuerda la alarma emitida durante la madrugada, en el episodio “Un poco de paz y quietud / A Little Peace and Quiet" (Wes Craven, 1985), y el pánico de “El refugio / Shelter Skelter" (Martha Coolidge, 1985), de la Dimensión Desconocida-, que alerta que el país se encuentra bajo un ciber ataque.

“Dejar el mundo atrás / Leave the World Behind" (2023), es una película producida por el matrimonio formado por Barak y Michelle Obama, dirigida por Sam Esmail, en una adaptación de la novela de Ruman Alam, que pone al día el miedo, la paranoia, y el horror de películas de Serie B como “Invasores de otros mundos” (aka. Objetivo: la Tierra; Target Earth, Sherman A. Rose, 1954) o “La Tierra muere gritando / The Earth Dies Screaming" (Terence Fisher, 1964), con un suspense latente, y una dosificación del terror efectivo y, finalmente, explosivo,  así como de aquel cine que retratara el horror de una guerra nuclear, como sucediera en “El día después / The Day After" (Nicholas Meyer, 1983).



La película se vale, pues, de ese miedo efectista, pero plausible, y de las consecuencias de un país sin posibilidades de comunicación, sometido a la guerra psicológica, y la reflexión sobre la dependencia que hemos desarrollado hacia la tecnología, como en la escena en la cual Rose -adicta al programa televisivo de “Friends”-, y que ha sido testigo de una cantidad increíble de venados que, misteriosamente, avanzan hacia la propiedad -aparentemente los animales, entre estos, flamencos y otras aves, se ven afectados por algún tipo de arma-, le expresa su deseo a su hermano Archie (Charlie Evans), de internarse en el bosque y averiguar qué sucede, ante cuya conducta su hermano le espeta: “¿Éstas tan aburrida sin tu programa?”, que nos hará reparar en la alerta que supone una juventud que vuelve a explorar la naturaleza -aun con sus peligros inminentes-, solamente si se pierde el funcionamiento de sus dispositivos electrónicos.

Pero también apela a las tácticas inventadas por Joseph Goebbles -uno de los pioneros de la guerra psicológica-, en la escena en la cual una asustada mujer que Clay encuentra en el camino -y que abandona en el descampado-, cree haber sido testigo de  un ataque aéreo -vía dron- con gases de color rojo.

Plena de aparentes lagunas en el guion que, no obstante, por su falta de explicación funcionan como un mecanismo de relojería, y una base argumental que se sustenta sobre la Doctrina del Shock, “Dejar el mundo atrás”, logra un doble objetivo en el espectador: someterlo, durante poco más de dos horas, a la perplejidad y misterio de lo que está viendo y, finalmente, a la reflexión sobre lo que podría suceder doblando la esquina del futuro, a escasos quince minutos en el mañana.

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