Crítica: "La herencia de Flora", apreciable relato histórico de pionera del feminismo latinoamericano

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"La herencia de Flora"
"La herencia de Flora"
Por José Romero Carrillo    

El décimo segundo largometraje del director peruano Augusto Tamayo San Román continua una línea de su cine, una preocupación a la que ha dedicado buena parte de los últimos 25 años: las superproducciones históricas. Siempre con una figura cultural al frente que merece ser visibilizado en el cine nacional. Como en "Rosa mística", donde nos brindó un retrato certero de la primera santa del nuevo mundo, Rosa de Lima.

Ahora, tras un casi una década de trabajo llega "La herencia de Flora", abordaje a través de la ficción de aspectos fundamentales de la vida de la pionera de feminismo, la francesa de ascendencia peruana, Flora Tristán. En especial de aquellos dos años (1833 y 1834) cuando planificó su viaje y estuvo en el Perú para reclamar la herencia por ser hija de un noble acaudalado de la ciudad de Arequipa, en el sur del país.  Y al mismo tiempo, para escapar de la opresión de su esposo.  



En "La herencia de Flora" existen dos elementos dignos de destacar. Por un lado, el amplio elenco actoral, algo que ya vimos en pasadas películas del cineasta donde simplemente no funcionó el engranaje. Hoy en cambio, el desfile de personajes de nuestra historia mantiene un equilibro, cada actor tiene su secuencia, su momento de lucimiento y/o de interactuar con Flora Tristán (Paloma Yerovi).

El otro aspecto clave, es el cuidado de ciertas áreas técnicas para hacer verosímil la reconstrucción histórica. En especial la dirección de arte que corre por cuenta del propio Tamayo, y la fotografía de Juan Duran, uno de los profesionales de la luz de mayor experiencia del mercado peruano.

Aunque el protagonismo central recae sobre Paloma Yerovi, quien sale airosa tras ponerse en la piel de tan difícil y poco convencional personaje. Lo destacable viene del personaje coprotagónico, el Capitán Chabrié a cargo del desaparecido actor peruano Diego Bertie, un regalo por parte de un director que le convocó para tres de sus más ambiciosos rodajes. A cambio, Bertie le (y nos) otorga uno de sus desempeños más melancólicos y delicados. Sin proponérselo, lo suyo puede ser considerado como una participación testamentaria, con la que cierra del mejor modo una corta, aunque fructífera relación con la gran pantalla. El popular actor se quitó la vida poco después de interpretar el papel.

Tamayo, finalmente, nos entrega un apreciable relato de ritmo reposado y corte clásico, de enorme pulcritud en el registro histórico, con la que recupera el brío demostrado en la que hasta ahora sigue siendo su mejor obra: "El bien esquivo" (2001). 

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