Crítica San Sebastián: "Los domingos mueren más personas"
- por © Cineuropa-NOTICINE.com
Por Alfonso Rivera-Cineuropa
La cinta del argentino Iair Said "Los domingos mueren más personas" (2024) es una tragicomedia tan mínima como cotidiana, protagonizada por él mismo, que aborda con sutil humor asuntos densos como la eutanasia, el envejecimiento o la soledad.
La nueva realización (tras el cortometraje "Presente imperfecto", que compitió en Cannes en 2015, y el film de no ficción "Flora no es un canto a la vida") del director, actor y guionista porteño Iair Said, fue la ganadora del premio WIP Latam en el Festival de San Sebastián del año pasado. Ahora se proyecta en la sección Horizontes Latinos del certamen vasco después de haberse estrenado dentro del programa ACID del último Cannes.
Protagonizada por el propio Iair, la película está también interpretada con sobrada naturalidad y gracia por Rita Cortese (a quien vimos hace un año en este mismo festival en "Blondi", con la que comparte cierto espíritu independiente, familiar y cercano este "Los domingos mueren más personas"), Antonia Zegers (este año también en "Los Tortuga") y Juliana Gattas. Y retrata cómo un joven judío y gay de clase media, con sobrepeso y recientemente abandonado por su pareja, regresa desde Europa debido al fallecimiento de su tío. En casa se entera, además, de que su madre ha decidido desconectar el respirador de su padre, que le mantiene vivo desde hace años.
Así, el perplejo personaje central se reencuentra de bruces con la –que creía lejana– realidad familiar y sus peculiaridades: un microcosmos dominado por las mujeres y la cultura judía, con sus –a ojos de un desconocedor– rituales entre grotescos, ceremoniales y anticuados.
Con cara de absorto ante casi todo lo que sucede ante sus grandes ojos claros e intentando capear los pequeños temporales que arrecian sobre su cabeza con el mejor de los humores, Iair se vale de la tragicomedia para quitar miga a temas intensos que aborda con una cámara cercana que no disimula la fealdad o el deterioro de una vida tan anodina como podría ser la nuestra.
Además, que el protagonista luzca sin pudor un físico no normativo, que sus irreprimibles impulsos sexuales le aferren fuerte a la vida en momentos de zozobra o que retrate cómo después de un funeral apetece atiborrarse de comida basura suman empatía, comicidad (sutil, patosa y peculiar, sin grandes gags, apelando más a la sonrisa que a la carcajada) y simpatía a una película que narra una historia mínima alrededor de la cual orbitan sin hacer ruido grandes temas existenciales. Entre ellos, la ausencia, la ternura, los vínculos, el miedo a la muerte, al envejecimiento y a la soledad, y cómo cada persona gestiona el duelo de manera distinta, porque, como viene a decir el cineasta en este film que posee tanto de él mismo: reír y llorar pueden ir de la mano.
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La cinta del argentino Iair Said "Los domingos mueren más personas" (2024) es una tragicomedia tan mínima como cotidiana, protagonizada por él mismo, que aborda con sutil humor asuntos densos como la eutanasia, el envejecimiento o la soledad.
La nueva realización (tras el cortometraje "Presente imperfecto", que compitió en Cannes en 2015, y el film de no ficción "Flora no es un canto a la vida") del director, actor y guionista porteño Iair Said, fue la ganadora del premio WIP Latam en el Festival de San Sebastián del año pasado. Ahora se proyecta en la sección Horizontes Latinos del certamen vasco después de haberse estrenado dentro del programa ACID del último Cannes.
Protagonizada por el propio Iair, la película está también interpretada con sobrada naturalidad y gracia por Rita Cortese (a quien vimos hace un año en este mismo festival en "Blondi", con la que comparte cierto espíritu independiente, familiar y cercano este "Los domingos mueren más personas"), Antonia Zegers (este año también en "Los Tortuga") y Juliana Gattas. Y retrata cómo un joven judío y gay de clase media, con sobrepeso y recientemente abandonado por su pareja, regresa desde Europa debido al fallecimiento de su tío. En casa se entera, además, de que su madre ha decidido desconectar el respirador de su padre, que le mantiene vivo desde hace años.
Así, el perplejo personaje central se reencuentra de bruces con la –que creía lejana– realidad familiar y sus peculiaridades: un microcosmos dominado por las mujeres y la cultura judía, con sus –a ojos de un desconocedor– rituales entre grotescos, ceremoniales y anticuados.
Con cara de absorto ante casi todo lo que sucede ante sus grandes ojos claros e intentando capear los pequeños temporales que arrecian sobre su cabeza con el mejor de los humores, Iair se vale de la tragicomedia para quitar miga a temas intensos que aborda con una cámara cercana que no disimula la fealdad o el deterioro de una vida tan anodina como podría ser la nuestra.
Además, que el protagonista luzca sin pudor un físico no normativo, que sus irreprimibles impulsos sexuales le aferren fuerte a la vida en momentos de zozobra o que retrate cómo después de un funeral apetece atiborrarse de comida basura suman empatía, comicidad (sutil, patosa y peculiar, sin grandes gags, apelando más a la sonrisa que a la carcajada) y simpatía a una película que narra una historia mínima alrededor de la cual orbitan sin hacer ruido grandes temas existenciales. Entre ellos, la ausencia, la ternura, los vínculos, el miedo a la muerte, al envejecimiento y a la soledad, y cómo cada persona gestiona el duelo de manera distinta, porque, como viene a decir el cineasta en este film que posee tanto de él mismo: reír y llorar pueden ir de la mano.
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