Crítica: "Queer" o el cliché mexicano
- por © Correcámara-NOTICINE.com
Por Pedro Paunero
El ensayista D. Wayne Gunn escribe en "Escritores norteamericanos y británicos en México", sobre el paso y vivencias de William S. Burroughs en el país, plasmadas a lo largo de varias de sus novelas: "Lo que encontramos en estas novelas es Ciencia ficción homosexual, que a veces asusta por su continua insistencia en la muerte y el dolor, a veces es humorística y casi siempre repugnante. Totalmente desprovistos de trama y a veces incluso de sentido, excepto quizá para otro drogadicto, estos libros pueden leerse abriéndolos por donde uno quiera. Ninguna de las novelas experimentales satisface, pero tampoco es fácil olvidar ninguna".
Luca Guadagnino leyó "Queer", de Burroughs, a los diecisiete años de edad, y jamás la olvidó. Pudo adaptarla en 2024. Como en toda la ficción de Burroughs, sus personajes principales son alter egos suyos y las situaciones que viven recuerdos, siempre alucinados. William Lee (Daniel Craig en su mejor papel), se pasea en una Ciudad de México de cliché hollywoodiense, situada en los años 50, no sólo filtrada "con dificultad entre fragmentos de memorias, largas escenas y digresiones expositivas" (Wayne Gunn), sino por exigencias del guion.
La película se divide en tres capítulos y un epílogo (Uno: "¿Cuánto te gusta México?"; Dos: "Compañeros de viaje"; Tres: "El botánico en la jungla"; Epílogo: "Dos años después"), por los cuales Lee se mueve en pocos sitios, y los mismos, en una Ciudad de México con jacarandas lloviendo sobre el pavimento, paredes de colores desvaídos, un par de gigantescas chimeneas industriales en el horizonte y dos bloques de departamentos como únicos edificios, aparte de una visión lejana del Monumento a la Revolución, y una banda sonora que lo mismo incluye a Los Panchos, un único y repetitivo verso de "La malagueña" (salerosa, por supuesto), que Nirvana, Verdena, Prince, Sinéad O’ Connors, Vaughan Monroe o New Order. También "Vaster Than Empires", escrita por el mismo Burroughs con arreglos de Trent Reznor, Atticus Ross y Caetano Veloso. En sus calles más míticas que reales, la gente apuesta a peleas de gallos, vende fruta en las aceras y ruedan, acaso, un par de autos. La basura es omnipresente.
En este marco antropológico, y tras unos devaneos con amantes mexicanos, Lee se enamora de Eugene Allerton (Drew Starkey), tan estadounidense como él y tan varado, igualmente, en la Interzona. Hay algunas escenas de amor homosexual, supuestamente escandalosas, y más alejadas del fanservice de su anterior película, "Llámame por tu nombre / Call Me by Your Name" (2017), situadas a años luz de la obra maestra gay de Rainer Werner Fassbinder, "Querelle" (1982), que palidecen, si se las compara en atmósfera, con todo y que la película de Fassbinder prescinda de material explícito. Lo salvaje, que sucede inherente en este testamento de Fassbinder, tan onírico, lo separa de este sueñecito de Guadagnino que no se atreve a más.
Así, no falta la Virgen de Guadalupe, el tequila y mucha, mucha cerveza (la Carta Blanca parece una lata de aluminio conseguida en la tienda de utilería a la que le han pegado la etiqueta impresa por computadora). La fauna urbana que Lee frecuenta parece muy lejana de aquellos "Nighthawks" de Hopper, y mucho más cercanos a la sordidez de cliché de la pésima adaptación que hiciera John Huston de "Bajo el volcán / Under the Volcano" (1984) de Malcolm Lowry, autor de lo mexicano visto con mirada extranjera y, por lo tanto, enrarecida, como la del mismo Burroughs- que nunca ha sido bien adaptado.
Tampoco lo ha sido Burroughs. Y Guadagnino lo intenta -¡Bien lo saben los amos y señores de los Hornos de Nova!- tratándose de un autor tan informe como Burroughs (por cierto, el término "Bladerunner", que Ridley Scott tomó para su magistral película, lo inventó Burroughs), incluyendo escenas psicodélicas -el viaje a Ecuador, en busca de yagé (ayahuasca), como preparación psicoactiva tras la cual andan "los gobiernos de Rusia y Estados Unidos"-, en una película menos divertida, pero más apegada al original literario, que "El almuerzo desnudo / Naked Lunch" (1991), de David Cronenberg, que mezclaba en un solo cóctel enloquecido otras obras del autor.
Hay numerosas referencias culturales en el film, como revistas de Ciencia ficción de la época, o la citada "Bajo el volcán", que Lee tiene como libro de cabecera. En las paredes de esta "Mexico City", que no pasa de una o dos callecitas sórdidas y mugrientas, vemos carteles de películas de la época como "Carne de presidio" (1952), de Emilio Gómez Muriel o "Mujeres sacrificadas" (1952), de Alberto Gout. Infaltable es la escena de dispararle a un caballito de tequila, puesta sobre la cabeza al amante de turno, que cualquier lector de Burroughs sabe de dónde ha surgido.
Pero, al final de esta digresión cinematográfica sobre la digresión burroughsiana, nos queda una sensación de vacío, de película hueca, que no salva ni la referencia al "Orfeo / Orphée" (1950) del maestro Jean Cocteau, y su legendaria escena de portales entre espejos, que demuestran que Guadagnino es un director de la tibieza. Y eso le queda muy pequeño a Burroughs.
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El ensayista D. Wayne Gunn escribe en "Escritores norteamericanos y británicos en México", sobre el paso y vivencias de William S. Burroughs en el país, plasmadas a lo largo de varias de sus novelas: "Lo que encontramos en estas novelas es Ciencia ficción homosexual, que a veces asusta por su continua insistencia en la muerte y el dolor, a veces es humorística y casi siempre repugnante. Totalmente desprovistos de trama y a veces incluso de sentido, excepto quizá para otro drogadicto, estos libros pueden leerse abriéndolos por donde uno quiera. Ninguna de las novelas experimentales satisface, pero tampoco es fácil olvidar ninguna".
Luca Guadagnino leyó "Queer", de Burroughs, a los diecisiete años de edad, y jamás la olvidó. Pudo adaptarla en 2024. Como en toda la ficción de Burroughs, sus personajes principales son alter egos suyos y las situaciones que viven recuerdos, siempre alucinados. William Lee (Daniel Craig en su mejor papel), se pasea en una Ciudad de México de cliché hollywoodiense, situada en los años 50, no sólo filtrada "con dificultad entre fragmentos de memorias, largas escenas y digresiones expositivas" (Wayne Gunn), sino por exigencias del guion.
La película se divide en tres capítulos y un epílogo (Uno: "¿Cuánto te gusta México?"; Dos: "Compañeros de viaje"; Tres: "El botánico en la jungla"; Epílogo: "Dos años después"), por los cuales Lee se mueve en pocos sitios, y los mismos, en una Ciudad de México con jacarandas lloviendo sobre el pavimento, paredes de colores desvaídos, un par de gigantescas chimeneas industriales en el horizonte y dos bloques de departamentos como únicos edificios, aparte de una visión lejana del Monumento a la Revolución, y una banda sonora que lo mismo incluye a Los Panchos, un único y repetitivo verso de "La malagueña" (salerosa, por supuesto), que Nirvana, Verdena, Prince, Sinéad O’ Connors, Vaughan Monroe o New Order. También "Vaster Than Empires", escrita por el mismo Burroughs con arreglos de Trent Reznor, Atticus Ross y Caetano Veloso. En sus calles más míticas que reales, la gente apuesta a peleas de gallos, vende fruta en las aceras y ruedan, acaso, un par de autos. La basura es omnipresente.
En este marco antropológico, y tras unos devaneos con amantes mexicanos, Lee se enamora de Eugene Allerton (Drew Starkey), tan estadounidense como él y tan varado, igualmente, en la Interzona. Hay algunas escenas de amor homosexual, supuestamente escandalosas, y más alejadas del fanservice de su anterior película, "Llámame por tu nombre / Call Me by Your Name" (2017), situadas a años luz de la obra maestra gay de Rainer Werner Fassbinder, "Querelle" (1982), que palidecen, si se las compara en atmósfera, con todo y que la película de Fassbinder prescinda de material explícito. Lo salvaje, que sucede inherente en este testamento de Fassbinder, tan onírico, lo separa de este sueñecito de Guadagnino que no se atreve a más.
Así, no falta la Virgen de Guadalupe, el tequila y mucha, mucha cerveza (la Carta Blanca parece una lata de aluminio conseguida en la tienda de utilería a la que le han pegado la etiqueta impresa por computadora). La fauna urbana que Lee frecuenta parece muy lejana de aquellos "Nighthawks" de Hopper, y mucho más cercanos a la sordidez de cliché de la pésima adaptación que hiciera John Huston de "Bajo el volcán / Under the Volcano" (1984) de Malcolm Lowry, autor de lo mexicano visto con mirada extranjera y, por lo tanto, enrarecida, como la del mismo Burroughs- que nunca ha sido bien adaptado.
Tampoco lo ha sido Burroughs. Y Guadagnino lo intenta -¡Bien lo saben los amos y señores de los Hornos de Nova!- tratándose de un autor tan informe como Burroughs (por cierto, el término "Bladerunner", que Ridley Scott tomó para su magistral película, lo inventó Burroughs), incluyendo escenas psicodélicas -el viaje a Ecuador, en busca de yagé (ayahuasca), como preparación psicoactiva tras la cual andan "los gobiernos de Rusia y Estados Unidos"-, en una película menos divertida, pero más apegada al original literario, que "El almuerzo desnudo / Naked Lunch" (1991), de David Cronenberg, que mezclaba en un solo cóctel enloquecido otras obras del autor.
Hay numerosas referencias culturales en el film, como revistas de Ciencia ficción de la época, o la citada "Bajo el volcán", que Lee tiene como libro de cabecera. En las paredes de esta "Mexico City", que no pasa de una o dos callecitas sórdidas y mugrientas, vemos carteles de películas de la época como "Carne de presidio" (1952), de Emilio Gómez Muriel o "Mujeres sacrificadas" (1952), de Alberto Gout. Infaltable es la escena de dispararle a un caballito de tequila, puesta sobre la cabeza al amante de turno, que cualquier lector de Burroughs sabe de dónde ha surgido.
Pero, al final de esta digresión cinematográfica sobre la digresión burroughsiana, nos queda una sensación de vacío, de película hueca, que no salva ni la referencia al "Orfeo / Orphée" (1950) del maestro Jean Cocteau, y su legendaria escena de portales entre espejos, que demuestran que Guadagnino es un director de la tibieza. Y eso le queda muy pequeño a Burroughs.
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